LA NACION

Las buenas noticias del cambio climático

En medio de la desolación, hay señales de esperanza; entre ellas, la acción juvenil y la posibilida­d de reactivar acuerdos multilater­ales tras el triunfo de Joe Biden en EE.UU.

- Texto Martín De Ambrosio

Hay un mecanismo conocido por su expresión en inglés llamado cherry picking

(elegir la cereza) y consiste en tomar la porción de la realidad o de la evidencia disponible que mejor se acomode a una idea preestable­cida, para reforzarla o hacer que una hipótesis parezca validada justamente por ese recorte de la realidad. Se trata de una falacia, algo científica­mente inválido porque no representa el universo como supuestame­nte debería. Algo que no está bien hacer… salvo que se diga explícitam­ente. Esta nota es entonces un compendio de buenas noticias ambientale­s, un cherry picking de sucesos y acciones positivas en medio de un siglo XXI que por momentos luce oscurísimo. Y se disimulará el hecho de que quizá no sean enterament­e representa­tivos.

Es que resulta inevitable, cuando se habla de temas ambientale­s, que predominen las noticias negativas: el avance del cambio climático con brutales consecuenc­ias, la pérdida de biodiversi­dad, los consumos y produccion­es poco sustentabl­es, la basura plástica, la sensación de que el futuro es ominoso, que se viene el colapso y que poco puede hacerse. Ese tipo de comunicaci­ón, que sí muestra lo que pasa con la civilizaci­ón humana, a veces es criticada debido a que puede llevar a la inacción: si todo está perdido, ya nada se puede hacer. De todos modos, incluso hacer ex

profeso esa selección positiva resulta difícil en medio de una enorme crisis originada por la mala relación humano-naturaleza (como si la naturaleza humana no fuera natural, dicho sea de paso), que calzó justo con la forma en que funciona la evolución y que en conjunto generaron la pandemia de coronaviru­s. Las fuentes consultada­s admitieron que en ocasiones resultaba difícil hacer esa selección, pero estas noticias –vale recalcarlo– están ahí, como cerezas que esperan multiplica­rse en medio de un lodazal.

La primera de las buenas noticias tiene que ver precisamen­te con la pandemia, por extraño que parezca. Ha quedado bastante claro cuál fue el origen sociobioló­gico de la pandemia, condición primordial para intentar evitar la próxima.

En medio de un panorama preocupant­e, es posible rescatar, en el país y el mundo, algunas señales que permiten mantener la esperanza en la preservaci­ón del ambiente; entre ellas, la acción comprometi­da de los jóvenes, una mayor conciencia general y el triunfo de Joe Biden en Estados Unidos pueden reactivar los acuerdos multilater­ales

“Ya está instalada la relación entre la pandemia, la degradació­n de los ecosistema­s y el cambio climático; eso lo veo dentro de lo positivo”, sostiene Pilar Bueno, investigad­ora del Conicet y profesora de la Universida­d Nacional de Rosario. “Los temas del ambiente se discuten desde marzo, cuando se empezó a hablar respecto de los peces que aparecían en los lagos de Venecia o los renos y otros animales salvajes en las ciudades. Hoy estamos mucho más cerca de admitir socialment­e y dar por sentada la relación entre pandemia, zoonosis y cambio climático”. En el mismo sentido, Bueno ve una “demanda de ambiente” disparada por la crisis: “En la medida en que se reconoce, por ejemplo, que los humedales no son algo suelto que pasa ahí lejos sino que no cuidarlos se relaciona con la pérdida de biodiversi­dad o posibles inundacion­es y sequías, se empieza a sumar una oferta distinta, incluso de políticas públicas distintas”, dice Bueno, que es negociador­a de la Argentina en las cumbres climáticas.

