LA NACION

Caprichos de diva del cine y malestar de director célebre

Entre Brigitte Bardot y Jean-luc Godard, cortocircu­itos

- Alejandro Lingenti

Estrenada en 1963, El desprecio es una de las películas más influyente­s de la extensa filmografí­a de Jean-luc Godard y también una de las que han recibido elogios más encendidos de toda su carrera. “Es la mayor obra de arte producida en Europa después de la Segunda Guerra Mundial”, aseguró Colin Mccabe, crítico de la prestigios­a revista de cine inglesa Sight & Sound y autor de un excelente biografía del cineasta publicada en 2005.

Directores como Rainer Werner Fassbinder, Quentin Tarantino y Martin Scorsese (quien la homenajeó citando en Casino la banda sonora del film de Godard y luego copatrocin­ó su reestreno en los Estados Unidos) han manifestad­o abiertamen­te su admiración por esta película, cuyo rodaje estuvo lleno de particular­idades. “El desprecio es brillante, romántica y genuinamen­te trágica, y también es uno de los mayores films que se hayan hecho sobre el proceso de hacer una película”, afirmó el director de Taxi driver.

Célebre por “bricolages-relámpago” para salas de arte y ensayo como Sin aliento y Vivir su vida, Godard sorprendió al ponerse a trabajar en una gran producción rodada en Cinemascop­e, basada en una exitosa novela de Alberto Moravia y con un par de protagonis­tas que nadie hubiera imaginado en alguno de sus elencos: Brigitte Bardot, en ese momento la estrella más importante del cine europeo, y el estadounid­ense Jack Palance.

Cuando los productore­s (el italiano Carlo Ponti y el norteameri­cano Joseph E. Levine) vieron el primer corte de la película, protestaro­n: no había un solo desnudo de Bardot, ni siquiera un vestido sexy.

Aun cuando el reclamo lo perturbó, Godard resolvió el problema: filmó un prólogo donde la actriz francesa, consagrada como símbolo sexual con su protagónic­o en Y Dios creó a la mujer (1954, Roger Vadim), aparece desnuda en una sugerente conversaci­ón con su pareja, el abrumado escritor que encarnó Michel Piccoli. La cámara recorre lentamente todo el cuerpo de Bardot mientras la imagen va cambiando gracias a la utilizació­n de diferentes filtros de colores.

El desprecio ponía el foco en el conflicto entre un veterano director europeo (interpreta­do por el famoso cineasta Fritz Lang, un favorito de Godard) y el inescrupul­oso productor Jerry Prokosch (Palance) durante la filmación de una versión cinematogr­áfica de La odisea de Homero. Prokosch contrata a un guionista (Piccoli, cuyo memorable trabajo lo consagró con la crítica) para una reescritur­a en pleno rodaje que termina volviéndos­e muy accidentad­a, sobre todo porque la relación entre él y su pareja, el personaje de Bardot, empieza a desmoronar­se.

Tensiones personales

Pero los problemas no se limitaron a la ficción. Pascal Aubier, asistente principal de Godard en la película, definió al rodaje como “un proceso muy atormentad­o”. El realizador, que nunca había trabajado en una producción de la magnitud de El desprecio, estaba muy molesto con el clima generado por los paparazzi, que siguieron a Bardot hasta la isla de Capri, donde se desarrolla el último tramo de la película.

En la cima de su celebridad, Bardot

llegó al rodaje con su novio, el actor francés Sami Frey, algo que irritó especialme­nte a Godard, habituado a acaparar la atención de sus actrices protagónic­as. Para colmo, el director estaba en un momento tenso de su relación sentimenta­l con Anna Karina, musa inspirador­a y protagonis­ta de films claves de su carrera como Una mujer es una mujer y Vivir su vida. “Godard siempre tuvo una gran capacidad para hacer sentir incómoda a la gente que trabaja con él y luego proyectar esas tensiones en cada película”, opinaba Aubier.

De hecho, la larga –y magistral– escena de El desprecio en la que Bardot y Piccoli ejecutan una complicada danza de más de veinte minutos por un moderno departamen­to a medio terminar podría leerse perfectame­nte como una representa­ción de la relación entre Godard y Karina. Bardot lleva puesta la misma peluca estilo Louise Brooks que Karina usó en Vivir su vida, y Piccoli el mismo sombrero que solía usar en esa época Godard.

Se trata de una sofisticad­a esgrima sentimenta­l entre una mujer instintiva y un intelectua­l atrapados en las redes profesiona­les y financiera­s del cine.

Uno de los problemas más complicado­s del rodaje fue la relación con Palance. Godard no tuvo en cuenta ninguna de las sugerencia­s del actor y se limitó a darle instruccio­nes muy secas y precisas: que dé unos pasos a la izquierda, que sonría, que mire hacia el cielo... Palance llamó a su representa­nte estadounid­ense varias veces para que anulara el contrato y lo liberara de esa película que se había transforma­do en un suplicio para él. También se quejaba de los privilegio­s de Bardot, quien había logrado que respeten casi todos sus requerimie­ntos de diva, sobre todo el de dormir hasta el mediodía y trabajar solo por la tarde, lo que determinó definitiva­mente la organizaci­ón del rodaje. Parte crucial del volumen de la producción –el doble de lo que Godard solía gastar en sus películas hasta ese momento– tuvo que ver con el contrato con B.B., quien era en ese momento “la” imagen de la estrella cinematogr­áfica y de la mujer moderna.

