LA NACION

Impacto de selección

La historia de la figura que, hasta la semana pasada, casi nadie reconocía en la calle

- Albero Cantore

Con apenas seis años, Nicolás González enseñó la misma templanza que lo acompaña en este presente de ensueño con la selección, después de los goles frente a Perú y Paraguay, por las eliminator­ias para el Mundial de Qatar 2022. Cursante de segundo grado de la escuela primaria, River reclutó al esmirriado futbolista que descollaba en el baby-fútbol en Parque Chas, aunque desde los cinco años lo hacía en Sportivo Escobar y en Club Belén, también de la localidad de la zona norte. La idea de los millonario­s era ficharlo para que jugara en las competenci­as infantiles organizada­s por la AFA y también en indoor, pero la aventura por Núñez duró un suspiro. “No quise ir más, no me prestaban atención. No me gustó y no quise seguir. También estuve en Platense, fui a una práctica y tampoco fui más”, recordó el ex jugador de Argentinos, que es la cifra récord por una venta para la entidad de la Paternal: otros tiempos, sí, pero escandalos­amente más de lo que ingresó cuando transfirie­ron a Maradona.

Nunca le escapó al esfuerzo y al sacrificio, aunque la ilusión de convertirs­e en jugador profesiona­l estuvo a punto de derrumbars­e. “A Nico lo conocí en 2008, cuando me hice cargo de la coordinaci­ón de las categorías infantiles de Argentinos. Él estaba en preinfanti­les, pero hizo todo el proceso con nosotros, porque después cuando pasó a juveniles también estuve en la coordinaci­ón. Con 14 años no le tocó jugar y vino a pedirnos el pase. Le explicamos que lo mejor era que se quedara, que no jugar en esa etapa era algo normal. Lo entendió, hizo lo correcto y siguió con su meta”, comenta Fernando Batista, actual selecciona­dor de la Sub 20 y Sub 23 de la Argentina.

¿Por qué es normal no jugar? A Speedy, un apodo que no prendió y por eso después le pusieron Turbo, aunque finalmente todos los llaman Nico, le preocupaba la falta de crecimient­o físico, de desarrollo. Para Batista, eso no era una inquietud. “Es bueno escuchar a Nico decir que se quería ir y se quedó, es un ejemplo para muchos padres que en la desesperac­ión de ver que su hijo no juega en novena o en octava división confunden a los chicos. El futbolista a partir de la sexta y quinta categoría toma la dimensión de titular. En el proceso anterior, todos alternan: juegan y son suplentes. Y eso está bueno, porque si toda la vida fuiste titular, cuando te suben al plantel de primera y te quedás fuera de la lista de concentrad­os empezás a dudar de tus condicione­s, a no entender lo que debiste conocer antes. O ves cosas raras y fantasmas por todos lados”.

El arribo a Argentinos fue fortuito, podría decirse. “Mi hermano jugaba al baby en Parque Chas y el entrenador, Rodrigo Lista, preguntó quiénes tenían hermanos. Ahí me presenté. Después llamó a mi casa y consultó su quería ir a jugar a Argentinos y acepté. No tuve pruebas, me anotaron directamen­te. El club siempre me brindó apoyó y se preocupó por mí desde el primer momento”, aseguraba González, el especialis­ta en los goles para que sus equipos asciendan. Autor del tanto frente a Gimnasia y Esgrima de Jujuy, en el recordado equipo que construyó Gabriel Heinze en 2017, y fue el artillero –14 festejos en 27 partidos– en la campaña que devolvió en junio pasado a Stuttgart a la Bundesliga.

Con Batista tiene una relación de años y por esa razón quedó agobiado, después de la expulsión en el estreno de los Juegos Panamerica­nos de Lima 2019. Una patada en la cabeza del arquero ecuatorian­o Gabriel Cevallos le valió la tarjeta roja al N°10. Para González, que se retiró con la cabeza hundida en la camiseta, era una oportunida­d dorada que se esfumaba, después de no ser cedido por Stuttgart para el Preolímpic­o de Colombia. El desquite, sin embargo, tuvo el sabor más dulce: se colgó la medalla de oro con la selección.

Con Batista se formó, pero fue Heinze el entrenador que lo marcó en primera división. “No es un loco, es un amante del fútbol y se disfruta de un técnico así”, disparó, cuando lo consultaro­n sobre la rigidez que exhibe el Gringo en una cancha, una imagen que desaparece y se convierte en paternal en el día a día: “Se me pone la piel de gallina. Tenía 19 años y no me daba cuenta de lo que estaba pasando. Además, ese equipo jugaba bárbaro y el técnico le dio su impronta. Es el mejor que tuve: un día me agarró y me dijo ‘ya vas a tener tiempo para ir al shopping, salir a bailar o ver a una chica, primero dedícate a esto que te va a dar mucha satisfacci­ón”, recordó Nico, en una entrevista con TYC Sports.

La angustia de los tiempos de las tres horas de ida y otras tres de regreso –trayecto que hacía con combinació­n de trenes, colectivos y combis– desde el barrio Stone, de Belén de Escobar, al Bajo Flores, tienen su recompensa. “Es fuerte de cabeza, muchas veces superior a la de un jugador de su edad. Batista siempre le decía a la familia, ‘no es importante que juegue ahora, es importante que llegue a primera’. Y esa enseñanza la incorporó. En Alemania vive solo, ahora están viajando sus padres, personas humildes. Ladaptació­n fue difícil por el idioma, pero tuvo la ayuda de Santiago Ascacibar y de Emiliano Insúa [el volante fue transferid­o a Hertha Berlin y el lateral a Los Ángeles Galaxy, de la MLS]. Ahora entiende y habla, y también tiene la compañía de Mateo Klimowicz [hijo de Diego, goleador que se inició en Instituto]”, señala José Titolo, su representa­nte, en una charla con radio Continenta­l.

La explosión de Nico González en la selección provoca repercusio­nes, aunque el jugador se mantiene con aquella firmeza que demostró a los siete años, cuando decidió que jugaría donde era arropado. “Que se desarrolle en Stuttgart, que se concentre en el club y en sus desafíos a corto plazo, porque la selección recién vuelve en marzo”, desliza su agente, cuando lo consultan sobre el futuro del delantero que en dos partidos coronó el pleno del selecciona­dor Scaloni.

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AFP Un gol a Paraguay, en la Bombonera, y otro a Perú, en lima, con la firma de un tal González

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