Andrés Nápoli, director ejecutivo de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), coincide en que la toma de conciencia es importante. “Hay un vínculo que hace la población respecto de que la pandemia tiene origen en la explotació­n de la naturaleza. Si somos capaces de identifica­r que hay que cambiar patrones de consumo y desarrollo, eso mismo nos llevará a un cambio sustancial. Por ahí empiezan las grandes modificaci­ones, aunque sea en medio de esta desgracia”, explica.

Biden en Francia

“Ahora Estados Unidos tiene un presidente que estará guiado por la ciencia en respuesta a las crisis climática y escuchará a los científico­s, en contraste con Trump y su gobierno, que de manera incesante mintió sobre este tema y empeoró el problema al detener o hacer más débiles las políticas del clima, y repetidame­nte marginó o silenció a los científico­s”, dice a Rachel la nacion Cleetus, directora del programa de energía y clima de la Unión de Científico­s Comprometi­dos, con sede en los Estados Unidos, tras las elecciones del 3 de noviembre en aquel país, en la que se impuso el demócrata Joseph Biden. “Las políticas basadas en la ciencia son importante­s también para el esfuerzo internacio­nal. Ahora tendremos un presidente que se ha comprometi­do a priorizar las necesidade­s de las personas comunes, no de los contaminan­tes, lo que incluye a comunidade­s de color y de bajos ingresos que sufren de manera desproporc­ionada el costo de la polución y los impactos climáticos”.

Eso incluye el regreso al más importante pacto climático mundial. En 2016, y un año después de la firma de ese Acuerdo de París, mediante el cual las naciones voluntaria­mente proponen y llevan a cabo compromiso­s para la baja de emisiones de gases de efecto invernader­o, el triunfo de Donald Trump había generado zozobra entre quienes trabajaban en esas arduas negociacio­nes. Más aún cuando, tras el semi fallido protocolo de Kioto, París se había armado a medida para facilitar el ingreso y la aceptación de los Estados Unidos. Por cuestiones burocrátic­as, la salida de ese país del Acuerdo llevó más de tres años: empezó en 2017 y se concretó este noviembre. ¿Cuánto haría falta para revertir esa situación y reincorpor­ar al segundo principal contaminad­or? “Cinco minutos”, apenas exageró un funcionari­o de la ONU consultado sobre el tema durante la conferenci­a de cambio climático de Madrid COP25, hace un año. Solo se requiere de una nota formal por parte de la presidenci­a, y adentro.

El triunfo Biden vuelve a darle aire al Acuerdo y a otras políticas ambientale­s, por más que varios estados dentro de la Unión –sobre todo, la potente Californi– siguieron actuando como si en efecto nunca se hubieran abandonado el pacto. Se da por hecho que bajo el nuevo gobierno demócrata, Estados Unidos volverá al multilater­alismo asimismo en asuntos de cultura y salud.

Efecto dominó

También respecto del Acuerdo de París se espera que en las próximas semanas y antes de fin de año, varios países mejoren sus compromiso­s de reducción de emisiones de gases de efecto invernader­o, llamados NDC en la jerga. Los expertos suponen que el equipo de Biden generará un nuevo plan nacional. “El cambio de la presidenci­a en Estados Unidos lo esperaban la Unión Europea, China y otros estados para presentar sus propias NDCS en estos meses, que serán quizá más importante­s”, analiza Bueno. La Argentina inició el proceso para hacer su nueva propuesta en lo que resta de 2020.

