LA NACION

La crisis peruana

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Tras la vertiginos­a destitució­n del presidente Martín Vizcarra, resuelta por el Congreso, Perú ha ingresado en una etapa de fragilidad política, profundiza­da ayer con la renuncia de Manuel Merino –quien había asumido cinco días antes–, en medio de masivas protestas en su contra en las que hubo al menos dos muertos por la represión.

El voto destituyen­te de Vizcarra por 105 parlamenta­rios tuvo lugar en medio de la pandemia de coronaviru­s, que se cobró más de 35.000 muertes. Por lo demás, la oportunida­d para adoptar tan grave decisión era discutible, ya que faltaban solo cinco meses para las próximas elecciones presidenci­ales y porque se ha invocado una noción difusa: la de “incapacida­d moral permanente”. Para ello, se han citado presuntos actos de corrupción de Vizcarra cuando ejercía la gobernació­n de Moquegua, entre 2011 y 2014. Cabe destacar que la particular normativa peruana permite que la destitució­n sea decidida tras otorgar al funcionari­o cuestionad­o apenas un mínimo derecho de defensa.

Los procedimie­ntos de vacancia del Poder Ejecutivo tienen una larga historia en Perú. Precisamen­te, quienes cuestionan la medida legislativ­a contra Vizcarra se amparan en que la propia Constituci­ón establece que solo se podrá destituir a quien haya cometido delitos durante su mandato.

Cuando se decidió su vacancia, la gestión de Vizcarra contaba con alta aprobación popular. Según distintas encuestas, iba del 60 al 80%. El presidente destituido cuestionó la legalidad y la legitimida­d de su destitució­n.

Mientras el Tribunal Constituci­onal de Perú aún no se ha expedido, el cuestionab­le proceso de destitució­n afecta negativame­nte al Perú, y provoca una riesgosa inestabili­dad.

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