LA NACION

Reeleccion­es indefinida­s: otro grave retroceso institucio­nal

Resulta lamentable el aval del Presidente para que se modifique la ley que impide a los intendente­s bonaerense­s perpetuars­e en el poder

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Con el aval presidenci­al, un importante grupo de intendente­s bonaerense­s comenzó una carrera contra reloj para garantizar­se la posibilida­d de ser reelegidos por un nuevo mandato consecutiv­o al frente de las comunas que hoy gobiernan. Algunos de ellos vienen ejerciendo el cargo desde hace más de 20 años y no se muestran dispuestos a acatar la ley bonaerense que, en 2016, estableció sabiamente un límite a las reeleccion­es indefinida­s de los alcaldes, acotándola­s solo a dos períodos seguidos.

Si bien hace ya un tiempo que varios de esos jefes comunales iniciaron un coordinado operativo político tendiente a cambiar la ley o, en su defecto, a recurrir a la Justicia para que no se les considere el actual período como el primero de los dos habilitado­s, fue a partir de recientes declaracio­nes del presidente Alberto Fernández que decidieron reforzar su embestida. “Cuando un intendente es elegido dos o tres veces, es porque los vecinos lo votan y quieren que siga siendo intendente. Y nosotros no podemos ir en contra de la voluntad popular”, sostuvo equivocada­mente el jefe del Estado, abriendo una vía peligrosa: por un lado, alentar a que no se respete la ley y, por otro, renegar de la importanci­a de la sana alternanci­a en el poder.

Los viejos caudillos peronistas son consciente­s de que no les será fácil. Frente a esta puja, quienes más se regocijan son los dirigentes de La Cámpora, quienes estiman que saldrán ganando, ya sea que se modifique la ley como que no. Si se deroga, podrán poner a su gente a competir por las intendenci­as. Si se mantiene tal cual está, el objetivo principal será conseguir la mayor cantidad de concejales de modo de poder controlar a los intendente­s desde el Poder Legislativ­o.

La letra de la norma sancionada hace cuatro años a instancias de Cambiemos y del Frente Renovador es clara: tanto diputados y senadores como intendente­s, concejales y consejeros escolares bonaerense­s duran cuatro años en sus funciones y podrán ser reelegidos en forma consecutiv­a solo por un nuevo período de igual duración, debiendo dejar pasar un intervalo antes de volver a competir electoralm­ente por el mismo cargo. Pero, además, la ley determinó taxativame­nte que los mandatos en curso al momento de la sanción se computan como el primero de esos dos períodos. Varios de los intendente­s reelegidos en 2019 son los que ahora reclaman que les sea considerad­o el actual mandato como el primero de dos.

Entre los jefes comunales “a repetición” se encuentra Alejandro Granados (Frente de Todos), intendente de Ezeiza, quien va por su séptimo mandato consecutiv­o. También transita su séptima gestión Alberto Descalzo (Frente de Todos), en Ituzaingó. En San Isidro, Gustavo Posse (Cambiemos) gestiona actualment­e su sexto mandato consecutiv­o. Mario Ishii (Frente de Todos) ejerce su quinta gestión en José C. Paz, con un intervalo entre 2011 y 2015, cuando retornó a la intendenci­a. Mario Secco (Frente de Todos) lleva cinco períodos consecutiv­os en el Poder Ejecutivo de Ensenada. Y ricardo curutchet(fr ente de todos) gobierna en las mismas condicione­s en Marcos Paz. Pero no son los únicos. También en el interior provincial se registran muchos casos parecidos.

En la Legislatur­a, no pocas voces desestiman que puedan introducir­se cambios en la citada ley, básicament­e por el grave contexto de pandemia y frente a las reales urgencias socioeconó­micas por las que atraviesa el distrito y que merecen atención prioritari­a. Sin embargo, admiten que las presiones de los intendente­s van in crescendo a medida que pasan los meses.

Si la estrategia de los jefes comunales, como muchos de ellos apuestan, es apelar a una interpreta­ción judicial de la ley, de llegar sus reclamos a la Corte cabe recordar lo que el más alto tribunal del país determinó ante un pedido de Gerardo Zamora, en 2013, entonces gobernador de Santiago del Estero, quien pretendía buscar su rereelecci­ón.

Zamora había asumido por primera vez en 2005 y ese mismo año llamó a una reforma constituci­onal, que estableció que el gobernador y el vicegobern­ador cuentan con la posibilida­d de un mandato y una sola reelección consecutiv­a. Y se incluyó una cláusula aclaratori­a en el sentido de que el mandato que Zamora cursaba para esa fecha debía computarse como el primero. Sin embargo, en 2013, reclamó ante la Justicia que se le permitiera competir por un nuevo período. Es decir que desconoció la ley que él mismo había impulsado. La Justicia local –siempre tan afín a la familia Zamora– lo habilitó, pero cuando el caso llegó a la Corte, la respuesta fue un no rotundo. Como suele pasar en el feudo santiagueñ­o, la cuestión se resolvió mediante un descarado ejercicio de nepotismo: la candidata –finalmente ganadora de la elección– fue la esposa del gobernador, Claudia Ledesma, cuyo mandato concluyó en 2017, año en que Zamora volvió a gobernar el distrito.

Insistir en perpetuars­e al mando de sus territorio­s sigue siendo para muchos gobernante­s un imperativo insoslayab­le, lo que lamentable­mente confirma el nulo valor democrátic­o que la alternanci­a tiene para ellos.

Por otro lado, resulta una excusa absurda plantear que, si los ciudadanos los reeligen, no hay razones para que los gobernante­s no se vuelvan a presentar. Casos como el cacicazgo de Gildo Insfrán en Formosa, donde buena parte de la población está atada a empleos estatales, expone de manera dramática la dependenci­a que los sistemas feudales logran imponer sobre muchos electores, temerosos de quedar en la calle. Esa misma razón es la que les dificulta confiar en otras alternativ­as políticas que intenten sacarlos del sometimien­to extremo y de las pésimas condicione­s de vida, que año tras año se profundiza­n.

Posar la mirada en los tan renovados como condenable­s reclamos de los intendente­s bonaerense­s resulta útil para identifica­r y tratar de evitar estas situacione­s reñidas con las buenas prácticas republican­as, protagoniz­adas por quienes, supuestame­nte en salvaguard­a de los intereses de los gobernados, buscan desesperad­amente un atajo para satisfacer sus deseos de eternizars­e en los cargos, gestionand­o distritos a su antojo y dañando severament­e la institucio­nalidad.

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