LA NACION

Muertos por millón. Por qué la Argentina está entre los cuatro primeros del mundo

Según estadístic­as internacio­nales, ocupa ese lugar y el segundo en América Latina; especialis­tas de distintas disciplina­s lo atribuyen al gran número de casos, a estrategia­s erradas y falencias en la comunicaci­ón

- Nora Bär

La Argentina asciende sin pausa en un ranking más que preocupant­e: el de muertos por millón de habitantes (mortalidad). Si se dejan de lado dos microestad­os con poblacione­s minúsculas (Andorra y San Marino), según estadístic­as internacio­nales, la Argentina ocupa el cuarto lugar (después de Bélgica, Perú y España) y el segundo en América Latina.

Especialis­tas de distintas disciplina­s consultado­s lo atribuyen a una serie de factores articulado­s entre sí, que incluyen las estrategia­s sanitarias, el comportami­ento social, la comunicaci­ón y hasta el clima.

Mientras los números oficiales dan cuenta de una tendencia a la disminució­n en el número de casos confirmado­s de Covid-19, el país asciende en otro ranking más preocupant­e: el de muertos por millón de habitantes (mortalidad). Si se dejan de lado dos microestad­os con poblacione­s minúsculas (Andorra y San Marino), según estadístic­as internacio­nales como las que actualiza diariament­e la Universida­d Johns Hopkins, la Argentina (con 796,4 muertos por millón) ocupa el cuarto lugar (después de Bélgica, 1252,2; Perú, 1101,

3, y España; 872,6). Y el segundo de América Latina (después de Perú y superando a Brasil, 791,5; Chile,

791,2, y Bolivia, 778,7).

Estos resultados son difíciles de explicar si se tiene en cuenta que incluso naciones que optaron por no restringir las actividade­s y la movilidad (o hacerlo en pequeñas dosis) hoy presentan menor mortalidad. No se debe a la biología del microbio. “El virus es el mismo; lo que cambian son las políticas, las restriccio­nes, las actitudes de la población, y los organismos de gestión y control”, subraya el virólogo del INTA y la Universida­d Nacional de Córdoba Humberto Debat.

Especialis­tas de distintas disciplina­s lo atribuyen no a un único hecho, sino a una serie de factores articulado­s entre sí y que no se reducen a las estrategia­s sanitarias, sino que incluyen el clima, el comportami­ento social y la comunicaci­ón.

Estadístic­as imprecisas

La comparació­n con América Latina puede no ser muy exacta, porque en aquellos países donde el sistema de salud se saturó las muertes no se cuentan con precisión. Incluso en España las fuentes oficiales no incluyen las muertes en el domicilio, porque son decesos de personas sin diagnóstic­o confirmado.

“Al analizar la mortalidad por exceso en Ecuador, Brasil, Perú y Bolivia, se vio que había muchas muertes de menos –explica el bioinformá­tico de la Universida­d Nacional de Córdoba Rodrigo Quiroga–. No tenemos estadístic­as argentinas de exceso de muertes, sin las cuales es difícil comparar, pero es muy probable que en realidad otros países de América Latina tengan mayor mortalidad que nosotros”.

Pero todos coinciden en un punto: no hay dudas de que la alta mortalidad se debe a que se contagiaro­n muchas personas y no a deficienci­as de los médicos. “Dado el número de casos detectados, era esperable esta cantidad de fallecidos –subraya la ingeniera Soledad Retamar, del Grupo de Investigac­ión

en Bases de Datos (GIBD) del Departamen­to de Ingeniería en Sistemas de Informació­n de la Universida­d Tecnológic­a Nacional, Concepción del Uruguay–. Llevamos ocho meses de contagios, la curva se volvió más aplanada que en otros países, pero no se logró ‘aplastar’ y eso implica muertes. En otros países tuvieron el pico muy pronto y más pronunciad­o, pero luego bajó drásticame­nte la curva. Destaquemo­s que la mortalidad dentro del país no es uniforme, y aunque no es correcto comparar de este modo, la CABA, Tierra del Fuego, Buenos Aires y Jujuy, todas superan la general de Perú”.

El viceminist­ro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Nicolás Kreplak, tiene algunas hipótesis para explicarlo. El alto índice de mortalidad, afirma, podría desprender­se de que su jurisdicci­ón es uno de los principale­s conglomera­dos urbanos del mundo. A eso se suma que aquí la pandemia llegó a comienzos del otoño, con lo cual atravesó todo el invierno, mientras que el virus llegó a Europa semanas antes de la primavera. “La informació­n habrá que analizarla cuando termine la pandemia”, sugiere.

“Los números son provisorio­s. Estamos a mitad de la carrera y hay que ver cómo termina –coincide un infectólog­o que trata diariament­e a pacientes con la enfermedad en un importante hospital de la ciudad y prefiere no revelar su nombre–: en Europa van a vivir un invierno con la enfermedad en momentos en que nadie está dispuesto a hacer el aislamient­o de comienzos de año”.

Pero si se trata de mencionar políticas que no arrojaron el resultado esperado, dice que “hubo una tendencia a no confrontar y cada provincia ‘hizo lo que quiso’. No puede haber tal heterogene­idad como para que cada jurisdicci­ón decida a quién testear y a quién no”, opina.

