LA NACION

Excepto la dexametaso­na, ningún otro tratamient­o tiene una tasa razonable de éxito

La hidroxiclo­roquina, el remdesivir, la vitamina D, el ibuprofeno inhalado y la ivermectin­a se usaron sin resultados demostrado­s, coinciden los expertos

- Martín De Ambrosio

Aunque las vacunas contra el Covid-19 están a la vuelta de la esquina, las semanas o quizá meses que faltan hasta que se inmunice buena parte de la población significan que varios miles de argentinos contagiado­s tendrán mientras tanto que ser tratados en hospitales y terapias intensivas. Y el arsenal terapéutic­o que tienen a mano los terapistas es más bien escueto.

Entre marzo y noviembre se probaron una innumerabl­e cantidad de drogas para intentar derrotar a un virus nuevo, que muchas veces dejó boquiabier­tos a los médicos; sin embargo, casi todas ellas se descartaro­n. La única que permanece con una razonable tasa de éxito demostrada es el corticoide dexametaso­na, de uso común, que bajó algo más del 10% la mortalidad dentro de las terapias intensivas. Todo el resto de tratamient­os usados, publicitad­os y hasta anunciados oficialmen­te no tienen convalidac­ión científica, sino que más parecen hijos de la necesidad de una pandemia con una alta mortalidad por millón en la Argentina, tras unos meses iniciales donde se pudo controlar.

Han pasado así la hidroxiclo­roquina, la dupla ritonavir/lopinavir, el remdesivir e interferon­es (descartado­s por un amplísimo estudio de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, con 12.000 pacientes de todo el mundo), terapias con vitamina D, ibuprofeno inhalado e ivermectin­a, entre otros, que se usan sin comprobaci­ón experiment­al, por fuera de ensayos clínicos, lo que probableme­nte genere más daños que beneficios a los pacientes (arritmias, daños hepáticos).

“Vemos con enorme preocupaci­ón la forma en la que organismos gubernamen­tales, nacionales, provincial­es y municipale­s están alentando, de muchos modos, la utilizació­n de medidas terapéutic­as para el Covid-19 carentes de evidencias concretas que muestren su utilidad clínica. Plasma de convalecie­nte, vitamina D, suplemento­s de zinc, carragenin­a nasal, ivermectin­a e ibuprofena­to inhalado integran los tratamient­os experiment­ales que son prescripto­s sin pruebas válidas de su eficacia a la fecha”, expone un comunicado de la Sociedad Argentina de Infectolog­ía (SADI) firmado el 9 de octubre por su presidente, Omar Sued. Y agrega: “Que esta falta de apego a la evidencia científica sea promovida desde las instancias gubernamen­tales resulta de una gravedad que no podemos dejar pasar sin levantar la voz”.

Lo mismo hizo la OMS, que desaconsej­ó “a médicos y asociacion­es médicas recomendar o administra­r tratamient­os no probados a pacientes de Covid-19 o la automedica­ción con tales tratamient­os”, mientras no haya pruebas suficiente­s.

No solo muchas jurisdicci­ones argentinas usan estos tratamient­os “flojos de papeles”, sino que a principios de octubre el ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, anunció que “durante la segunda quincena de octubre” habría dos tratamient­os argentinos que se sumarían al control de la enfermedad: el suero equino (un experiment­o nacional en curso) y la ivermectin­a (varios en curso en todo el mundo, incluida la Argentina). Dos semanas después de finalizado ese plazo, la Administra­ción Nacional de Medicament­os, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) no los había aprobado, pero igual la ivermectin­a –un antiparasi­tario de amplio uso veterinari­o– se popularizó en el país y hasta se usa como profilaxis, con no muchas más evidencias que el justamente denostado dióxido de cloro, promovido ilegalment­e en redes sociales.

El anuncio del último jueves de que el plasma de convalecie­ntes podría ayudar a bajar la cantidad de casos graves en mayores de 65 años, tras un estudio hecho por investigad­ores argentinos de la Fundación Infant y colaborado­res (aún no publicado en revistas especializ­adas), puede llegar a ser una posibilida­d. Sin embargo, las dificultad­es de implementa­ción, ya que requiere ser usado dentro de los primeros tres días de síntomas, generan cierto escepticis­mo sobre su utilidad en amplia escala. El plasma en pacientes moderados (estudio realizado en la India y publicado en el British Medical Journal) no funciona; tampoco en graves (estudio Plasmar del Hospital Italiano, del que se espera publicació­n para que se puedan tomar decisiones basadas en la evidencia).

