LA NACION

Lo que hace un futbolista tiene más potencia que Lo que dice un presidente

Palabra de caudillo: “Los jugadores deben hacerse cargo de lo que representa­n, y a veces da miedo”; retirado en 2018, dice: “Dejar de jugar fue un poco como resucitar, o empezar a vivir”

- Texto Cristian Grosso

La charla comenzó hace casi una hora, cuando tomó el volante del auto en el estadio Morumbí y apuntó hacia su casa, en el paulista barrio Jardins. Acaba de detenerse frente al estacionam­iento del edificio. “Llegamos de Australia y llegamos sin nada”, suelta con tono todavía culposo. Fútbol y patria se han entrelazad­o en toda la entrevista con Diego Lugano, que en aquella cicatriz deja ver su sentido de pertenenci­a. Uruguay había perdido por penales el repechaje en Sydney y Alemania 2006 sonaba a queja de bandoneón. El relato es una acuarela de sentimient­os. Prólogo para entender todo lo que vendrá después.

“Aterrizamo­s en Carrasco a las 8.30, y esa misma noche yo volaba para Brasil porque jugaba en San Pablo. Mi viejo me vino a buscar con su Golcito modelo ‘81. Me iba por unas horas a mi ciudad, a Canelones, a almorzar con ellos, a tomarme unos mates. Me iba para esconderme un poco, para huir… La poca gente que estaba en el aeropuerto había ido a putearnos, lógico. Subimos al auto y mi viejo me apunta: ‘Antes de ir pa’ casa, vamos a dar una vuelta’. Y arrancó. Me empezó a pasear por los barrios de la periferia de Montevideo. Y

me decía… ‘¿Ves a aquel parroquian­o? Mirá cómo va trabajar con la cabeza gacha. Mirá aquella viejita que va al supermerca­do, tampoco levanta la mirada. Mirá aquellos gurises que van a la escuela pateando piedritas…, ni se hablan entre ellos. ¿Te das cuenta lo que hicieron? Ustedes mataron el país, ustedes mataron un país, dense cuenta de lo que hicieron. Pasale este dato

a tus compañeros’. Y era verdad”, remata Lugano. “No sé para ustedes, pero en Uruguay cambia la dinámica del país si no vamos al Mundial”, pregunta y advierte. Está convencido de que ese fenómeno de identidad no se consigue en ningún otro rincón del planeta.

Su teoría se afirmó cuatro años después. “Cuando volvimos de Sudáfrica 2010 con el cuarto puesto, vivimos la otra cara: medio país estaba en las calles para recibirnos. Y Uruguay cambió de humor. Nueve meses más tarde hubo récord de natalidad, el consumo interno también alcanzó cifras récord, fue el momento de mayor popularida­d del presidente de la República… La gente estaba feliz y era por el fútbol. Cómo no vas a tomar entonces actitudes extra campo si un país reacciona así en base a lo que haces, bo’. Tenemos que ser, mínimo, la mejor versión de nosotros mismos. Después, ganarles a las potencias es difícil, nos sacan ventaja de todos lados. Pero en Uruguay, el fútbol es marca país. Argentina también, pero es fútbol, tango, el Papa…, y Brasil también es carnaval, playas y Ayrton Senna. Uruguay es el fútbol”.

Histórico capitán charrúa, dejó de jugar en enero de 2018 pero se apasiona igual que antes. Sigue marcando, aunque ahora, prioridade­s. “Un líder nunca puede dejar de ser coherente en lo que intenta transmitir o imponer. El mensaje y los hechos nunca pueden distanciar­se, en ese error el líder jamás puede caer”, avisa. Acaba de cumplir 40 años y con esa responsabi­lidad se toma la vida. Ahora, como embajador de San Pablo, club donde es un ícono tras ganar la Libertador­es y el Mundial de Clubes, entre varios títulos. “¿Viste que dicen que el jugador de fútbol muere dos veces: una cuando deja de jugar y otra cuando efectivame­nte morimos…? En mi caso, dejar de jugar fue un poco como resucitar, o empezar a vivir. Es lindo jugar, es linda la adrenalina…, pero todo lo que conlleva, no. Ser un jugador elite, ser un junera gador de referencia, tener la responsabi­lidad de liderar es un desgaste grande y una gran exposición. Entonces, en vez de morir, resucite. Salir de esa rutina impuesta que tiene el jugador me ha hecho bien. Ser futbolista de elite no solamente requiere jugar bien los 90 minutos, no, también demanda dejar de lado muchísimas cosas que, tal vez, el púbico no ve ni sabe. Claro que mi actual rol de directivo me permite seguir involucrad­o, seguir en el ambiente, y eso, quizás, también me la hace más fácil. Pero no sentí para nada dejar de jugar”.

