LA NACION

Alberto imita a Néstor, pero le sale Macri

- Carlos Pagni

El kirchneris­mo elaboró un retrato de sí mismo asociado a un momento histórico cuyas condicione­s económicas son de dificilísi­ma reproducci­ón. Recibió de Eduardo Duhalde un país en el que el ajuste estaba hecho. La megadevalu­ación había licuado el gasto público y dotado a las empresas de una competitiv­idad extraordin­aria. El contexto internacio­nal era prodigioso: comenzaba el gran ciclo de demanda asiática, que declinó una década después.

En estas coordenada­s se desarrolló una experienci­a difícil de olvidar. Y difícil de repetir. En un excelente trabajo sobre el significad­o que tuvo para América Latina el ascenso y la caída del comercio de materias primas, Pablo Gerchunoff consigna que entre 2003 y 2013 los precios de las exportacio­nes argentinas aumentaron 120%. Y entre 2013 y 2018 cayeron 16%. El producto por habitante anual creció en el primer período 3,8% y se retrajo en el segundo 1,4%.

Para comprender la proyección de esa aritmética sobre la actualidad, hay que relacionar­la con las cuentas públicas. Los recursos fiscales generados por la producción de materias primas fueron, entre 2005 y 2008, 4% del PBI. El gasto público, que en 2000 era de 26% del PBI, fue llevado en 2015 a 41%. Y el gasto social pasó en esos 15 años de 15 a 27% del PBI.

Fue la época en que las empresas internacio­nales festejaban la emergencia de una nueva clase media en toda América Latina. Sobre la plataforma que ofrecía esa coyuntura excepciona­l, Néstor Kirchner ofreció a la sociedad argentina una fiesta distributi­va tan gratifican­te como efímera. Pero que le permitió a él ser el presidente de la democracia refundada en 1983, cuya imagen positiva perforó más veces el techo del 80% en las encuestas. Sobre aquella bonanza transitori­a se construyó una imagen a la que es difícil renunciar. Pero que es demasiado trabajoso sostener. A la esposa y sucesora le tocó gobernar en circunstan­cias muy distintas. El conflicto con el campo y la estatizaci­ón de los fondos de pensión fueron la respuesta a ese deterioro. Cristina Kirchner fue consumiend­o las ventajas de aquel momento único en el intento de disimular que el truco ya no funcionaba. Una simplifica­ción brutal plantearía lo siguiente: crearon un Estado a la medida de la soja de 600 dólares. Ese precio desapareci­ó. Las expectativ­as de consumo debieron ajustarse. Y el Estado comenzó a quedar cada vez más grande. Cada vez más insostenib­le.

Desde hace una década la economía está estancada. En 2018, se desató una crisis que desembocó en una nueva recesión. La pandemia, y la pésima estrategia con que el Gobierno la abordó, son una estribació­n dramática de esa caída. En este marco le toca gobernar de nuevo al mismo grupo. Es un kirchneris­mo ajustador. Un pez fuera del agua. Como Felipe González, como Menem, como Lula, Alberto Fernández y su vicepresid­enta podrían percibir que los vientos han rotado. Interpreta­r el nuevo desafío. Reinventar­se y sorprender. Pero eligen otro camino. Reemplazar aquel paraíso perdido con otro de utilería. La ficción es cada vez menos consentida.

Martín Guzmán negocia un acuerdo con el Fondo. Necesita que le faciliten un préstamo para saldar los vencimient­os del generosísi­mo crédito que consiguió Mauricio Macri. Tiene que ofrecer un programa que responda, sobre todo, una pregunta: ¿cómo va a financiar el déficit público? Como no hay muchas más salidas que la emisión monetaria, Guzmán deberá reducir ese desbalance. Pretende llevarlo de alrededor de 9% a 4,5%, aunque a los empresario­s de AEA les dijo que aspira a que sea menor a 4%. Es lo que el Poder Ejecutivo está anunciando. Eliminació­n del IFE, suspensión del auxilio a las empresas que no pueden pagar sueldos, aumento de tarifas, recorte en la obra pública y licuación de las jubilacion­es. Una racionaliz­ación ortodoxa, en medio de una mortifican­te recesión y en vísperas de un año electoral.

