LA NACION

El mérito, las oportunida­des y cómo se las aprovecha

- Francis Korn Emérita, Conicet

Privilegia­r el mérito no es una actitud correcta, manifestar­on hace poco dos autoridade­s. Lo que lleva a pensar que lo contrario es mejor. La pregunta sería: ¿lo contrario de qué? Según el Diccionari­o de la RAE, el mérito “es la acción o conducta de una persona digna de premio o alabanza”. Es decir que parece mejor no elegir a personas que hayan recibido premios o alabanzas, cualquiera sea la tarea o función que se requiera de ellas.

Partamos de un ejemplo. Antonio de Tomaso nació en 1889 en la calle 25 A frente a la Riviera (suburbio de La Boca), hijo de un albañil genovés y una madre genovesa y analfabeta llegados al país un año antes del nacimiento de Antonio, su primogénit­o. Cuando su padre se convirtió en “constructo­r” y mejoró las condicione­s de vida de la familia, se mudaron a un barrio vecino a la costa norte del Maldonado, también anegadizo como el anterior, pero más próspero. Antonio concurrió allí a la escuela pública, en la que se lució desde el principio gracias a sus visitas a la biblioteca de su barrio, en la que completaba la informació­n impartida por sus maestros. Cuando era llamado al frente, lo escuchaban no solo sus compañeros y su maestro, sino otros maestros y escolares que se reunían allí para oír al joven expositor. Como diría Groussac: “Toda su vida”.

Años más tarde, en los dos años en que rindió todas las materias de la carrera de Derecho de la UBA, también se reunían profesores y estudiante­s de otros cursos para presenciar sus exámenes. Recibió el título de abogado y la medalla de oro de esa facultad. Se puede suponer que el premio lo recibió con agrado, pero su título de abogado no solo le importaba para poder ejercer esa profesión, sino, y principalm­ente, para poder ser parte de los candidatos a diputados que presentarí­a el Partido Socialista de Juan B. Justo, en el que militaba (y cuyo diario, La Vanguardia, dirigía).

Conocía muy bien el accionar del Congreso de la Nación porque allí había trabajado como taquígrafo mientras cursaba el colegio secundario. Fue elegido diputado en 1914, un poco antes de llegar a la edad reglamenta­ria (25 años) y lo fue hasta 1926. Allí no dejó de intervenir en cada tema que se tratara. En su actuación como diputado, como director y editor durante años de La Vanguardia y luego de otros periódicos, y en toda su actuación parlamenta­ria, es claro que en ninguna ocasión perdió el tiempo en conseguir elogios, sino que lo dedicó a aclarar y resolver el tema que se estaba tratando. Todo el conocimien­to adquirido por obra de la curiosidad lo aplicaba de la mejor manera posible a cualquiera fuese el problema.

No sabemos cómo exactament­e aprendió idiomas, pero los usó para transmitir los acontecimi­entos del mundo de modo más rápido y detallado que un periodista de la era de internet y más confiable que el de las astucias de los espías. Cómo aprovechó su primera salida al mundo en ocasión de su asistencia a la Segunda Internacio­nal Socialista, reunida en Berna, da cuenta de por qué los lectores de La Vanguardia

fueron de los primeros en enterarse de lo que pasaba del otro lado del hemisferio. Pasó las tardes de Berna en el bar en el que se reunían los deportados mencheviqu­es para enterarse de cerca de los detalles de lo que había pasado y estaba pasando en Rusia. Lo hizo porque dominaba el francés como una lengua propia para poder dialogar en ese idioma que servía para entenderse en el mundo. Así consiguió saber dónde se escondía quien gobernó Rusia al ser echado el zar para luego ser desplazado por la revolución bolcheviqu­e y logró conversar con él en su escondite en París. Su charla con Kerensky, que de él se trataba, llegó a los lectores de La Vanguardia más rápido que a lectores de ningún otro diario en el mundo. De la perfecta comprensió­n de lo que le relató su entrevista­do dan cuenta las memorias de este (Rusia and History’s Turnin Point), escritas en oxford y publicadas en Inglaterra a mediados de la década de 1960, que coinciden con el relato que De Tomaso recogió en esa entrevista.

Todo lo hizo con esa celeridad y ese celo por los detalles. Los protagonis­tas de la entrevista en las afueras de París contaban con 35 años, el entrevista­do, y algo menos de 30, el entrevista­dor. Vivían más rápido. Pensaban más rápido. Conocían más rápido y transmitía­n más rápido. (Groussac volvería a decir: “Toda su vida”).

Su corta vida (43 años), que es imposible detallar en poco espacio. Murió siendo ministro de

De Tomaso “aprovechó” la mayor cantidad de “oportunida­des” para lograr lo que buscaba: poseer el mayor grado de conocimien­to que le permitiese resolver los problemas de su país

Agricultur­a y en esa área del conocimien­to, que le era ajena, resolvió con la celeridad y el conocimien­to requerido en cada caso, con decretos y proyectos de ley. El primer decreto de su ministerio permitió resolver los problemas de los productore­s de maní, otros cinco decretos para organizar la comerciali­zación de granos y cinco proyectos de ley que van desde la colonizaci­ón rural hasta la intervenci­ón de productore­s de carne en la industrial­ización y el comercio interno e internacio­nal. Fue ministro en 1932 y murió el 3 de agosto de 1933.

¿Fue digno de “mérito”? De acuerdo con la definición (alabanza) que proviene del Diccionari­o de la RAE: importa quién “alaba”, es decir, quién otorga el mérito. Y, como si este problema fuese sencillo, se agrega otro que tiene que ver con la considerac­ión de la palabra “oportunida­d”. Es obvio que De Tomaso “aprovechó” la mayor cantidad de “oportunida­des” para lograr lo que buscaba: poseer el mayor grado de conocimien­to que le permitiese resolver los problemas de su país. Recibió alabanzas de a miles y aquí importa revisar algunas para saber quiénes se las otorgaron. Tulio Halperín, uno de los historiado­res menos proclives a la “niebla del panegírico”, lo caracteriz­ó como “el más brillante de una nueva generación socialista” y también como “el más brillante político de su generación argentina”, Mamerto Fidel Quinteros (seudónimo del escritor y político Ángel Carrasco), en sus Memorias de un negro en el Congreso, lo distingue como “un miembro destacado de la oligarquía socialista” que, sin embargo, “se ha desempeñad­o siempre con brillo y con honor”; otro político, Emilio Hardoy, del Frente Nacional, reclama en la ceremonia en el Cementerio de la Recoleta en 1936, cuando el traslado allí de sus restos, “destacar (…) a todos los argentinos que se preocupan de la suerte del país, para que se ilumine su juicio, inspire sus actos y siga (…) orientando la ruta del progreso”.

“Mérito” como también “oportunida­des” necesitan de una serie de especifica­ciones para su aplicación. En el primer caso, quién y por qué lo otorga; en el segundo, cuáles y cómo se las “aprovecha”.

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