–¿Los exfutbolis­tas tendrían que volcarse más a funciones directivas?

–Creo que la tendencia va en alza. Pero el hecho de haber sido un gran jugador no te da ninguna autoridad para ejercer cargos dirigencia­les. Es otro mundo, es otra made ver el mismo deporte. Hay que estar preparado para eso, desde el conocimien­to y desde las emociones, porque hay que adaptarse a un mundo político, donde la toma de decisiones es muy diferente a la atmósfera de un vestuario.

–¿Los dirigentes tradiciona­les no los dejan entrar o al exfutbolis­ta no le interesa involucrar­se?

–Te diría que las dos razones son ciertas. Si bien a mí me gusta lo que estoy haciendo, debo confesar que me cuesta asumir que la toma de decisiones ya no dependa de mí, como ocurría en el vestuario. Seré una voz importante, pero ya no soy la voz que decide. Sufro con eso, me da una ansiedad bárbara y muchas veces no sé cómo lidiar. Estaba acostumbra­do al vestuario, donde te imponés por personalid­ad, por carisma, por credibilid­ad y por conceptos. En una empresa hay jerarquías:

el que manda, manda. Y en mi caso es lo que más me cuesta. Por otro lado, muchos jugadores no se preparan o les cuesta adaptarse a este mundo dirigencia­l. Como también debo decir que hay otros que están preparados y no les abren la puerta.

–Al menos mientras juega, ¿al futbolista le falta sensibilid­ad para entender su dimensión social?

–Sí. A mis compañeros de la selección uruguaya, por ejemplo, en tiempos de mundiales o Copas América, siempre les comentaba que lo que nosotros hiciéramos iba a tener más potencia en los hogares que lo que dijera el Presidente del país. Entonces, tenemos que hacernos cargo de esa responsabi­lidad, hacernos cargo de lo que conquistam­os. Respeto al que actúe distinto, pero el fútbol tiene un acceso impresiona­nte y a través suyo se pueden cambiar muchas cosas.

El ‘Maestro’ Tabárez siempre decía: ‘El fútbol no es lo más importante en la vida, pero es el camino más rápido para mejorar las cosas más importante­s de la vida’. El fútbol puede llevar un mensaje de educación, solidarida­d, profesiona­lismo, dedicación, respeto. Los futbolista­s no tenemos la obligación, es cierto, ni nos dedicamos a eso ni nos pagan, pero está bien que nos hagamos cargo de lo que representa­mos. A veces da miedo, sí, porque esa responsabi­lidad es mucho mayor que patear un penal en la hora de una final. Entonces, muchos muchachos prefieren no atribuirse esa responsabi­lidad pensando que no correspond­e a su trabajo. En definitiva, depende de la conciencia de cada individuo.

‘Criollo hasta el tuétano’, como dicen del otro lado del Río de la Plata. Uruguayo hasta la médula, explota con la misma intensidad que cruzaba a un rival. No se hace el distraído en ninguna pregunta. ¿Futuro presidente de la Asociación Uruguaya, la AUF? Hoy no lo piensa. Está orgulloso por las conquistas de su generación fuera de una cancha: obligaron a cambiar el estatuto, renegociar contratos y derechos de imagen… “Desmonopol­izamos la AUF, que ha comenzado a liberarse comercialm­ente para trabajar como debe trabajar hoy una industria a nivel mundial. Terminamos con ese círculo vicioso que venía desde hace 100 años, donde 12 clubes, en realidad 12 presidente­s –que muchas veces no representa­n a los clubes–, mandaban sobre la pasión y la marca registrada de un país. El fútbol en Uruguay es todo, somos Uruguay hacia el fútbol. Te remontas a la Copa América de 1916, a la primera Olimpíada del ‘24 y al primer Mundial del ‘30, y nos empezamos a llamar Uruguay ahí. En esta época, el fútbol no podía ser dominado por 12 presidente­s que resolvían el futuro de Suárez, Cavani, Lugano, Godín, Peñarol y Nacional en una chacra tomando whisky y haciéndose favores. Y estaba todo tomado, hasta nivel político, porque Uruguay es chico y el que tiene fútbol tiene mucho poder. Éramos nosotros, los jugadores, o nadie los que podíamos revertir eso. Entendimos que debíamos asumir esa bronca y esa responsabi­lidad.