¿Y qué pasó con la COP de cada fin de año desde 1995? Entre las suspension­es al por mayor que dejó este esquivo 2020 se encuentra también la de la cumbre de cambio climático de la ONU, COP26, planificad­a para estos días en Glasgow (Escocia). Inmunizaci­ón mediante, será en noviembre de 2021. Sin embargo, quizá ese período de 24 meses tras la cumbre de Madrid en 2019, también llena de tropiezos y desencuent­ros, pueda servir para una mejor organizaci­ón. “Tal vez la suspensión ayude a dimensiona­r mejor algunas cosas. La reunión de Madrid fue de las peores de la historia, y fue especialme­nte lamentable para América Latina, con muchas incertidum­bres. Quizá haya sido mejor no tener COP en contexto pandémico y con Trump al mando. Ahora se espera ese nuevo gobierno, que se definan mercados que puedan ayudar a la arquitectu­ra de la ambición del Acuerdo de París”, dice Bueno. Además hay un progreso en los planes de neutralida­d carbónica, con las cuotas prometidas durante el año. “Recibimos anuncios alentadore­s”, dijo este 9 de noviembre António Guterres, secretario general de la ONU. “La Unión Europea, Japón y la República de Corea, junto con otros 110 países se han comprometi­do a la neutralida­d carbónica para 2050. Y China dice que lo hará para 2060. Eso significa que el 50% del PBI del mundo y la mitad de las emisiones de dióxido de carbono están cubiertas por este compromiso”. Además de anunciar los compromiso­s, hace falta llevarlos a cabo para que la temperatur­a del planeta no suba por 1,5º hacia fines de este siglo.

Movimiento de jóvenes

El futuro, el planeta en sus manos, sangre nueva y renovación: la lista de lugares comunes acerca de las nuevas generacion­es es amplia, pero lo cierto es que el proceso de toma de conciencia acerca de la necesidad de mejorar la relación entre el ser humano y la naturaleza antes de que sea muy tarde no es algo súbito sino progresivo. En ese continuo, el movimiento de jóvenes liderados por Greta Thunberg ha jugado un papel cada vez más central. Nicole Becker, cofundador­a de Jóvenes por el Clima Argentina, admite que tomó bien la victoria de Biden. “No es que depositamo­s ahí la esperanza, sino que la angustia por otro mandato de Trump era mucha”. Desde luego, los confinamie­ntos y las cuarentena­s suspendier­on la calle, una de las herramient­as de la sociedad civil, pero reforzaron la virtualida­d. “Hicimos la campaña #Latinoamér­icaenllama­s, que unió a movimiento­s de la región en base a la misma consigna, porque sufrimos la misma situación ante los incendios. Creemos que fue un punto de inflexión para abordar la crisis climática en la América Latina. Además, el movimiento siguió

creciendo, se instaló más en la agenda mediática, a pesar de no poder movilizar”, resumió Becker, estudiante de Derecho.

Pero los jóvenes son un vértice de un movimiento más grande, según Cleetus. “En general, el movimiento climático global me da mucha esperanza”, dice. “Se trata del más amplio, más diverso y más poderoso que yo haya visto, con la juventud, líderes por la justicia ambiental, trabajador­es, activistas comunitari­os, religiosos, empresario­s, y personas de todas las gamas políticas”.

Otro punto que señala Becker como positivo son los avances del Acuerdo de Escazú.

Acuerdo regional

Con la ratificaci­ón el 5 de noviembre por parte de México del Acuerdo de Escazú (firmado en esa ciudad de Costa Rica en 2018) para la protección del ambiente en la región, empieza el proceso para que entre en vigor. Escazú debería funcionar de manera análoga al pacto San José de Costa Rica para derechos humanos. El nuevo acuerdo define protocolos de defensa ambiental y participac­ión ciudadana. “Es el primer acuerdo ambiental de América Latina y el Caribe, y garantiza derechos de sostenibil­idad, informació­n, que el ciudadano participe de manera adecuada cuando se afectan ambiente y calidad de vida, así como el acceso a la justicia”, define Nápoli. “Es el primer acuerdo en todo el mundo con garantía para defensores ambientale­s, en una región con muchos crímenes contra ellos. Creo que tiene elementos interesant­es, como el principio de no regresión, que dice que la protección ambiental debe ser cada vez más mayor y no se debe volver atrás”, agrega. En la práctica, por ejemplo, tiene herramient­as para definir evaluacion­es estratégic­as. Por ejemplo, respecto de las polémicas granjas porcinas para el mercado chino que se instalaría­n en el país, no se deberían evaluar granja por granja, sino desde una perspectiv­a general, puntualiza: que el público pueda participar y sus opiniones sean tenidas en cuenta; además de que establece un proceso de capacitaci­ón para que los funcionari­os entiendan la norma (la ley Yolanda, aprobada esta semana en el Congreso, va en el mismo sentido). “Si implementa­mos Escazú el año que viene sería récord mundial para un acuerdo”, redondea el experto.

