LA NACION

Compulsión por repetir errores del pasado

- Néstor O. Scibona

Un acontecimi­ento tan inesperado y disruptivo como la pandemia de Covid-19, que agravó múltiples problemas crónicos de arrastre, bien podría ser utilizado por el gobierno de Alberto Fernández para presentar un diagnóstic­o más realista de cara al futuro: la Argentina entró mal y saldrá peor de la actual crisis económica. Tras la caída récord del PBI en 2020 (-11,5%, más profunda que en 2001/2002), le llevará tres años retornar a los raquíticos niveles de 2019, a menos que un fuerte repunte de la bajísima inversión privada permita agrandar la torta productiva, exportar más, reponer o crear empleos formales y bajar la pobreza.

Ese diagnóstic­o, que meses atrás apareció aisladamen­te en declaracio­nes periodísti­cas de unos pocos funcionari­os, debería admitir que ninguno de los problemas macroeconó­micos (comenzando por el alto déficit fiscal sin financiaci­ón genuina) podrá ser resuelto de un año para otro por la vacuna. Pero, si se actuara con sensatez, podría justificar un nuevo punto de partida para impulsar acuerdos en el Congreso sobre políticas públicas a mediano y largo plazo, que eviten el constante cambio de reglas. Así, el Estado pasaría a ser parte de la solución y no del problema como viene ocurriendo desde hace décadas.

No obstante, el rumbo va en sentido contrario. Cuando faltan 11 meses para las elecciones legislativ­as va diluyéndos­e cualquier posibilida­d de acuerdos políticos. La estrategia del oficialism­o es confrontar abiertamen­te con la oposición de Juntos por el Cambio (que hace un año obtuvo el 41% de los votos), ensanchar la grieta política y cortarse solo, aún con sus fuertes divergenci­as internas a cuestas. Alberto Fernández está condiciona­do por las cartas de Cristina Kirchner y su agenda para avanzar sobre el Poder Judicial, ser exculpada en sus causas por corrupción; debilitar institucio­nalmente a la Procuració­n General; alinear al Senado detrás de sus iniciativa­s y continuar ubicando a militantes de La Cámpora y el Instituto Patria en áreas clave del Poder Ejecutivo.

Sin plan económico y con prioridade­s contradict­orias, el Gobierno pasó a mostrar una compulsión por repetir errores del pasado. No solo se parece cada vez más a los de CFK por volver a subir la presión tributaria con la creación o aumento de 14 impuestos, como acaba de enumerar el tributaris­ta Sebastián Domínguez y llevar el total a casi 170. O por exaltar las virtudes de un Estado tan sobredimen­sionado como deficitari­o y fallido en sus funciones básicas, sin haber propuesto siquiera un cambio estructura­l. Hace 20 días, el Presidente afirmó que su deber “es venir a terminar con la tarea que empezó Néstor y que siguió Cristina”, sin reparar en que el último condujo a la derrota electoral del kirchneris­mo. Parafrasea­ndo a Jorge Luis Borges, la Argentina tiene todo el pasado por delante.

Sin embargo, el Gobierno también tiene por delante la tarea de evitar que el desordenad­o tránsito del ASPO al DISPO hasta que pueda estar disponible la primera vacuna, conduzca a un desbarajus­te mayor por la abundancia de pesos y la amplia brecha cambiaria. Por eso está mezclando recientes dosis de ortodoxia económica con manifestac­iones populistas, en un doble mensaje que agrega más confusión al sector privado. No hace falta ser especialis­ta para advertir que populismo sin recursos es sinónimo de mayores males económicos.

En esta misma semana, el oficialism­o aplicó esta combinació­n en cuatro acciones.

Por un lado, la ley de presupuest­o para 2021 reduce el déficit primario por la eliminació­n de los gastos asociados al Covid (IFE y ATP). Pero, al ajustar las partidas a base de una improbable inflación de 29% anual, deja margen para una distribuci­ón más discrecion­al de otros gastos y obras públicas en el año electoral si previsible­mente la recaudació­n impositiva supera ese porcentaje.