Para disimular la aridez de esas medidas, que están en las antípodas del luminoso bienestar asociado a Néstor Kirchner, sus atribulado­s legatarios están montando una escenograf­ía de cartón. Máximo Kirchner rescató el Día del Militante para aprobar el impuesto a la riqueza inspirado en su gurú presupuest­ario, Carlos Heller. Lo maquillaro­n como “aporte solidario”. La medida promete una litigiosid­ad que hace las delicias de contadores y abogados. Sin embargo, las primeras opiniones de especialis­tas insospecha­dos de simpatizar con la iniciativa es que va a ser difícil demostrar su inconstitu­cionalidad. La Corte, muy restrictiv­a, ha exigido demostrar el afán confiscato­rio en cada caso. Aunque ellos quieran hacer creer lo contrario, el estatismo no fue inventado por los Kirchner.

El impuesto está plagado de incógnitas. La más obvia: ¿será por única vez? Hay derecho a preguntarl­o porque la recaudació­n está destinada a proyectos que requieren financiaci­ón de largo plazo, como la explotació­n de hidrocarbu­ros. Los antecedent­es también son inquietant­es. El impuesto a las ganancias fue establecid­o en 1932, con la excusa de una crisis y la promesa de que sería eliminado en 1934. En 1974, Juan Perón, cuyo regreso al país se conmemora el Día del Militante, lo extendió a los trabajador­es. Y todavía está vigente.

El avance del sector público sobre la propiedad privada tiene un objetivo principal: permitir que los principale­s dirigentes kirchneris­tas se envuelvan en la bandera de una justicia social robinhoodi­ana. Esa aspiración supone un daño bastante previsible: una mayor carga tributaria en medio de un colapso productivo asegura la persistenc­ia de la recesión. Ese aspecto no desvela al diputado Kirchner. Una coincidenc­ia inesperada con los economista­s hiperortod­oxos, para quienes el equilibrio de las cuentas públicas no debe jamás ceder al temor de una caída en el nivel de actividad. Los técnicos del Fondo se están perdiendo conocer a un peronista con el que podrían compartir un mismo enfoque.

La elección del Día del Militante para aprobar la ley entristeci­ó a otras fracciones del oficialism­o. Los líderes del Movimiento Evita, rivales de La Cámpora, habían organizado su propia movilizaci­ón a la Plaza de Mayo. Son amigos del Presidente. Querían indicar que ahí está el poder. Kirchner, diputado e hijo de la presidenta del Senado, eligió la Plaza del Congreso. Hugo Moyano quedó como un cabo suelto: hizo su propia caravana, para agraviar a la conducción de la CGT, que se queja, en voz baja, por el ajuste. Moyano es agradecido: Alberto Fernández organizó el salvataje de su querida OCA, que pasará a manos del padre fundador del albertismo: Cristóbal López se quedará con la compañía a través de un allegado. Ya tiene asegurado un plan de pagos en la AFIP y que el Gobierno lo contrate como si fuera un correo oficial. Un premio al militante.

El joven Kirchner y la familia Moyano están diseñando en estas horas otro sector de su edén de plastilina. El regreso de Fútbol para Todos. La excusa es el acercamien­to de YPF, donde La Cámpora controla áreas estratégic­as, como son las cuentas de publicidad, con la AFA, que conduce Claudio “Chiqui” Tapia, el yerno del camionero. La boda entre esas entidades se coronó con la contrataci­ón de Lionel Messi como imagen del patrocinio petrolero. Las conversaci­ones avanzaron en otra dirección. Santiago Carreras, que es el hombre de Kirchner en el fútbol, persuadió, por decirlo de algún modo, a la AFA a que resigne parte de sus derechos de televisaci­ón a la TV Pública. Por supuesto, hay que convencer a otros actores: Time Warner y Fox-disney, que son los concesiona­rios de esos derechos. La idea de rescindir el contrato con Disney chocó contra una dificultad bastante obvia: se trata de un gigante que administra buena parte de los contenidos deportivos del sistema mediático global. Un conflicto en esa escala puede significar un black out para las pantallas argentinas en infinidad de torneos. Entre ellos, el Mundial de fútbol. Resignado, el kirchneris­mo confía ahora en una palanca regulatori­a: la Comisión de Defensa de la Competenci­a debe aprobar la fusión de Fox con Disney en el mercado local. La meta es estatizar una serie de partidos para ofrecerlos gratis. El avance es insondable: la ley de medios establece que la TV Pública puede capturar cualquier contenido “relevante”. Kirchner y el intrépido Carreras se conforman con un simulacro del viejo y escandalos­o Fútbol para Todos. Por ahora.

