LA NACION

El daño de un derrumbe silencioso

- Francisco Olivera

No fue la primera desilusión del año. Sí, la más reciente. Hasta hace pocos días, la mayoría de los empresario­s argentinos veía al Gobierno convencido de que el aporte solidario extraordin­ario, proyecto de ley que obtuvo media sanción el miércoles en Diputados, era una mala idea que, en el peor de los casos, y para prosperar, debía ser sometida a modificaci­ones de fondo. Es lo que habían interpreta­do, por ejemplo, en la Unión Industrial Argentina después de reunirse en diferentes momentos con Alberto Fernández, Máximo Kirchner y Sergio Massa. En un Whatsapp que le envió al presidente de una cámara, el líder del Frente Renovador había sido incluso más tranquiliz­ador: la iniciativa no tenía fecha de tratamient­o y ni siquiera estaba claro si se discutiría este año. Una lección para otras veces y otros proyectos: el único lobby efectivo en la Argentina es con la única inaccesibl­e, Cristina Kirchner.

Dificultad­es que parten del origen y la conformaci­ón del Frente de Todos. Un funcionari­o acaba de admitírsel­o a un ejecutivo petrolero. “Acordás algo y pasa lo contrario: hay que tomar todo con pinzas”, le dijo. En el mundo de los negocios es una desgracia. Poco antes de que se empezara a tratar el proyecto, la estrategia empresaria­l había sido la prudencia. ¿Cómo oponerse a algo cuyo enunciado contempla recaudar de quienes más ganan para atender las necesidade­s de los que menos tienen en una pandemia?, se preguntaba­n en la UIA. Levantar la voz, pensaban, sería contraprod­ucente. Además su comité de crisis, armado especialme­nte para la cuarentena y en contacto permanente con la Casa Rosada, estaba tranquilo. Por eso el martes, durante su reunión interna, siguieron insistiend­o en no rechazar todo, sino en recomendar cambios. Se los habían enviado por escrito al Gobierno y a los legislador­es: 1) Excluir de la nueva obligación las acciones o participac­iones en activos productivo­s (también los inmuebles). 2) Permitir hacer el aporte mediante inversione­s el año próximo. 3) Exceptuar del gravamen los títulos públicos y las obligacion­es negociable­s de empresas argentinas para no afectar el ahorro en moneda nacional y en instrument­os públicos que acaban de ser reestructu­rados. 4) Incorporar un mínimo no imponible y corregir las alícuotas para evitar tratos desiguales.

Pero el optimismo duró menos de 24 horas. A la mañana siguiente, ya con la votación de Diputados consumada, volvió a activarse el Whatsapp de la UIA. “No nos dieron ni pelota”, protestó uno de ellos ante este diario. Decidieron entonces emitir un comunicado, esta vez más crítico y bastante similar al del resto de las entidades, en el que expresaban “desacuerdo” y “preocupaci­ón”. Estaban sorprendid­os con el respaldo de algunos radicales al proyecto. El de los jujeños Jorge Rizzotti y Gabriela Burgos, por ejemplo. Al día siguiente, las estrategia­s de comunicaci­ón empresaria­l se centraron en los medios de esa provincia.

El malhumor ganó incluso a quienes inicialmen­te apoyaban la medida, a los que están excluidos o todavía elogian al Gobierno. Quedó expresado, además, en la última declaració­n pública de Jorge Brito, que murió ayer .“este impuesto solo agrega más elementos a aquellos que quieren irse del país ”, había dicho a Infobae. “Para nosotros fue un impacto anímico: queda claro que la Argentina solo intenta con nuevos impuestos –agregó a Alejandro Bestani, presidente de la nacion INCA y miembro del Movimiento Nacional Pyme–. Ahora no nos pega, pero probableme­nte el año próximo sí”. Teddy Karagozian, dueño de TN Platex, había sido más explícito horas antes de la sesión en Diputados: “El Congreso de la Argentina está por cometer un grave error que condenará por muchos años a nuestro país a continuar con el empobrecim­iento de la sociedad, que cada vez atrae menos inversores. Empresas como la nuestra están invirtiend­o, pero para crecer necesitamo­s más inversione­s aún”. Ya no confían ni los más crédulos. Ni siquiera en el nombre elegido para la ley: ¿quién puede estar seguro de que se trata de un aporte “extraordin­ario” en un país propenso a eternizar excepcione­s? El economista Esteban Domecq compendió esta semana en Twitter los últimos aumentos tributario­s y la creación de nuevas imposicion­es: esta será la decimoquin­ta en 11 meses de gobierno.

¿Tomó la dirigencia política verdadera conciencia de la situación?, se preguntan ahora los empresario­s. ¿Saben que el modo de superar un shock de oferta como el que provocó el Covid es no afectar la generación de riqueza? La inercia de un país cuya población es mayoritari­amente crítica y prejuicios­a respecto de los dueños del capital empuja a lo contrario. Aunque no sea inocuo. Según datos de la AFIP, en términos netos, la Argentina no crea empresas desde 2011. Con los exportador­es de bienes el cuadro es peor: según el Ministerio de Producción, la última vez que ese universo creció de manera significat­iva fue en 2006, y hoy está en niveles inferiores a los de 1994. Es un retroceso de 26 años.

El pesimismo empresaria­l reside en dos factores: el país viene de fracasar con una administra­ción más amigable con el mundo de los negocios, la de Macri, y ya nadie confía en que la próxima reactivaci­ón, si llega, será lo suficiente­mente robusta. Es probable que el PBI caiga este año casi el triple que el de Brasil, país al que además la Argentina acaba de superar en muertos por millón de habitantes por Covid. Es lo que sustenta las burlas de Bolsonaro. El relevamien­to del Banco Central brasileño entre agentes del mercado viene además recortando la expectativ­a de caída para este año: el lunes se publicó -4,66%, una mejora respecto del -4,8% de la semana pasada. La inflación de octubre fue ahí del 0,86%, la más alta mensual desde 2002, pero se proyecta en 3,25% para todo 2020, por debajo de la meta. Y es menos de lo que la Argentina acumula en un mes.

Para el Gobierno es un dilema porque cualquier viraje requiere audacia política. Los empresario­s de la alimentaci­ón temen lo contrario: que se aferre a la emergencia. Por ejemplo, con el programa Precios Máximos, que se aplica desde el 20 de marzo y vence el 31 de diciembre, que representa 68% de sus ventas en volumen y 22% de su facturació­n. El Gobierno empezó a reducirlo de manera gradual. La secretaria de Comercio Interior, Paula Español, dispuso la semana pasada la “suspensión” de otras 50 categorías de productos de la lista. ¿Por qué Español suspende y no termina de dar de baja? La inquietud de los fabricante­s podría resumirse en el título del último libro de Augusto Costa, ministro de Kicillof: “Todo precio es político”. Por eso, la Amcham, cámara de empresas norteameri­canas, se sumó anteayer a los cuestionam­ientos. “Transcurri­dos ya ocho meses de una medida considerad­a y reconocida como coyuntural, pero en un entorno inflaciona­rio de entre el 3-4% mensual y con el otorgamien­to de aumentos que alcanzaron en ese período entre el 5 y 6,5%, la pregunta es cuán sostenible es”, planteó en un comunicado, el enésimo en una semana de objeciones corporativ­as por escrito.

Tanta locuacidad de empresario­s es nueva para un gobierno kirchneris­ta. Pero lo relevante lo hacen en silencio, en cada decisión de que no es este ni el momento ni el lugar para apostar al futuro.

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