LA NACION

Cuando los maestros del policial se apartan de las tramas criminales

Nuevos libros de Leonardo Padura y del italiano Andrea Camilleri van más allá del género que los hizo conocidos

- Texto José María Brindisi | ilustració­n Sebastián Dufour

Todo relato es, en última instancia, policial. la idea pertenece a ricardo piglia, y define el carácter de lo narrativo: siempre estamos yendo, incluso aunque no tengamos conciencia de ello, hacia alguna parte; siempre hay, en una historia, un norte que nos llama. Quizá se deba a esa raigambre detectives­ca el hecho de que el género policial, en el fondo, no le sea del todo ajeno a ningún narrador y que atraviese la literatura contemporá­nea portando infinitas máscaras.

lo cierto es que la evolución o, más atinadamen­te, transición entre el llamado policial “blanco” –el de poe en

Los crímenes de la calle Morgue o el de las novelas del prolífico William Wilkie collins–, en el que predomina la razón incluso cuando los hechos resultan inexplicab­les, y el “negro”, en el que el universo todo parece teñido por esa tonalidad –con Dashiell Hammett y raymond chandler como estandarte­s–, amplió o diluyó sus fronteras; no obstante, es en los grises donde suelen encontrars­e los mayores hallazgos. alcanza con observar la saga de G.K. chesterton protagoniz­ada por el padre Brown, ese híbrido firmado por anton chéjov –y recuperado por Borges y Bioy para la célebre colección que dirigieron en Emecé– cuyo título es Extraña

confesión, o hasta algunos momentos del emblemátic­o Sherlock Holmes de conan Doyle, para vislumbrar hasta qué punto esos límites ya eran bastante endebles e incluso permitían pensar el policial no solo como un género sino en ocasiones como un medio, una lógica, un modo de ver el mundo desde su violencia naturaliza­da u omnipresen­te, y también desde sus misterios.

Esa transforma­ción progresiva, o ese abanico ampliado, necesitó en adelante nutrirse de múltiples materiales, y acaso reflejó cada vez mejor la amplitud de intereses de autores como el brasileño rubem Fonseca o el español Manuel Vázquez Montalbán, en los que el crimen parece en general una excusa para entreverar­se con las profundida­des y sin duda ambigüedad­es de la mente y del alma.

Discípulo del español, y nacido en 1925 como Fonseca –y como él, fallecido recienteme­nte, ya nonagenari­o–, el italiano andrea camilleri no solo engendró en sus novelas policiales a un comisario-filósofo, cuya transparen­cia jamás fue sinónimo de sencillez, sino que además se tentó con sacar ambos pies del plato policial y desde allí entregar algunas de sus páginas más brillantes, como en el encantador absurdo de La concesión del teléfono o esa suerte de semblanza novelada de la vida de pirandello llamada Biografía del hijo

cambiado. Uno de los últimos libros del siciliano, que acaba de publicarse en español, es La liebre que se burló de

nosotros, una serie de cuentos breves en los que un narrador interpreta las acciones de diversos animales (de la liebre del título a un zorro) y su relación con los humanos.

otro descendien­te ilustre del creador de pepe carvalho es el cubano leonardo padura, cuyo alter ego, el detective Mario conde, ha dejado espacio de vez en cuando a inquietude­s cada vez más diversas; sucedió, entre otras, con la notable El hombre que amaba a los perros

–centrada en el asesino de león Trotsky, el enigmático ramón Mercader–, y ahora vuelve a suceder con Como polvo

en el viento, una ambiciosa obra de casi setecienta­s páginas concebida como el testimonio de toda una época.

El disparador de la novela de padura es una foto: la misma aparece en el Facebook de la madre de Marcos –un cubano recién arribado a Miami–, y este se la enseña a su novia adela, que aunque nació y vivió siempre en el exterior posee raíces en la isla y parece, para amargura de su propia madre, encapricha­da en ahondar cada vez más en ellas. la imagen, festiva –la celebració­n de un cumpleaños, un cuarto de siglo atrás–, guarda un tinte nostálgico: se trata de la última vez que todo aquel grupo de amigos, el de los padres de Marcos y que se apodaba a sí mismo El clan, estuvo reunido en pleno; unos días más tarde una tragedia se encadenó con otra, y allí comenzó el derrumbe. pero el punto de inflexión, en el presente, pasa por adela: algo vio, en aquella imagen de 1991, que la inquieta, y que en adelante comienza a desovillar la trama.

Ese viaje en el tiempo se torna una historia dispersa, pero es justamente esa cualidad digresiva, con sus morosidade­s fructífera­s y algunas más arbitraria­s, el núcleo que la novela misma pone en juego: padura retrocede y –mientras el presente se articula como una larga espera– nos obliga a seguirle los pasos a cada uno de los protagonis­tas del clan, a ser testigos de su dispersión. En función de ello, resulta esencial comprender que al margen de otras críticas a la realidad sociopolít­ica de su país que acaso el autor jamás había llevado a tal punto. Dicho sea de paso, padura continúa residiendo en cuba, en la misma casa de toda su vida.

Como polvo en el viento se centra en los años del llamado “período Especial”, un tiempo de una precarieda­d extrema hija de la caída de la URSS y el continuo bloqueo a la isla caribeña por parte de Estados Unidos. la dispersión geográfica, que asimismo es emocional –la mayoría termina labrándose barreras para no sufrir–, parece en muchos de los protagonis­tas de la novela enterament­e comprensib­le.

Haciendo abstracció­n de la máxima de piglia aludida al comienzo, poco y nada hay en el último padura de sus raíces policiales, y es posible que en verdad la trama sea lo más débil de una novela que sin embargo conmueve a voluntad. padura se las arregla de sobra para ramificar la expectativ­a, demostrand­o que su identidad de autor le paga cuantiosos dividendos. El caso inverso, podría decirse, es el de escritores de policiales como el sueco Henning Mankell o John Banville –que acaba de dar de baja a su seudónimo Benjamin Black, superando al fin el pudor de haber pecado volcándose al género criminal, y firmó Snow, su más reciente novela con su propio nombre–, que arribaron con éxito a las costas del género negro ya con un recorrido extenso en la novela tradiciona­l y con un universo más amplio.

Si el policial sigue gozando de buena salud, tal vez se deba en gran medida a esta clase de escritores que, lejos de limitarse, beben de distintas fuentes y saben que la buena literatura es una batalla que puede darse en infinitos campos.

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 ??  ?? LA LIEBRE QUE SE BURLÓ DE NOSOTROS Andrea Camilleri Duomo Trad.: Oriol Sánchez Vaqué 196 págs./$1095
LA LIEBRE QUE SE BURLÓ DE NOSOTROS Andrea Camilleri Duomo Trad.: Oriol Sánchez Vaqué 196 págs./$1095
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COMO POLVO EN EL VIENTO Leonardo Padura Tusquets 669 páginas $ 1600

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