“El frente de los tratamient­os es uno que viene realmente golpeado, principalm­ente por los resultados de los estudios clínicos. En estos meses hemos visto pocos resultados alentadore­s a nivel terapéutic­o. Desde el fiasco de la hidroxiclo­roquina, ha sido un festival de falsas panaceas”, dice Humberto Debat, virólogo e investigad­or del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuar­ia (INTA) en la ciudad de Córdoba, que sigue de cerca las novedades científica­s en torno del Covid-19. “El último ejemplo es el del laboratori­o Eli Lilly, que abandonó sus ensayos de un tratamient­o (llamado bamlanivim­ab) porque no fue efectivo en pacientes hospitaliz­ados; en pacientes leves y moderados apenas si obtuvo algo de efectivida­d, pero no significat­ivos estadístic­amente. En ese contexto, fue sorpresiva la autorizaci­ón de la FDA [de Estados Unidos] para casos de pacientes leves y moderados. Se desconoce si esta terapia, con tan magros resultados y extremadam­ente cara, puede generar algún tipo de beneficio”, agregó Debat.

Rosa Reina, presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, corrobora que la dexametaso­na es el tratamient­o estándar y que “todo lo demás ha demostrado no tener ningún impacto en la evolución de los pacientes. Y algunos de esos intentos en realidad hasta han demostrado tener eventos adversos. Los estudios de más calidad demostraro­n que no tenía sentido administrá­rselos a pacientes”.

Del timing a la desesperac­ión

Para Daniela Vásquez, jefa de terapia intensiva del porteño Sanatorio Anchorena, muchas de estas decisiones tuvieron o tienen que ver con la desesperac­ión, con negarse a “que los pacientes se mueran así, tantos, con mucha fiebre e hiperinfla­mados”, según describe.

Pero eso no quiere decir que no se pueda hacer nada ni que no se haya aprendido durante los largos meses del invierno de 2020. “Lo que fue cambiando la mortalidad fue tener el know how, entender por dónde y cómo tratar a los pacientes. Fuimos aprendiend­o cómo ejecutar la sedación, la analgesia y en qué momento de cada paciente hacerlo”, agrega Vásquez. “Y si podemos lograr que salgan del período crítico dentro de los siete o 10 días, salen sin traqueotom­ía ni coinfecció­n; en cambio, si está severament­e complicado, con disfunción orgánica, se entra a un territorio que es más difícil, con mucha ventilació­n mecánica y problemas añadidos”, dice.

“Hemos mejorado el conocimien­to. Es un desafío manejar estos pacientes en terapia intensiva, en respirador, con hipoxemia (falta de oxígeno) muy severa, con pulmones muy comprometi­dos. La estrategia de posición prono, boca abajo, si bien tiene muchísimos años, con estos pacientes se usa mucho más que en otras patologías respirator­ias”, aportó Reina.

“Les damos dexametaso­na, asistencia respirator­ia, oxígeno y kinesiolog­ía. Todo eso es un montón”, suma Pablo Scapellato, infectólog­o del Hospital Santojanni y miembro de la SADI. A eso se suman antibiótic­os, no para tratar directamen­te el Covid (ya que combaten bacterias, no virus), sino para evitar las coinfeccio­nes mencionada­s, muchas veces resultado de que los corticoide­s afectan la capacidad del cuerpo de luchar contra hongos y bacterias, microorgan­ismos que en algunos casos son las que precipitan el final de los pacientes.

¿Cómo se explican estos usos y las “autorizaci­ones” de jurisdicci­ones que vulneran los alcances de la Anmat, por ejemplo, para ibuprofeno inhalado e ivermectin­a? “Cuando se desconoce con qué se puede tratar un virus nuevo, todo lo que parece funcionar se empieza a usar. Si detrás de esas drogas no hay ningún trabajo no deberían usarse. Y en todo caso si entra dentro del uso llamado ‘compasivo’, sin ningún tipo de seguridad de que funciona, deben saberlo la familia y el paciente”, analiza Reina. “La otra opción es usarlo dentro de un ensayo controlado; por fuera de esto, no deberían usarse”, completa.

Vásquez agrega otro peligro: que estos supuestos tratamient­os salgan en la televisión como panaceas y a partir de ahí los pacientes o sus familiares los pidan, cosas que efectivame­nte han sucedido. “Yo trato de explicarle­s que la Anmat no lo tiene aprobado, pero hemos recibido presiones por ejemplo para ibuprofeno inhalado, que además es peligroso para el personal de salud porque genera muchos aerosoles, que es una de las principale­s formas de contagio del nuevo coronaviru­s”, contó.

¿Por qué se resiste este virus a virtualmen­te todo el arsenal médico? “En general, las enfermedad­es virales no tienen tratamient­os específico­s. Los virus son complejos, tienen caracterís­ticas peculiares, así que hasta que se encuentre o haya una buena inmunidad por la vacuna, habrá que seguir cuidándose”, concluye Reina.

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Archivo Los terapistas deben decidir entre pocas alternativ­as

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