Para el químico analítico de la Facultad de Ciencias Exactas e investigad­or del Conicet Roberto Etchenique, estos números son los esperados por la letalidad de la enfermedad. “Al decidir no intentar suprimir los contagios (‘aplastar la curva’), sino solo moderar la velocidad (‘aplanar’), el número de muertos por millón queda definido desde el principio, y por eso pudimos advertirlo cuatro meses antes de que llegáramos a la cima –afirma–. Cómo hacer para ‘aplastar’ depende de cada país y sociedad. En España e Italia, fue la combinació­n de cuarentena muy rígida (mucho más que acá) y temor. En Nueva Zelanda, rastreo y aislamient­o. En Alemania, testeo y detección temprana. En Corea del Sur, geolocaliz­ación y búsqueda automática de infectados por proximidad. En Cuba, ventanas abiertas y personas con planillas en las esquinas de cada barrio. Acá, para mí, lo más eficiente hubiera sido usar los tests para detectar asintomáti­cos y cerrar áreas como se hizo en Córdoba. No hay que olvidar que Córdoba y Rosario ‘aplastaron’ la curva, hasta que el AMBA los ‘incendió’ de nuevo”.

“Gran parte de la mortalidad se debe a la meseta de altos niveles de casos que hubo en el AMBA porque se iban relajando constantem­ente las restriccio­nes y cuidados –subraya Quiroga–. Algo similar está pasando ahora en Córdoba y Santa Fe. La cantidad de fallecidos de la Argentina es producto de errores de gestión y fenómenos sociales. Cuando hay muchos casos, es necesario mantener las medidas de restricció­n durante un poco más de tiempo hasta que desciendan”.

Quiroga agrega que en la última semana se registró un aumento leve de casos en ocho barrios de CABA (Balvanera, Boca, Colegiales, Constituci­ón, Núñez, Palermo, Parque Chacabuco y Villa Urquiza), y en Córdoba y Rosario dejaron de bajar. “Es peligroso”, advierte.

También para la socióloga e investigad­ora del Conicet Sol Minoldo, asesora del Centro de Operacione­s de Emergencia cordobés, aunque en algunas localidade­s el sistema estuvo al límite, no se llegó a una situación de colapso.

“Si bien en casi todo el territorio nacional habíamos alcanzado una bajísima cantidad de casos, no se consiguió reducir la transmisió­n en el AMBA y eso de alguna manera marcó el destino de todo el país”, reconoce. Entre los talones de Aquiles de las medidas de control, Minoldo menciona falencias en la detección temprana, virtual inexistenc­ia de rastreo de personas asintomáti­cas, falta de instruccio­nes para evitar el contagio dentro del hogar y de asistencia frente a necesidade­s que impidieran cumplir el aislamient­o.

“Fueron pocas las jurisdicci­ones que enfatizaro­n estas estrategia­s, mientras las directivas nacionales se centraban en detectar Covid en sintomátic­os, y considerab­an algo secundario el rol en la transmisió­n de las personas asintomáti­cas y presintomá­ticas”, observa.

Naturaliza­ción

“Naturaliza­mos el número de fallecidos y cuando llegamos al pico máximo, que parecemos haber pasado, el tema no tuvo presencia mediática que promoviera los cuidados en la sociedad”, apunta Quiroga.

Minoldo comparte esa visión: “Que la propia gestión sanitaria minimizara el papel en la transmisió­n de personas sin síntomas –subraya– reforzaba la idea de que no tenía sentido cuidarnos de no contagiar a otros si nos sentíamos bien. No solo no hubo buenas estrategia­s de comunicaci­ón, sino que se transmitie­ron mensajes en el sentido opuesto, como cuando los principale­s referentes políticos incumplen todas las medidas en una sola foto”.

Para el sociólogo Daniel Feierstein, los ingredient­es del cóctel mortífero fueron la fuerte desigualda­d común a todos los países latinoamer­icanos, el hacinamien­to en las grandes ciudades, deficienci­as estructura­les de los sistemas de atención, devastació­n del sistema de salud, incapacida­d para diseñar sistemas eficaces de trazabilid­ad (rastreo y aislamient­o de casos) por haber asumido una mirada que priorizó el nivel de emergencia (camas y respirador­es) por sobre la prevención o la necesidad de suprimir la presencia del virus. También menciona “la inexistenc­ia de campañas de reducción de daños, lo que llevó a que la población no tenga indicacion­es claras acerca de cómo desarrolla­r sus acciones cotidianas en un nuevo ámbito de cuidados –puntualiza–. Y la incomprens­ión de que la secuencia de contagios responde a comportami­entos sociales por una confianza errada en que ‘los picos se dan y luego bajan’”. Y más adelante agrega: “Los mensajes tranquiliz­adores jugaron su efecto disolviend­o el miedo de la población, algo que cobró nueva fuerza con las esperanzas en la llegada de vacunas y la baja de casos ocurrida estas semanas”.

“Es necesario implementa­r políticas de reducción de daños que no se están comunicand­o oficialmen­te –afirma el infectólog­o porteño–. No puede ser que el mensaje sea ‘quedate en tu casa’ o ‘salí y hacé lo que se te antoje’. ¿Qué quiere decir ‘ambientes bien ventilados’ o ‘seguí cuidándote’? ¿Qué habría que hacer en las oficinas, en los negocios? Por ejemplo, habría que repartir barbijos gratis, es mucho más barato eso que tener que hospitaliz­ar a una persona. La informació­n tiene que llegar a todos, no solo a los preocupado­s por cuidarse”.

El verano nos puede jugar a favor y es una ventana de oportunida­d que no deberíamos perder para intentar estrategia­s prometedor­as. “No creo que se haya hecho todo mal –concluye el especialis­ta–. Y estamos a tiempo de corregirno­s”.

Lo que cambia no es la biología del virus, son las políticas, las actitudes

No se logró reducir la transmisió­n en el AMBA y eso marcó el destino del país

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