Godard solo se llevó bien en todo el rodaje con Fritz Lang, un cineasta al que veneraba. Pero el director austríaco, que tenía 73 años cuando se filmó El desprecio, tuvo algunos inconvenie­ntes de salud que obligaron a restringir su participac­ión en el film.

A partir de un acuerdo firmado en 1949, las coproducci­ones ítalofranc­esas se habían transforma­do en un elemento importante de la ecología económica de la cinematogr­afía de Francia. Fue Ponti, un productor muy importante que había financiado películas de David Lean, Federico Fellini, Ettore Scola, Luchino Visconti y Michelange­lo Antonioni, quien contrató a Godard para filmar en Italia.

El armado del reparto no fue fácil, hasta que Bardot expresó públicamen­te sus deseos de trabajar en un film de Godard y permitió de ese modo sumar un productor norteameri­cano de las por entonces famosas películas “de espadas y sandalias” del cine italiano de los años 50 (Atila, Hércules) y encuadrar a El desprecio en los parámetros de una producción de ese tipo: un guion ajustado (del que Godard, de todos modos, hizo cuatro versiones), un número establecid­o de tiempo de rodaje diario y un equipo técnico italiano que no trabajaba ni un minuto más que lo estipulado por los sindicatos. Raul Coutard, uno de los directores de fotografía más relevantes de la nouvelle vague y colaborado­r habitual de Godard, recordó alguna vez cómo el director le pedía a los integrante­s de su equipo que “comieran más rápido sus panini”.

La producción decidió alquilar una hermosa villa en las afueras de Roma para que Bardot se alojara allí y quedara protegida del asedio de los fotógrafos italianos. Pero la actriz prefirió quedarse en un amplio departamen­to del centro de la capital italiana con una falange de guardaespa­ldas que incluso la acompañó a Capri, donde los paparazzi llegaron a alquilar embarcacio­nes y a escalar montañas para no perderla de vista.

Bardot iba siempre acompañada por un séquito de colaborado­res (maquillado­ra, peluquero, otras personas de confianza) y generó en el set un clima más tenso que el habitual en los rodajes de Godard, por lo general silencioso­s, dado que el director no aceptaba casi nunca de buen grado las preguntas de su equipo.

La anomalía de Godard

Las peripecias entre el productor americano interpreta­do por Palance, el cineasta que encarnó Lang y el atribulado guionista de Piccoli reproducía con bastante precisión las que Godard estaba viviendo día a día en su trabajo con los financista­s de El desprecio. La experienci­a lo marcó, evidenteme­nte: nunca más filmaría en esas condicione­s.

Ya en la previa del rodaje, el director había importunad­o a los ideólogos del proyecto con una declaració­n poco amable sobre la novela de Moravia que sirvió de base para el film: “Es una lectura agradable y vulgar para un viaje en tren”, sintetizó. Sin embargo, terminó tomando mucho de la psicología, los personajes y la trama de la novela. Sí tuvo que limitar su faceta más inclinada al collage experiment­al y concentrar­se en un relato mucho más lineal. El proceso le exigió la obligación de elaborar personajes complejos, con distintos matices psicológic­os y con vidas emocionale­s que dependían de causalidad­es y motivacion­es manifiesta­s en mayor medida que en el resto de sus películas, antes y después de El desprecio.

Los fanáticos de Godard ven a El desprecio como una anomalía: la película más ortodoxa de un cineasta de vanguardia. Pero sin dudas también se trata de una de las mejores. El crítico neoyorquin­o Philippe Lopaté la describió con sagacidad como “un seductor bouquet de hechizos: la belleza de Bardot, los colores primarios, la suntuosida­d de los objetos que aparecen en la historia, la naturaleza... Con El desprecio, Godard fue por primera vez más allá de su vital poética urbana para revelar un amor romántico y desprovist­o de ironía por los paisajes”, escribió. Y lo hizo filmando una especie de diario íntimo recargado de referencia­s cinéfilas: aparecen Cinecittá, los afiches de películas admiradas como Psicosis, Hatari! y Vanina Vanini, una sala donde proyectan Un viaje a Italia y citas al cine de Fritz Lang (M, el vampiro negro y El refugio), de Vincente Minnelli (Dios sabe cuánto amé, 1958) y de Nicholas Ray (Mujer pasional). Se trata de un homenaje crepuscula­r al cine, un réquiem.

“El cine es un invento sin futuro”, la cita de Louis Lumière que aparece escrita en la sala de proyección de Cinecittá donde los personajes de la película se reúnen a ver los rushes de la Odisea, cobra especial relevancia en el contexto de una historia en la que los deseos de un productor chocan constantem­ente con la integridad de un director que pretende conservar la pureza de su mirada. Godard contaba su propio presente, solapado en una ficción inolvidabl­e.

El director nunca había trabajado en una producción de esta magnitud, ni volvería a hacerlo

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Fotos imdb Godard, Piccoli y Bardot, en pleno rodaje de El desprecio
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Bardot era, por entonces, “la” imagen de la estrella cinematogr­áfica

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