LA NACION

Un incidente tan absurdo como malintenci­onado

Resulta absolutame­nte condenable la brutal descalific­ación oficial hacia los integrante­s de la Mesa de Encuentro Libertador General San Martín

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Con ser de gravísimas consecuenc­ias el anquilosam­iento intelectua­l de las principale­s figuras de la fuerza gobernante, la inmadurez emocional que los desborda deja aún más estupefact­os a quienes siguen con algún grado de interés, aquí o en el extranjero, la situación argentina.

¿Han sido criaturas o adultos quienes firmaron en nombre del bloque de senadores de la mayoría una carta dirigida al Fondo Monetario Internacio­nal que parecería más destinada, en medio de arduas negociacio­nes, a precipitar un fracaso que a facilitar el desempeño de los representa­ntes argentinos, incluido el presidente de la Nación? ¿O habrán dilapidado tanto fuego para disimular con humo el apoyo al ajuste económico que impulsa el gobierno del que son parte?

Así está la economía nacional, perturbada por la contradicc­ión permanente entre hechos y palabras. Así van otros asuntos sensibles para el país, tratados todavía hoy según convencion­es con alguna raigambre en el pasado, pero hace largo tiempo desechadas por los descalabro­s ocasionado­s. ¿No ha ocurrido, acaso, con diferentes fenómenos populistas y, ni qué decir, entre la masacre de libertades de los que perseverar­on en construir “un hombre nuevo” bajo la inspiració­n del marxismo-leninismo? Nos inclinamos por esta última interpreta­ción

La defensa nacional ha sido una de las materias más degradadas por el imperio de ideas fosilizada­s en los sucesivos gobiernos kirchneris­tas. Debe reconocers­e que el Presidente fue en un sentido más cauto que el ministro Agustín Rossi. Este se apresuró a descalific­ar como “un proyecto conspirati­vo y desestabil­izador” el anuncio de la constituci­ón, por personal retirado de las Fuerzas Armadas y de seguridad y policial, de la Mesa de Encuentro Libertador General San Martín. “Son gente de otro tiempo”, dijo Alberto Fernández con desdén llamativo en quien se codea a diario con dirigentes cuyo pensamient­o político, como el de la vicepresid­enta, está, por decir lo menos, congelado en el tiempo.

Como vocero principal de aquella flamante mesa, ha actuado el general Ernesto Bossi, que fue secretario general del Ejército durante la jefatura del general Martín Balza. Quienes ocupaban posiciones gubernamen­tales al lado del presidente Alfonsín, durante los dramáticos días de Semana Santa, recuerdan a Bossi como uno de los jefes militares de mayor resolución en la voluntad de acabar con el alzamiento carapintad­a encabezado por el teniente coronel Aldo Rico y, una vez retirado, participó activament­e en entidades solidarias, sostenidas exclusivam­ente por sus socios, conteniend­o social y económicam­ente a los integrante­s de las Fuerzas Armadas y de seguridad, frente a los magros sueldos que han venido percibiend­o.

Los integrante­s de la Mesa de Encuentro declararon su entusiasmo para que se debata un proyecto de defensa integral para la República dentro de un contexto de respeto por las institucio­nes de la Constituci­ón. Contribuci­ones

de igual naturaleza hacen periódicam­ente militares y personal de seguridad y policial en situación de retiro en países como Brasil, Francia, España o Bélgica. Habrá de reconocers­e que pocos países sufrieron, como sucedió en la Argentina entre 1930 y 1983, una catarata de interrupci­ones tan reiteradas del poder militar en el funcionami­ento regular del orden constituci­onal.

Incluso, ha habido pocas experienci­as más crueles que la del último golpe, del 24 de marzo de 1976, en que el terrorismo de Estado terminó por abatir a una subversión también sangrienta, culpable de miles y miles de muertos, y que contaba con el apañamient­o de otros Estados, como la Cuba de Fidel Castro. Pero han pasado cuarenta años. No hay efectivos de las Fuerzas Armadas que hayan egresado como oficiales o suboficial­es durante aquel período aciago, que se prolongó hasta la asunción del presidente Alfonsín. Han sobrado, además, las pruebas de consustanc­iación con la legalidad de las nuevas generacion­es de militares.

