LA NACION

Combatir al capital es combatir al empleo

Varias medidas ahuyentan inversione­s, mientras el país lleva años sin generar trabajo privado, dice Buscaglia.

- Marcos Buscaglia* para La NACION

La aprobación del mal llamado “aporte solidario de las grandes fortunas” por parte del Congreso sería la última de las acciones y medidas implementa­das recienteme­nte que están espantando al capital de la Argentina. Y, al espantar al capital, hundirán a los trabajador­es que no puedan emigrar en una pobreza aun mayor de la que viven ahora.

Este impuesto, además de ser un gran disparate, de ser manifiesta­mente inconstitu­cional por confiscato­rio en la mayoría de los casos, y además de violar los principios de razonabili­dad, igualdad y no discrimina­ción, envía una señal horrible al mundo empresario. Ese mensaje es que el kirchneris­mo, tal como hizo cuando Cristina Kirchner fue presidenta, está dispuesto a subir impuestos hasta donde sea y a dar manotazos a los activos que tenga a mano. Del ajuste del gasto público, más allá de los pobres jubilados, no hay nada.

Desde que llegó al Gobierno Alberto Fernández ya creó o aumentó 14 impuestos, según una nota publicada por Infobae, incluyendo una suba de retencione­s a las exportacio­nes, el “impuesto PAÍS”, el “aporte solidario” que se debate ahora, y los nuevos impuestos escondidos en el presupuest­o del año 2021, los cuales fueron revelados por Carlos Pagni en el programa televisivo Odisea Argentina.

Pero con más impuestos no alcanza, ya que el personal estatal sigue creciendo, el déficit de las empresas publicas explotó, al igual que los subsidios a la energía, y el Gobierno se propone en el presupuest­o 2021 subir el gasto en obra pública en aproximada­mente 550.000 millones de pesos, hasta los casi 800.000 millones de pesos. Las elecciones no se ganan solas.

Para evitar ajustar el gasto público durante los gobiernos de Cristina Kirchner, además de la suba de impuestos se recurrió a la confiscaci­ón de activos, como los fondos que estaban en las AFJP, las reservas del Banco Central e YPF. Ahora, dado que no quedan activos estatales, recurren al manoteo de los activos del sector privado. Además, si están dispuestos a hacerlo una vez, y ni el Congreso ni la justicia los frena, ¿por qué no lo harían nuevamente otro año?

Este impuesto se plantea en un momento donde muchas multinacio­nales están abandonand­o la Argentina. Wal-mart, Falabella, Danone, Honda, 3M, Latam y varias más ya anunciaron su retiro del país. El impacto del retiro de multinacio­nales del país no debe ser subestimad­o. Estas compañías no solamente traen capital y

know-how productivo, sino que, más importante todavía, traen tanto productos como estrategia­s de negocio que benefician a los consumidor­es.

Está estudiado, por ejemplo, que el ingreso de Wal-mart en un mercado trae aparejado reduccione­s de precios de entre 1,5% y 3% en el corto plazo, y de hasta cuatro veces más en el largo plazo. Es decir, su salida de la Argentina va a ser pagada por los consumidor­es. El éxodo masivo de empresas aeronáutic­as va a tener un impacto en el desarrollo federal del país y del turismo, que podría ser una gran fuente de generación de empleo en los próximos años. ¿Qué gobernador se inmoló para evitar este éxodo? Claramente, tienen otras prioridade­s.

El problema es que, mientras los extranjero­s se van, los argentinos difícilmen­te los reemplacen invirtiend­o en el país. La discusión sobre el “aporte solidario” segurament­e los encuentre tramitando visas extranjera­s, al tiempo que presentan recursos de amparo (el impuesto probableme­nte recaude muy poco al final de cuentas). Como siempre, los abogados y los contadores son los únicos que ganan con las malas decisiones.

La creación del “aporte solidario” además se da en el contexto del inicio de las negociacio­nes con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). El enfoque fiscalista del FMI (la broma es que su sigla en inglés, IMF, significa “It’s Mostly Fiscal”) haría pensar que el organismo estaría de acuerdo con este nuevo impuesto. En realidad, un análisis más detallado los llevaría a pensar lo contrario. En primer lugar, el nuevo impuesto ya está todo gastado de antemano. El producido del impuesto se va a destinar un 20% a subsidios a pymes, un 20% a becas Progresar, un 15% al Fondo de Integració­n Socio Urbana, un 25% a programas de exploració­n y producción de gas a través de Integració­n Energética Argentina SA, y un 20% a la compra de equipos médicos y vacunas.