–¿Estuvieron todos convencido o hubo grieta entre los futbolista­s?

–El jugador, si se lo propone, tiene una fuerza enorme. Y es difícil ir contra el status quo que está hace 20/25 años e involucra a todos los estandarte­s del país, desde los máximos políticos hasta los máximos empresario­s, pasando por los medios. A mí, hoy, el 70% de la prensa de Uruguay, que cobra su salario justamente de la empresa monopólica que tiene los derechos del fútbol, no me quiere… Yo, yo principalm­ente, y mi generación, pasamos de ser héroes a ser el diablo, porque le estábamos estropeand­o un negocio. La AUF, hoy, tiene cinco o seis veces más ingresos en comparació­n a los que tenía hace algunos años. No actuamos contra nadie, sino a favor del patrimonio más grande que tiene nuestro país: el fútbol. Era muy cómodo para nosotros seguir siendo ídolos y alabados, y pasar por el sistema, sabiendo que no estaba bien, sin intentar hacer nada. Hubiese sido de cobardes, falsos y poco uruguayos. Si no lo intentábam­os íbamos a vivir con culpa.

–Tal vez los resultados se lo permitiero­n: el cuarto puesto en Sudáfrica 2010, la Copa América 2011…

–Pero mirá que a nuestra generación le señalan que no fue campeona del mundo. Y está bien, es una exigencia que te obliga a ir a más. Pero el fútbol hoy está mucho más igualado, es una industria millonaria cruzada por los intereses y se torna más difícil para todos. Brasil va para los 20 años sin ganar un Mundial… Europa está todavía mejor preparada hoy. Ooooobviam­ente también ha cambiado la dirigencia a nivel mundial, ya las grandes potencias de por acá no cuentan con el apoyo o la manito que tenían antes, y estoy hablando de Brasil y de la Argentina, que siempre tenían una manito de más, nadie lo puede negar… Tenían gente bien ubicada y con la vieja escuela, todos los que estamos en el fútbol sabemos muy bien de que estamos hablando, no hace falta entrar en detalles… Y eso también juega. Pero Argentina sigue siendo protagonis­ta.

–¿Alguna vez estuviste realmente cerca de jugar en la Argentina?

–Sí, sí, estuve. Ya de grande, cuando volví de Europa. Cuatro grandes de Argentina me buscaron. Y fue una decisión mía volver para Brasil; me inicié acá y quería terminar acá. Argentina está muy bueno para ir de joven y hacer tu camino, ¿pero ir ya de grande? Iba a ser más para problema que para disfrutarl­o. Yo ya me conozco… sacaba la cuenta y me daba un mes, mes y medio de sobrevida en cualquier equipo. Cuando venís de Europa ya estás de vuelta: tu nombre es mayor que tu rendimient­o. Entonces, la expectativ­a es por tu nombre y ya no lo correspond­és física ni futbolísti­camente. Creo que fui muy consciente.

–¿Fue una cuenta pendiente?

–Te cuento una anécdota. Una vez me llamó un director deportivo de un equipo grande de Argentina, No te voy a dar el nombre, pero fue un gran jugador y también dirigente, y me quería llevar. ‘Acá vas a ser ídolo con tu personalid­ad, tenemos muchos jóvenes y vos sos referente, pa, pa, pa, pa’. Le dije: ‘No, ya tengo 34 años, no tengo paciencia para hacerme cargo de todos los quilombos…’ Me insistió. Pero no, no: ‘Conozco la idiosincra­sia: cuando vas grande te tenés que hacer cargo de todo, y si no tenés un nombre en el club se te hace muy difícil, los pendejos están cada vez más sueltos, te vienen dos hinchas y te tenés que agarrar a los cachetazos…’ Y me repitió: ‘¿Estás seguro que no querés venir, seguro seguro? Bueno, entonces ya no te hablo como director sino como ex jugador: ¡No vengas nunca a la Argentina que es para dolor de cabeza!!’ Y Uruguay es igual, a no ser que hayas tenido una historia que te defienda ahí, como Tevez, o Verón en Estudiante­s. Yo en la Argentina hubiese durado dos días en cualquier equipo.

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@diegolugan­o Lugano, reflexivo y contundent­e: “En la Argentina hubiese durado dos días en cualquier equipo”

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