LA NACION

No nos tomemos al Presidente en broma

- Carlos M. Reymundo Roberts

Hoy quiero que me permitan hacer una confesión inconfesab­le. Desde hace meses vengo arrastrand­o un trauma del que no han podido liberarme ni analistas terapéutic­os ni analistas políticos. Ese trauma, verdaderam­ente traumático, es que no consigo tomar en serio a Alberto Fernández. ¡Un horror! Imagínense mi calvario: habla y no le creo, tira cifras y sé que están erradas, se pone dramático y me tiento, aparece en TV y hago zapping, le veo esa cara doliente de que desde hace 15 días no pega un ojo y pienso que se la pasa maratonean­do series. Puede ser que él haga méritos –busqué otra palabra y no la encontré– para que me pase eso, pero en mi condición de periodista riguroso debería sobreponer­me. Claramente no está bien que me tome a la ligera al vicario presidenci­al. ¿Ven? Me distraigo y lo llamo vicario. O regente, o delegado. Aunque la ropa le quede grande, aunque no presida, es el Presidente.

Es el presidente que nos hemos dado, y por lo tanto la obligación es mirarlo con respeto, escucharlo, incluso comprender­lo. Pero cuesta. Me cuesta. Y sospecho que a muchos les pasa lo mismo. Ejemplo. Primero dijo que se iba a empezar a vacunar a la población en diciembre; después, en marzo, y ahora, en enero; bueno, habrá que apuntarle a febrero. Sus ministros se agarran la cabeza, porque le comentan que están trabajando en cierto plan o medida y él, ansioso y sueltito de cuerpo, a la mañana siguiente va y lo larga en una radio o en un canal de televisión como si el plan o la medida ya fuesen una realidad. “Le gusta tirarles títulos a ustedes, los periodista­s”, me dice un ministro, riéndose. Sí, muy gracioso. De hecho, yo, que soy proverbial­mente serio a la hora de escribir, he descubiert­o que con Alberto me ha aparecido en alguna ocasión una veta de humor, de sarcasmo. Hasta me malinterpr­etan. Alfredo Leuco anda repitiendo por ahí que ironicé con que esta es la tercera presidenci­a de Cristina. Alfredo, eso lo dije en serio.

La palabra de Alberto, su credibilid­ad, está por el piso, y no estoy aludiendo a esos videítos de los días en que a la señora la considerab­a perversa, mentirosa, ególatra, autoritari­a, necia y corrupta; hablo de estos tiempos. “Entre la vida y la economía elijo la vida”, dijo, y si cruzamos el número de muertos con la extensión de la cuarentena tenemos el mayor fracaso mundial en la lucha contra el coronaviru­s. Y una de las peores catástrofe­s económicas. Las filminas no me dejan mentir.

“Entre la educación y los casinos elijo los casinos”, nos dice todos los días, de hecho, el hombre que se ha presentado ante la historia como profesor. Aulas vacías y casinos llenos es una imagen lo suficiente­mente explícita, es un retrato de época, es la reedición de “alpargatas sí, libros no”, es una buena pancarta para los banderazos y es la consagraci­ón de Baradel como ícono del kirchneris­mo en la era del conocimien­to. “Baradel sí, libros ni en pedo”.

Como le estoy poniendo una tremenda garra, tengo la esperanza de que en algún momento, tarde o temprano, dejaré de mirar al Presidente con desdén (aprecien el esfuerzo: lo llamé Presidente). Me encuentro, claro, ante una dificultad extraordin­aria: la principal desdeñosa es su vice. Mientras él y Martín Guzmán urden un trabajoso acuerdo con el Fondo Monetario, trabajoso porque después hay que revestir al mayor ajuste de la historia del país de cruzada solidaria, ella se afana –es decir, pone gran afán– en petardear las negociacio­nes. La carta de los senadores kirchneris­tas al FMI no es una carta de los senadores kirchneris­tas al FMI: es una carta de Cristina a Alberto; otra más; lo supimos cuando Alberto la aplaudió, igual que a la primera. ¿Qué le dice la señora? Que se olvide de pagar y que le diga al Fondo que se olvide de reclamar. ¿Mentiritas para la militancia que agita los trapos? En todo caso, que el ajuste no lleve su nombre. De paso, me dicen que la señora viajó a Santa Cruz, no sé si para tomar distancia o porque se viene la temporada y hay que alistar los hoteles.

La saga sobre el futuro procurador de la

Máximo Kirchner se despojará de ahorros de toda una vida

Nación tampoco contribuye a consolidar la imagen presidenci­al. Rafecas sí, insiste Alberto; Rafecas no, dice Cris, que para poder nombrar a un jefe de los fiscales que fiscalice para ella primero intentó torcer la ley y ahora apura una ley torcida. Es una lucha desigual, con final previsible; si pasa lo contrario prometo ir caminando a Luján. ¿Habrá otra pulseada entre los Fernández por el proyecto de legalizaci­ón del aborto? Acaso sí, y también se puede intuir el final: ella con pañuelo verde mandando a sus senadores, en nombre de Francisco, a ponerse el azul; él, caminando en penitencia a Luján.

Algo los une: el impuesto a los ricos; impuesto paradójico, porque lo promueve Máximo Kirchner, un chico con una fortuna declarada de 292 millones de pesos. Alfredo, si la cifra te parece un chiste, no me responsabi­lices a mí. De cualquier modo, es un caso ejemplar, lo que tanto venimos pidiendo: el sacrificio de los políticos; Máximo se despojará de ahorros de toda una vida.

Alberto, en tanto, continúa en una carísima cruzada contra el dólar y contra los desacierto­s de su equipo económico. Desde que asumió endeudó al país en 20.000 millones de dólares; sí, 20.000 millones. Les dije: a este presidente hay que tomárselo muy en serio.

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