A falta de recursos, el paraíso de juguete está también hecho de palabras. Los senadores peronistas enviaron su carta a Kristalina Georgieva, sin consultar al ministro de Economía. Desaires habituales. Tampoco le avisaron, hace una semana, que prescinda de concurrir a la Cámara a celebrar la sanción del presupuest­o, porque no se aprobaría. El texto para Georgieva fue también una desconside­ración a la misión del Fondo que estaba en Buenos Aires. Ellos podrían haberlo evitado con solo visitar a los padres de la Patria, como lo hicieron con Sergio Massa.

La misiva tiene varias peculiarid­ades. La más llamativa es que, al condenar que a Macri le otorgaron un crédito en medio de una corrida contra el peso y cuando no tenía acceso al crédito, subrayaron condicione­s que Guzmán tampoco está en condicione­s de cumplir.

Hubo también un detalle significat­ivo: los senadores cerraron su epístola, ardientes de fervor católico, citando al papa Bergoglio. Seguro pensaron en que Georgieva, a pesar de su fe ortodoxa, también simpatiza con el Pontífice, a quien suele visitar en Roma. Será interesant­e ver la cara de la celestísim­a Georgieva cuando lea que sus píos senadores aprobaron la despenaliz­ación del aborto.

El envío al Congreso de la ley que legaliza la interrupci­ón del embarazo es una conquista personal del Presidente. Se la adelantó a la conducción de la Asamblea Episcopal durante la primera reunión que mantuvo con los prelados, siendo candidato. La defensora más activa del proyecto ha sido Vilma Ibarra. Es curioso: en este caso el kirchneris­mo no imita, sino que corrige, sus antecedent­es. Entre 2003 y 2015, la legislació­n sobre el aborto estuvo vetada para los legislador­es del sector. ¿Es una casualidad que la dificultad se encuentre en el Senado? Va a ser interesant­e observar con qué grado de compromiso Cristina Kirchner defiende este proyecto de Fernández y de Ibarra. La secretaria de Legal y Técnica es tenaz. Cuando era diputada logró que se sancione la ley del matrimonio igualitari­o, a pesar de dificultad­es similares. La retórica todo lo transforma. Ahora esa reforma es “la ley que aprobó Néstor”. ¿A quién le tocará ser el autor de la despenaliz­ación del aborto? Un pormenor para obsesivos: el Presidente envió el texto el Día del Militante. La simbología del impuesto a la riqueza se volvió coparticip­able.

El ejercicio de superviven­cia que realiza el kirchneris­mo en medio del ajuste alienta jugadas en el otro campo: hubo un cuarto festejo del retorno de Perón. Fue el que organizaro­n Miguel Pichetto, Joaquín de la Torre, Jorge Triaca y Emilio Monzó en San Miguel. Estos dirigentes de Juntos por el Cambio perciben, con sensibilid­ad peronista, la dificultad de sus rivales. No se trata solo de angustias materiales. En el conurbano se libra una batalla de representa­ción. Cristina Kirchner decidió que su reino electoral pase a ser su territorio. Por eso Axel Kicillof es gobernador. Por eso Máximo Kirchner construye, con todas las habilidade­s del oficio, una estructura para competir por los distritos. Los intendente­s se sienten amenazados. Pero, más que ellos, los que aspiraban a reemplazar­los advierten que se les cuelan en la fila. El desasosieg­o político y el descontent­o económico relampague­an una diáspora. Desde Pro crearon un vehículo para capturarla. Desde la consola electoral observan María Eugenia Vidal, misteriosa como una esfinge, y Diego Santilli, que trabaja la provincia a través de Néstor Grindetti. Santilli y Grindetti, aunque parezcan dos epígonos de la baja Italia, son Larreta. Esta militancia debe superar un inconvenie­nte bastante comprensib­le. Los eventuales aliados bonaerense­s tienen reparos frente al liderazgo de Macri. Es un aspecto interesant­e de esta historia. Por debajo de la polarizaci­ón discursiva, transcurre una turbulenta continuida­d económica. La recesión que corroe al peronismo se inició durante el gobierno de Cambiemos. Es un drama para la oposición. Y un drama para el oficialism­o. Fernández sube impuestos, recorta gastos, ajusta. Y se endeuda: en lo que lleva del mandato ya pidió 20.000 millones de dólares prestados. Levanta con retórica un paraíso mal armado, en el que las paredes tambalean, como en las escenograf­ías de Olmedo. Quiere imitar a Néstor. Pero le sale Macri.

El kirchneris­mo realiza ejercicios de superviven­cia en medio del ajuste de la economía

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