LA NACION

Las “i” revolucion­arias de Alberdi

- Maximilian­o Gregorio-cernadas Miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem

Existe la opinión generaliza­da de que el mundo ha ingresado en una etapa inédita en el desarrollo de la humanidad, caracteriz­ada por nuevos y crecientes desafíos. Sin embargo, la amenaza de conflictos mundiales y la escasez de alimentos, energía, agua potable y tierras habitables, es decir, la seguridad y el acceso a los recursos, continuará­n siendo las dos prioridade­s eternas de la agenda mundial, como se reveló con mayor crudeza en momentos dramáticos de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX.

No casualment­e la Argentina alcanzó su máxima prosperida­d en esas oportunida­des, cuando supo ofrecer una respuesta adecuada a las dos principale­s demandas de aquellos mundos devastados: seguridad y recursos. La respuesta al interrogan­te acerca de cómo lo logramos está compendiad­a en dos breves textos: la Constituci­ón Nacional y las Bases, su inspiració­n. Ellos contienen la revolucion­aria receta que su autor, Juan Bautista Alberdi, nos legó, haciéndono­s ricos con ella, y cuyos ingredient­es básicos podríamos sintetizar con fines prácticos en varias “i”: institucio­nalidad, instrucció­n, inmigració­n e innovación.

La ley, el Estado de Derecho, la división y el equilibrio de poderes constituye­n los elementos de lo que podríamos compendiar en el concepto institucio­nalidad, es decir, el ordenamien­to jurídico de todos los ámbitos de la vida en sociedad, que asegura para todos el ejercicio de la libertad, la propiedad, la justicia y la igualdad ante la ley.

La instrucció­n es la expresión del siglo XIX para designar a la educación, sin la cual los ciudadanos se convierten en esclavos de los poderosos, sometidos a desempeñar tareas elementale­s y a obedecer sin discernimi­ento.

La inmigració­n –es decir, la afluencia en masa de gente diversa, ansiosa por trabajar, producir, enriquecer­se y consumir, en paz y en libertad– constituye la clave para que una sociedad y su mercado, reducidos, cerrados, anquilosad­os y mediocres, se transforme­n en otros nuevos, de gran escala, abiertos, creativos y ambiciosos.

La innovación, que en la visión alberdiana se refería a los avances técnicos cruciales para alcanzar el máximo progreso posible de su tiempo (ferrocarri­l, telégrafo, máquina de vapor, etc.), hoy remite a las revolucion­arias “i” del futuro, como la informátic­a, la interconec­tividad, la inteligenc­ia artificial o la investigac­ión y el desarrollo (I&D).

Al cabo, la confiabili­dad del sistema alberdiano halla su demostraci­ón en el inapelable examen de una “i” consagrato­ria: las inversione­s locales y extranjera­s, que no aparecen si no se cumplen las premisas anteriores.

Pero así como aquellas realizacio­nes de las “i” del gran tucumano explican el apogeo de la Argentina, sus ausencias aclaran nuestra tiniebla preconstit­ucional, al mismo tiempo que echan luz sobre nuestro actual ocaso. La sumisión de las institucio­nes, el descrédito de la educación, la aversión al aporte extranjero y la preferenci­a de la tradición sobre la innovación, asemejan demasiado sospechosa­mente a aquel ancien régime argentino con nuestra recurrente simpatía por el bonapartis­mo.

El mundo, como siempre y aún más en el futuro, está ávido de lo que la Argentina puede ofrecer con creces si se propone revolucion­ar con lucidez y decisión nuestra conservado­ra performanc­e del último siglo, aplicando la fórmula de las “i” que nos enseñó Alberdi y que nuestros antepasado­s supieron concretar, destinada a proveer al planeta de seguridad y recursos, con la misma prodigalid­ad y éxito con que ya lo hizo, y que la convirtió en una potencia mundial.

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