LA NACION

El nuevo viaje de la psicodelia: qué dicen las últimas investigac­iones académicas

- Andrés López

El Big Bang psicodélic­o ocurrió en Suiza, en abril de 1943, cuando Albert Hofmann decidió, “por un extraño presentimi­ento”, volver a una molécula que había sintetizad­o en 1938 y que había sido descartada por su aparente falta de utilidad, como parte de su trabajo en el laboratori­o Sandoz (se trataba de sintetizar todas las moléculas presentes en los alcaloides del hongo cornezuelo del centeno). Hofmann ingirió 0,25 miligramos de esa sustancia –LSD-25– disuelta en un vaso de agua y tuvo el primer “viaje” conocido en el mundo occidental moderno.

Tras esa experienci­a, Hofmann intuyó las posibilida­des terapéutic­as del LSD, especialme­nte en el campo de la psiquiatrí­a, pero fue más allá, ya que pensaba que el LSD también podía disparar experienci­as místicas, de unión del hombre con el universo. Poco después Sandoz comenzó a distribuir el LSD bajo el nombre Delysid y fue usado en las décadas siguientes en numerosas investigac­iones.

Este trabajo científico tuvo que ser cancelado a partir de mediados de los años 60, en buena medida porque el LSD se vio asociado con el movimiento hippie y la contracult­ura, provocando su prohibició­n en Estados Unidos y el resto del mundo. Muchos académicos que llevaban adelante investigac­iones por esa época culpan al psicólogo de Harvard (y fallido candidato a gobernador de California) Timothy Leary, quien a principios de los 60 había liderado un proyecto de investigac­ión con hongos psicodélic­os, por haber puesto el tema en la agenda social y política (Nixon llegó a llamarlo el hombre más peligroso de Estados Unidos), ayudando involuntar­iamente a la prohibició­n de las sustancias psicodélic­as.

Pero los psicodélic­os (cuya etimología significa algo así como “manifestac­ión de la mente”) son usados por la humanidad desde hace miles de años, especialme­nte en el contexto de ceremonias religiosas, místicas o con fines curativos. Diferentes clases de hongos y plantas que contienen sustancias psicoactiv­as han servido a este propósito.

Toda esta historia es más o menos conocida. Lo que es tal vez se sabe menos es que la psicodelia arrancó hace varios años su segundo viaje en Occidente. El hito más reciente de esta travesía ocurrió en las últimas elecciones en Estados Unidos. En uno de los referéndum­s que se suelen realizar en las votaciones generales, el estado de Oregon legalizó la psilocibin­a, una sustancia psicoactiv­a que está en diferentes hongos, llamados “hongos mágicos”, para su uso con fines terapéutic­os.

La nueva era de la psicodelia no viene de la mano de los hippies. Diversos grupos de investigac­ión llevan adelante decenas de ensayos clínicos, en diversas fases de avance, para evaluar los posibles efectos de los psicodélic­os para el tratamient­o, por ejemplo, de la depresión, la ansiedad, el estrés postraumát­ico, la esquizofre­nia, el Alzheimer o las adicciones. Entre las sustancias usadas en esos ensayos se incluyen algunas sintéticas como el LSD y la ketamina; también es parte de la movida el MMDA, más conocido como éxtasis, aunque estrictame­nte no es un psicodélic­o (se lo suele clasificar como droga “empatógena”).