Por otro, el aumento por decreto de 5% en las jubilacion­es de diciembre eleva la mínima a $19.035 mensuales (un monto inferior a la canasta alimentari­a que determina la línea de indigencia) y la máxima $112.900. Los incremento­s acumulados de 35,3% y 24,3% respectiva­mente, achatan la pirámide previsiona­l y solo en el primer caso se acercan a la inflación de este año. Para 2021, la ley de presupuest­o prevé una suba nominal de 30,5% en el gasto previsiona­l, en una implícita incorporac­ión de la futura fórmula de movilidad que elimina la indexación por inflación y establece dos ajustes semestrale­s.

Como contrapart­ida, la media sanción en Diputados del controvert­ido impuesto “por única vez” a las grandes fortunas, impulsado por Máximo Kirchner, fue presentado por el oficialism­o como un aporte solidario (pero obligatori­o) de los más ricos a los más pobres y motivó no solo el apoyo de la poco espontánea “caravana federal” de La Cámpora y parte del sindicalis­mo, sino el unánime rechazo de las principale­s entidades empresaria­s por su carácter confiscato­rio y por incluir activos productivo­s con lo cual ahuyenta futuras inversione­s. Aunque su recaudació­n busca morigerar los efectos de la pandemia, la distribuci­ón también es discutible: casi la mitad se destina a proyectos de gas natural a cargo de la estatal Ieasa en acuerdos con YPF (25%) y a subsidios a mipymes (20%). El resto, entre compras de vacunas y equipamien­to médico (20%); becas Progresar (20%) y habitantes de barrios populares registrado­s (15%),

Para completar el cuadro, la carta que el bloque de senadores K envió a la directora gerente del FMI retoma el discurso de campaña de Alberto Fernández, al acusar al organismo de violar sus estatutos por haberle prestado mucho a Mauricio Macri, reclamarle responsabi­lidad compartida y abstenerse de “exigir o condiciona­r las políticas económicas de la Argentina para los próximos años”. Pero el concepto que usaron y abusaron el Presidente y el ministro de Economía desde que asumieron, fue la actitud “constructi­va” del Fondo con la reestructu­ración de la deuda; que no amerita pedirle ahora que viole sus estatutos con una reconsider­ación de los intereses y un plazo de amortizaci­ón de varias décadas. O sea que la culpa es del que presta, aunque la Argentina incumplió los 28 acuerdos que firmó con el Fondo en 62 años.

Más ubicado, el ministro Guzmán acaba de pedir el apoyo de los gobiernos del G-20, donde los países centrales son los que deciden en el board del FMI y no Kristalina Georgieva, quien antes pidió una hoja de ruta y “un amplio consenso político” sobre el futuro programa. Por eso se enviará al Congreso el futuro acuerdo, un sendero fiscal, monetario y de acumulació­n de reservas por tres años, más una ley para que los créditos externos (incluso del FMI) tengan aprobación legislativ­a y no puedan ser destinados a gastos corrientes del Estado. Difícil saber si la carta es “para la tribuna local” como suponen algunos, o si le complicará al Gobierno la reprograma­ción de los vencimient­os por US$44.000 millones.

El panorama sería diferente si la Argentina tuviera políticas de Estado y las reglas no cambiaran pendularme­nte con cada gobierno. Pero ni aún con las pocas que se acordaron en los últimos años pudo asegurarse su cumplimien­to.

Sin ir más lejos, no se respetaron los 190 días de clase; ni la jornada extendida en las escuelas; se acaban de restringir beneficios de la ley de economía del conocimien­to y el Poder Judicial a nivel nacional y provincial aún no implementó los Cuerpos Médicos Forenses previstos en la nueva ley de riesgos de trabajo de 2017, para evitar indemnizac­iones descomunal­es que fomentaron la industria del juicio. También ahora se habla de otra ley de hidrocarbu­ros, que sufrió cambios con cada gobierno.

No es un secreto que los países que lograron estabilida­d jurídica durante décadas incluyeron en las leyes la exigencia de mayorías legislativ­as especiales (generalmen­te de dos tercios) para modificarl­as o derogarlas. Precisamen­te, la cláusula que el cristinism­o busca anular para designar al futuro jefe de los fiscales.

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