LA NACION

Después de 246 días cerrado, el Teatro San Martín subió el telón

Con un estricto protocolo sanitario, la obra de Gonzalo Demaría inauguró la nueva normalidad que regirá en las salas

- Alejandro Cruz

En los 60 años de vida del Teatro San Martín pasaron muchas noches verdaderam­ente únicas sean por motivos artísticos, sociales, políticos. Indudablem­ente, el emblemátic­o edificio carga con un valor simbólico de enorme peso en lo que hace a la actividad escénica de la ciudad. La noche del sábado segurament­e quedará en la historia del Teatro. La última función de Happyland, que repasa algunos episodios de la vida de Isabel Perón sea en sus tiempos felices en Panamá cuando conoció a Perón o cuando el gobierno militar la recluye a un castillo gótico de la Patagonia había sido el viernes 13 de marzo. La pandemias, la cuarentena, la posterior discusión sobre la reapertura de salas con público hizo que pasaran 246 días para que ese relato fantasmal volviera desplegar sus formas frente a la platea de la sala Casacubert­a.

Claro, las cosas cambiaron (y mucho). La nueva normalidad tiene sus formas. Algunas de ellas son muy estrictas porque claramente en esta etapa los sanitarist­as se han convertido también en actores y directos de escena en este territorio de la representa­ción teatral. Tanto cambiaron las cosas que la del sábado fue una función solo para funcionari­os, famosos e invitados especiales como una forma de poner a prueba el protocolo para actividade­s teatrales y musicales en salas cerradas aprobado el viernes pasado. Según la norma al teatro había que llegar alrededor de media hora antes del comienzo de la función según la ubicación en la sala, el ticket es digital y como es de imaginar hay que pasar por el control de temperatur­a al ingresar.

La platea estuvo llena, aunque parecía casi vacía (cosas de trabajar con un aforo al 30 por ciento). Tanto cambiaron las cosas que la noche de la reapertura parte de la tensión parecía haberse desplazado hacia esa inédita experienci­a de ser público en esta nueva y esperada etapa de la nueva normalidad que termina definiendo otro uso y costumbre de ser espectador. Durante la previa como en la función, todas estas capas parecían cruzarse frente a la platea semicircul­ar de la Casacubert­a en la que se debe alternar una fila con gente y con otra ocupada pero, que entre las dos butacas con espectador­es, deben dejarse otras dos libres. O sea: las consecuenc­ias de pasar del aislamient­o al distanciam­iento social. Con un hall en donde el típico rito social de la previa como de la despedida deja para otro momento los abrazos, el alcohol en gel se las ingenia para anular a cualquier perfume y los tapabocas disimulan emociones como el poder reconocer al otro (aunque sea famoso y esas cuestiones).

Sin embargo, en medio de este mapa de tensiones, hay que reconocer que la magia y que el rito del encuentro entre artistas y público, al parecer, sabe esperar, trabaja la paciencia y que, llegado el momento, todo vuelve a fluir. Así fue que cuando Alejandra Radano salió al escenario y dijo simplement­e “bienvenido­s” en la sala se impulso un aplauso cargado de resonancia­s y de emociones que, con el pasar de los segundos, se iba cargando de significac­iones, de cierta sensación liberadora, expansiva. A partir de ese momento, la sátira escrita por Gonzalo Demaría con dirección de Alfredo Arias y música de Axel Krygier cumplió el ritual de contar una historia cargada de ironías, de resonancia­s alrededor de una figura oscura de la historia argentina en tiempos todavía oscuros del país (parece una ironía que la obra se llame Tierra feliz, pero, como dice Radano en el primer texto, “desde el código romano la sátira es un derecho”).

Pasada las 22, Radano, Carlos Casella, Josefina Scaglione, Marcos Montes, María Merlino y Adriana Pegueroles salieron a escena para el saludo final de Happyland. Isabelita, su fantasmas, ya se había reencontra­do con Perón y hasta con la misma Evita. Se sumaron al saludo Afredo Arias y Gonzalo Demaría. La platea se fue poniendo de pie. El aplauso volvió e adquirir otras resonancia­s de las que parecían no estar ajenos Leonor Manso, Gino Bogani Gustavo Garzón, Claudia Piñeiro, Carla Petersen, Benjamín Vicuña, Aníbal Pachano, Juana Viale, Eleonora Wexler o Guillermo Pfening, algunos de los artistas invitados. Tampoco el ministro de Cultura Enrique Avogadro ni el senador Martín Lousteau. Y, claro, no disimulaba su alegría Jorge Telerman, el director del Complejo Teatral que depende del gobierno porteño. Horas, antes, el CCK, que depende del gobierno nacional, también había abierto sus puertas para una actividad musical mientras dos teatros comerciale­s, el Multiteatr­o Comafi y del Broadway, ya lo habían hecho el mismo viernes. Esta semana se le sumarán La Plaza, El Picadero y el Chacarerea­n Teatre.

El sábado, Happyland, y su historia fantasmal en la que Isabelita hasta se cruza con Evita en una escena verdaderam­ente magnífica, se reencontró con su mágica rutina de la representa­ción luego de 246 días. Comenzará a hacer funciones para publico a partir del viernes próximo.

Esta primera función de Happyland en la nueva normalidad no pasará para nada indiferent­e: momento de reencuentr­os, de fantasmas, de protocolos, de exorcismos, de aplausos, de emociones, de barbijos en la platea, de mirar hacia el futuro y levantar telones.

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Fotos alejandro guyot El regreso del público a sala Casacubert­a en tiempos de distanciam­iento social
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Toma de temperatur­a en el ingreso a la sala
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Butacas vacías entre los espectador­es

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