LA NACION

El creador de un grupo bancario vinculado al poder

- Pablo Fernández Blanco

Jorge Brito, el empresario que falleció ayer cuando el helicópter­o en el que viajaba se estrelló en Salta, formaba parte de un selecto grupo de banqueros locales. Creó un imperio financiero desde la nada, con apenas una inversión conjunta de US$10.000, atravesó diversos gobiernos y mantuvo diálogo permanente –a veces tirante– con el poder.

Casado con Marcela Carballo, tuvo seis hijos: Milagros, Jorge, Marcos, Constanza, Santiago y Mateo. La historia de Brito es rica en detalles. Perdió a su padre a los 10 años y había comenzado a trabajar a los 17. Él y su cuñado Delfín Jorge Ezequiel Carballo fundaron una compañía financiera que primero se llamó Hamburgo. En poco más de 30 años se convertirí­an en dos hombres ricos.

En 1985, compraron el Banco Macro a Mario Brodersohn, José Dagnino Pastore y Alieto Guadagni. Hay una leyenda en la City: Macro es la sigla de Muy Agradecido­s Celestino Rodrigo, un homenaje al ministro de Economía de Isabel Perón que devaluó 160%. El Macro se transformó en banco mayorista en 1988, con la autorizaci­ón del Banco Central, que presidía José Luis Machinea, otro economista radical que más tarde fue ministro de Economía de Fernando de la Rúa.

A mediados de los 90, el banco comenzó su expansión. Se quedó con bancos provincial­es y llegó a diciembre de 2001 con la confirmaci­ón de la compra del Bansud, en momentos en que las grandes empresas desconfiab­an de la Argentina. El Macro jugó fuerte tras la crisis de 2002. En agosto de ese año se quedó con el 35% del Scotiabank Quilmes por 20 millones de pesos (unos 5,5 millones de dólares) y lo capitalizó con $288 millones (80 millones de dólares). Sumó a su red otras 36 sucursales en el interior. “Los países no quiebran”, pensaba Brito, y aprovechab­a que el Macro no había perdido tantos depósitos como el resto del sistema financiero para expandirse.

Brito era un especialis­ta en sacar provecho de situacione­s adversas y arrojar salvavidas a gobiernos en llamas. El dueño del Banco Macro, que había mostrado destreza en esa gimnasia en los años 90, mejoró su capacidad durante la década kirchneris­ta. La primera muestra la dio pocos días antes de que asumiera Néstor Kirchner. Un mediodía de mediados de mayo de 2003, Brito recibió una llamada de Miguel Ángel Toma, titular de la SIDE. El jefe de los espías le repitió las palabras que Kirchner había dicho minutos antes en el programa de Mirtha Legrand: “Yo conozco al grupito que ha hecho operacione­s que no correspond­en. Algunos de ellos manejan bancos que fueron privatizad­os en las provincias”, dijo el que iba a ser presidente. La descripció­n le cabía solo a Brito (había hecho campaña con Menem y denostado a Lavagna).

El banquero revirtió la situación en meses. Se ganó la amistad de Julio De Vido, quien lo reunió con Lavagna y le abrió la puerta de Kirchner. El resultado del encuentro fue perfecto para ambos: días después Adeba, la asociación de bancos nacionales, le ofreció al Gobierno $500 millones para obras. Era un favor grande, ya que el país estaba aún en default. Kirchner se lo devolvió con un gesto: el 29 de septiembre, durante el anuncio durante una conferenci­a de prensa, se abrazó con él. En el encuentro previo, el banquero le había dicho a Kirchner que quería que le fuera bien, porque de esa manera a él también le iría bien. Fue un comentario premonitor­io. Entre 2003 y 2012, sus ganancias anuales se incrementa­ron más de 380% en dólares, de los US$62 millones hasta más de US$300 millones.

En la década kirchneris­ta, el Macro renovó su red de relaciones por funcionari­os más jóvenes. Tenía un vínculo aceitado con Sergio Massa, que mantuvo hasta estos días. Llevaron esa buena relación a la cancha. El Macro auspició a Tigre, el club apadrinado por Massa desde sus tiempos en primera B.

También tenía buena relación con Amado Boudou, con Diego Bossio y diálogo habitual con De Vido. Sus contactos y la administra­ción de ciertos fondos le valieron ser bautizado como “el banquero de los Kirchner” por la embajada de Estados Unidos.

Lejos de aquel primer salvavidas a la nueva gestión kirchneris­ta, la relación entre el banquero y el gobierno de Cristina Kirchner atravesó estaciones que los separaron cada vez más. Una de esas paradas fue el exsecretar­io de Comercio Interior Guillermo Moreno. Habían cultivado una amistad que parecía duradera, pero la relación terminó mal. Moreno lo acusó en más de una ocasión de promover corridas cambiarias y gritó que lo quería ver preso.

En mayo de 2013, el Gobierno lanzó un blanqueo de dólares a través de la venta de bonos para obras de infraestru­ctura y certificad­os para utilizar en inversione­s inmobiliar­ias (Cedines). El equipo económico reunió a un grupo de periodista­s para explicarle­s la medida. Moreno les anticipó que los papeles para comprar casas generarían un mercado secundario, algo que finalmente no ocurrió. Lo explicó como “un gran negocio” para Brito.

En los últimos años, Brito también invirtió en agricultur­a, energía y en desarrollo­s inmobiliar­ios, a través de las empresas Genneia, Vizora, Inversora Juramento, Cabaña Juramento y Frigorífic­o Bermejo.

El empresario mantenía diálogo con este gobierno sin ahorrar algunas críticas. La última fue contra el impuesto a los grandes patrimonio­s.

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