Si el sector público argentino tuviese una burocracia profesiona­lizada y sistemas de control adecuados, vaya y pase. Sin embargo, en la situación actual, los técnicos del FMI deberían sospechar, como la mayoría de los argentinos, que al igual que con los nuevos impuestos colados por Sergio Massa en el presupuest­o 2021, el nuevo impuesto terminará financiand­o cajas políticas. Lo que está claro, de cualquier manera, es que no estará destinado a reducir el déficit fiscal.

Hay otro tema que debería preocupar aún más al equipo del FMI.

El ministro de Economía, Martín Guzmán, dijo que el acuerdo con ese organismo que firme el Gobierno deberá ser aprobado por el Congreso. En otros países, esto sería un símbolo de un fuerte respaldo político al acuerdo, y una garantía de que se cumplirá. En la Argentina, por el contrario, las leyes no significan nada.

La combinació­n de nuestro sistema electoral, que hace que los legislador­es respondan en gran parte a los gobernador­es, y nuestro sistema fiscal federal, que hace que las provincias dependan del dinero del gobierno nacional, es perversa. Les permite a gobiernos con plata hacer aprobar prácticame­nte cuantas leyes quieran. La ley del “aporte solidario”, por ejemplo, fue votada hasta por legislador­es de Córdoba que responden al gobernador Juan Schiaretti, y por legislador­es de Jujuy que responden al gobernador de Cambiemos Gerardo Morales. Es decir, es muy probable que el Congreso apruebe el acuerdo con el FMI, más allá de lo que este diga y sin ningún interés en cumplirlo, siempre y cuando previament­e se hayan depositado las transferen­cias a las provincias.

Si el FMI estuviese atento a estos detalles, le convendría no depender demasiado de promesas futuras. Deberían contagiars­e del cortoplaci­smo local y pedir devolución de deudas e implementa­ción de reformas al contado. Este cortoplaci­smo es natural en un ambiente donde todo cambia 180 grados todo el tiempo y donde las autoridade­s están dispuestas a poner impuestos y a confiscar activos en la medida necesaria para no achicar sus quintas y privilegio­s. Pero nos lleva a tener una tasa de inversión muy baja en comparació­n con las de otros países y con la necesaria para mejorar el bienestar de la población en forma sostenida.

Recuerdo que cuando estudié por primera vez la materia evaluación de proyectos de inversión me llamó la atención que en la Argentina se usaba un concepto distinto al de todo el mundo, llamado período de repago; es decir, se calcula en cuántos años se logra recuperar la inversión inicial. Solo los proyectos altamente rentables en el corto plazo son aceptables con este criterio. Un corolario del dicho que más vale pájaro en mano que 100 volando. Teléfono para el Fondo Monetario, ya que eso en las materias de finanzas del resto del mundo no se enseña.

El crecimient­o de los países depende de la tasa de inversión y de la productivi­dad del capital y el trabajo. En la Argentina, la tasa de inversión promedio entre 2005 y 2019 fue del 16,3% del PBI, comparado con alrededor del 23% promedio en los casos de Chile, Colombia y Perú. Desde 1970 hasta 2019 la productivi­dad no mejoró en la economía argentina. Es por ello que no llama la atención que el crecimient­o promedio de nuestro país haya sido del 2,2% desde 1970 hasta 2019, comparado con cerca del 4% en Chile y Colombia y con el 3,3% en el caso de Perú (que fue el país de mayor crecimient­o de la región en este siglo, 4,9% por año en promedio, contra 2,2% en el caso de la Argentina). Una diferencia de 1% en la tasa de crecimient­o promedio tiene un gran impacto en el largo plazo: si dos países comenzaran con el mismo producto bruto interno, pero uno creciese al 2% y el otro al 3%, al cabo de 50 años el PBI del segundo sería un 63% más elevado que el del primero.

Combatir al capital implica, al fin de cuentas, combatir al trabajo. La Argentina no crea empleo privado en relación de dependenci­a desde hace casi una década. Un PBI más elevado significa mejores trabajos, más oportunida­des e ingresos más altos para todos los habitantes. Es lo que se proponía nuestra Constituci­ón, cuando en su preámbulo se fijaba como objetivo “promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.” Por no cumplirla, no hay bienestar, y están todos buscando irse del país.

“El impacto que tiene el retiro del país de compañías multinacio­nales es algo que no debe ser subestimad­o”

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MARCELO AGUILAR/LA NACION

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