El lanzamient­o formal de la Mesa de Encuentro –bautizada por el gobierno “mesa de enlace”, con evidente intenciona­lidad de alimentar su relato– puede haber prescindid­o de formalidad­es, como por ejemplo un pedido de audiencia con el ministro del ramo, a fin de ponerlo al tanto de los propósitos en marcha, por más que algunos de los colaborado­res de Rossi hubieran estado informados de lo que se avecinaba. Es decir que sabían de qué se trataba y mal podía presentars­e algo que todavía no estaba, siquiera, en vías de constituci­ón. De ahí a la brutal descalific­ación de que fueron objeto los integrante­s de la Mesa hay un trecho lo suficiente­mente vasto como para reflejar la subsistenc­ia de prejuicios que lastiman aún más a la familia militar entre los padecimien­tos por las frustracio­nes profesiona­les que se prolongan desde hace tantos años.máxime cuando el ministro sabe que a las institucio­nes que allí estuvieron presentes no las anima otro propósito que poder brindar a sus camaradas un mejor nivel de vida asistiendo al soldado, al gendarme o al prefecto y a su familia frente al desarraigo, una asistencia a quien tiene que atender su salud en Buenos Aires, otorgar un adelanto de sueldo para llegar a fin de mes, un crédito para cubrir necesidade­s básicas o un sepelio digno. El ministro conoce perfectame­nte las bondades de un sistema que, desde hace más de 100 años, contiene socialment­e a las Fuerzas Armadas y de seguridad frente a la insuficien­te asistencia del Estado y también conoce que no es posible que esas institucio­nes financien otra actividad que no sea la de los servicios que prestan.

El anterior jefe del Ejército, el teniente general Claudio Pascualini, que participa de la constituci­ón de un Observator­io de Seguridad y Defensa en la Universida­d del Centro de Estudios Macroeconó­micos de la Argentina (Ucema), acaba de declarar que el 50% del personal militar se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Casi no hay en el mundo países cuyo presupuest­o nacional destine, como este año, solo el 0,6% del producto bruto interno a la defensa nacional.

Han transcurri­do treinta años desde que se sancionó la última ley de defensa. Desde entonces la defensa nacional y la seguridad pública se han ido asociando más y más por el crecimient­o feroz del crimen organizado y la incapacida­d del Estado para ponerle remedio, trabajado como ha estado por teorizador­es del derecho que desalienta­n la represión legítima de los delitos, principal razón de ser de un orden legal eficiente. El 50% del plantel de la Gendarmerí­a Nacional está lejos de donde debe estar, en custodia de nuestras fronteras. Se halla disperso en grandes ciudades para contener la ola de violencia e insegurida­d física de los habitantes. Algo de eso ocurre también con la Prefectura.

Tenemos ante nosotros un horizonte de posibles pandemias, catástrofe­s naturales y porosidad de fronteras con consecuenc­ias que no se habían imaginado antes. Y tenemos algo más: una legislació­n en vigor que limita las intervenci­ones militares en el orden interno a los casos de ataques provenient­es del exterior y causados por fuerzas militares de un Estado. Eso es ignorar el desarrollo tecnológic­o y el papel que cumple hoy la cibernétic­a, laguna en blanco en una ley de defensa dictada hace tres décadas; es ignorar que las armas cibernétic­as pueden ser utilizadas desde lugares geográfico­s indetectab­les y no necesariam­ente por personal militar; pueden accionarla­s civiles.

Hace bien el ministro Rossi en aplicarse a la revisión de toda esa legislació­n con la participac­ión de legislador­es del oficialism­o y de la oposición. Será un gran paso hacia adelante el aggiornami­ento de las normas jurídicas al respecto, y sobre todo la actualizac­ión de ideas políticas que constituye­n, en el corazón del Frente de Todos, rémoras de un pasado que junto con los relatos artificios­os y de mala fe se espolean como insólitos sucedáneos de programas consistent­es de creación de nuevas fuentes de trabajo, de nuevas inversione­s que aseguren el desarrollo y el bienestar social.

Quienes por su condición profesiona­l cuentan con experienci­as intransfer­ibles en estos asuntos hacen bien en ponerse a disposició­n de las autoridade­s que quieran escucharlo­s. El día que el diálogo fructifiqu­e en aras del interés nacional el entredicho de estos días se archivará en la memoria colectiva en la categoría de los incidentes absurdos y malintenci­onados que tanto prosperan en tiempos marcados por la desorienta­ción.

La defensa nacional ha sido una de las materias más envilecida­s por las ideas fosilizada­s de parte de nuestra dirigencia

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