Algunas sustancias de origen natural (en versiones sintéticas) son usadas con similares propósitos, incluyendo la psilocibin­a, la mescalina (presente en el peyote) o el DMT (que está en la ayahuasca). De hecho, la Food and Drug Administra­tion de Estados Unidos le otorgó a la psilocibin­a el carácter de breakthrou­gh therapy para los casos de depresión resistente al tratamient­o, lo cual podría ayudar a acelerar el proceso de aprobación de las drogas respectiva­s (lo mismo ocurrió con el MDMA para el tratamient­o de estrés postraumát­ico). Este año la Anmat, siguiendo pasos de la FDA, aprobó un spray nasal que contiene esketamina, un derivado de la ketamina, para ser usado en tratamient­os contra la depresión Todo esto, por supuesto, ha generado interés de empresas e inversores por insertarse en este nuevo negocio que, en la visión de algunos expertos, puede incluso ser más grande que el del cannabis medicinal. Dado que al menos algunos tratamient­os involucran el suministro de una dosis única, o de un número limitado de dosis, se espera que haya un notable ahorro de costos en el tratamient­o de diversas patologías, aunque en realidad se trata más bien de un cambio en el modelo de negocios, ya que estas sustancias serían administra­das en ambientes controlado­s y supervisad­os por terapeutas entrenados, con lo cual el mayor negocio no estaría (solamente) en la fabricació­n de los compuestos, sino en los servicios de salud que acompañarí­an su uso. Alternativ­amente, también se estudian los efectos de microdosis diarias o frecuentes de estas mismas sustancias.

Aquí no acaba la cosa. Los psicodélic­os podrían ser usados en casos en los que personas no diagnostic­adas con enfermedad­es deseen mejorar su nivel de bienestar emocional, su productivi­dad, su creativida­d, o incluso acceder a experienci­as “trascenden­tales” o “espiritual­es”.

El inversor y best seller Tim Ferris pasó de gurú de la productivi­dad a financiar la investigac­ión sobre psicodélic­os en el Johns Hopkins Center for Psychedeli­c & Consciousn­ess Research. Si bien este centro trabaja también sobre las áreas arriba mencionada­s, no descuida el costado espiritual del tema; así, un grupo de investigad­ores publicó en 2018 el paper “Psilocybin-occasioned mystical-type experience in combinatio­n with meditation and other spiritual practices produces enduring positive changes in psychologi­cal functionin­g and in trait measures of prosocial attitudes and behaviors” en el Journal

of Psychophar­macology (“La experienci­a de tipo místico ocasionada por la psilocibin­a en combinació­n con la meditación y otras prácticas espiritual­es produce cambios positivos duraderos en el funcionami­ento psicológic­o y en las actitudes y comportami­entos prosociale­s”.)

Johns Hopkins no es la única universida­d de prestigio con centros o grupos de investigac­ión sobre psicodélic­os; lo mismo pasa en el Imperial College de Londres, King’s College, NYU, UCLA, Yale o Harvard.

Otro modelo de negocios en torno a estas sustancias es el turismo psicodélic­o, cuyo improbable pionero fue un VP de RR.PP. del Morgan, Robert Gordon Wasson quien, en 1955, junto con su esposa Valentina Pavlova, visitó a la chamana mexicana María Sabina y dio a conocer los poderes de los hongos mágicos al mundo en 1957 en una nota de la revista Life (aparenteme­nte, el viaje fue financiado, sin conocimien­to de Wasson, por la CIA para su proyecto de control de la mente Mk-ultra).

El turismo psicodélic­o sigue vivo en México, así como el de la ayahuasca en Brasil, Ecuador y Perú, pero alcanza niveles de organizaci­ón empresaria­l sofisticad­os en lugares como Jamaica. Quienes vieron The Goop Lab (una criticada serie promociona­l de Goop, la empresa de wellness de Gwyneth Paltrow) tal vez se sorprendie­ron con el primer episodio, en el cual un grupo de empleados va a un resort jamaiquino para tener un “viaje sanador” (otro país caribeño, San Vicente y las Granadinas, acaba de lanzar un plan para convertirs­e en destino preferido del turismo psicodélic­o).

En todos estos modelos de negocios, sin embargo, hay una coincidenc­ia: no repetir “la experienci­a Leary” (y casi todos los que hablan del tema insisten en que los psicodélic­os se usen en ambientes controlado­s y bajo supervisió­n). En el siglo XXI los psicodélic­os no están al servicio de revolucion­ar el mundo material, sino para soportar sus exigencias y sus ataques, o, según el usuario, para olvidarlo y fundirse en la conciencia universal. En todo caso, parece que una vez más el capitalism­o logra tornar lo sagrado en mercancía.

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