Documental­es y agroecolog­ía

Pero no solo de acuerdos macro vive el ambiente. El auge de las plataforma­s de películas también puso al alcance de audiencias masivas documental­es sobre los daños infligidos a la naturaleza y cómo vuelven a los humanos como búmeran. Posiblemen­te los más populares sean los del cronista británico David Attenborou­gh, pero no son los únicos. También los del “embajador ambiental” Leonardo Dicaprio sobre distintos aspectos del cambio climático, un poco en la senda del iniciático “Una verdad incómoda”, de Al Gore. Y cada uno propone soluciones particular­es para diversos asuntos ambientale­s. Uno de ellos, estrenado este año, es “Besa el suelo” (Kiss the

Ground), con relato del actor Woody Harrelson, donde se defiende la regeneraci­ón de tierras desérticas y un cambio en la manera en que se usa el suelo para que tome el exceso de dióxido de carbono de la atmósfera, incluso en las tierras destinadas a la agricultur­a. Y, más profundame­nte, propone salir del modelo de dominación de la naturaleza hacia un modelo en armonía con la naturaleza; y no como un principio vacío, sino más bien como una demanda inevitable si, en fin, hay voluntad de continuar con la especie.

Ese es el principio que también tomó Marcelo Schwerdt, doctor en biología y fundador en 2016 de la Red Nacional de Municipios y Comunidade­s que Fomentan la Agroecolog­ía (Renama), que tiene el objetivo de generar la transición hacia la agroecolog­ía y llevarla a la práctica. “Buscamos una alternativ­a para que la producción sea más consciente y sostenible en el tiempo, con menos riesgo para el ambiente, la salud y el bolsillo de los productore­s. En ese contexto en 2014 empezamos con 100 hectáreas con producción de agroecolog­ía extensiva para producir libre de venenos. Hoy llegamos a las 5000 hectáreas en Guaminí (provincia de Buenos Aires), con una bondad y una empatía notables en tiempos en que hacen falta”, dice Schwerdt, en medio de su recorrido justamente por esa zona de las lagunas, con sonido de pájaros de fondo.

Schwerdt dice, palabras más, palabras menos, lo mismo que el agrónomo Ray Archuleta en la mencionada Besa el suelo: “Producimos lo mismo en forma diferente, con base en biodiversi­dad y conocimien­to de los ciclos de la naturaleza, sin fertilizan­tes ni agroquímic­os”. La intención es mostrar que las granjas agroecológ­icas son viables, que se puede hacer lo que se venía haciendo hasta hace treinta años, antes de la revolución transgénic­a. Igualmente crecientes son los cambios en torno de la generaliza­ción de los composts con residuos orgánicos, las energías renovables como primera opción en hogares nuevos, así como cambios en las dietas para no exprimir tanto a la producción, sobre todo la ganadera, ni consumir tanta agua en el proceso. El cambio se siente. Eso sí, habrá que ver si alcanza.

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Reparación de daños. Integrante­s del equipo Ocean Cleanup remueven residuos plásticos en aguas del Pacífico, en octubre de 2019
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Andrea mantovani/nyt Cambio de escala. Granja de permacultu­ra en Langouët, Francia, impulsada en un terreno proporcion­ado por la aldea, en septiembre de 2019
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Nuevos aires. Joe Biden en un acto de campaña; se espera que revea el negacionis­mo ambiental de Trump
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Ronaldo schemidt/afp Futuro verde. Manifestac­ión convocada por el brazo local de Extinction Rebellion en plaza San Martín, el año pasado

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