La historia de María Castillo de Lima, la soprano trans que reabrió el Colón
Nació en San Pablo y se formó en el primer coliseo, donde brindó un concierto con sus composiciones
El miércoles último, la cantante María Castillo de Lima ofreció, desde el escenario mayor del Teatro Colón, un recital de cámara vía streaming junto al pianista César Trello, con un ciclo de canciones propias inspiradas en estos tiempos de pandemia de Covid-19. El hecho de que se haya realizado en el marco de la Semana del Orgullo hace que María prefiera subrayar que es una cantante trans. “En este momento suma porque tiene que ver con la visibilidad y, sobre todo, del ambiente en el que estoy [el de la música clásica], más plegado a lo ancestral y cultural de una tradición. Pero bueno, llegará el momento en el que no haga falta hacer ningún tipo de salvedad sobre las personas. Después de todo, soy una artista como cualquier otra”, dice.
La vida de María comenzó en San Pablo, Brasil. Allí se conocieron su madre, que trabajaba en la cocina de restaurantes y hoteles, y su padre, que hacía trabajos de albañilería y viajó a Brasil para probar suerte. “Mamá entendió que trabajaba en la fábrica de Alpargatas y no en la venta de alpargatas”, se ríe ahora María.
Más allá de que a su madre le gustaba cantar y que su padre tocaba la guitarra de oído, María se abrió camino en solitario en la música. Su elaboración en torno a su propia identidad vino mucho después. Luego de idas y venidas entre la Argentina y Brasil, la familia se instaló en La Plata. Allí fue donde María estudió, desde la escuela primaria hasta el conservatorio Gilardo Gilardi. Cantó en el coro del Teatro Argentino de La Plata y hace más de diez años ingresó como tenor en el Coro del Colón. “Me formé como tenor, pero también había estudiado piano, educación musical y composición. En el Colón vino mi transformación, encontrarme con mi verdadera identidad, un proceso de cambio que fue largo y que supe adaptar a lo profesional que es la voz”.
Por eso María ahora es soprano. En realidad, es tenor y soprano, una doble cualidad que también explicará. “Supe desde muy chica que tenía una facilidad vocal más allá de lo común, cuando componía para los cantantes que yo acompañaba al piano. Con la técnica pude perfeccionar una voz de soprano que sigo trabajando hasta el día de hoy. Junto a mi cambio de género y a una lucha constante, sin belicosidad, finalmente se pudo cambiar de registro en el teatro. Porque en 2019 el Colón estableció una serie de estatutos, gracias a la gestión de [la directora general] María Victoria Alcaraz y todo su equipo, para que las personas puedan cambiar su registro vocal, más allá de que cambien o no de género. Porque a veces una voz de 20 no es la misma que una de 50. Sin una ley como la de Identidad de género yo no hubiera logrado nada de todo esto, sobre todo por el respaldo legal”.
–¿Quién es Vkallasova?
–Un personaje que inventé cuando era un tenor que estaba explorando y hacía mis ensayos en el género femenino donde me sentía completa y absoluta. Era un personaje gracioso que hablaba con acento ruso. Fue el ensayo general de lo que después iba a ser mi vida real. Uno no es un caracol y por más que el cambio de género es una decisión absolutamente personal y el medio lo tiene que entender y acompañar, allá por 2011 faltaban algunas cosas en nuestra sociedad y yo no quería que fuera tan chocante para quienes me rodeaban. Por mi manera de ser fui teniendo en cuenta al otro. Sobre todo porque estaba inmersa en un ambiente laboral, en un mundo profesional, en un teatro oficial. Tenía que cuidar mi puesto de trabajo.
“Tenía que ir con cuidado. El ser humano es muy complicado, pero, a la vez, si uno tiene la fuerza para que las cosas se entiendan de la manera más correcta, se consigue. Yo invito a todos a estar fuertes y seguros. Ser felices, queridos y aceptados es lo que buscamos todos los seres humanos”, reafirma.
–¿La música no estaba en tu familia?
–No a nivel profesional. Mi familia no está relacionada con la música, menos con el mundo de la clásica y la ópera, un universo tan particular. En los teatros te encontrás con generaciones de familia que son cantantes, músicos o técnicos. Lo mío surgió por propia voluntad. Y si tengo que poner pilares en mi vida, uno es la educación pública y la posibilidad de tener un conservatorio como el Gilardo Gilardi, de La Plata, que amo con toda mi alma. Allá tuve todo lo que necesité para llegar al Teatro Colón y para desarrollar esta carrera. Comencé en 2000, a los 14 años y les debo mucho a mis profesores. Cuando los alumnos sabemos aprovechar, después vemos, a la distancia, el tesoro que nos han dado y todo lo que ponen día a día los maestros argentinos. Tal vez de no haber existido el conservatorio público, en ese momento, no hubiera podido pagar una clase de música. Conseguir un recital con mi propia música en el escenario mayor del Colón es como tocar el cielo con las manos y eso se lo debo a mis padres y a mis maestros.
–¿Qué tan acompañada estuviste con la búsqueda de identidad?
–Mi cambio lo comencé fuera de la casa de mis padres. Igual ellos siempre me acompañaron. No hubo momentos de crítica o confrontación. Siempre concibieron para mi la idea de una persona distinta de sus otros hijos, porque siempre tuve una manera de sobrellevar mi vida de manera férrea. Sobre todo con la vocación por la música. Para los padres siempre es importante que los hijos puedan encontrar su rumbo. Se sintieron contentos en ese aspecto. Sabía que respetarían lo que decida.
–¿Por qué buscaste una voz de soprano y no un registro más cercano al de tenor?
–Hay una predisposición natural, una flexibilidad que han estudiado otorrinolaringólogos, y eso permite que pueda producir sonidos graves y, luego, los registros femeninos. Es una tesitura amplia. Luego está la elaboración de la voz de soprano, como la de la que ha nacido mujer y ha desarrollado su registro. Tengo esa posibilidad. Un poco, todos la tenemos, algunos con mayor predisposición. No tengo predisposición para correr maratones pero sí para cantar. Luego viene el estudio y el recurso de la técnica para fonar. Eso es estudio, disciplina y gimnasia. Por eso conservo mi voz de tenor y ahora ésta, de soprano, en la que hice hincapié en el último tiempo. El disparador fue el concurso internacional de Verónica Cangemi [el 1er. Concurso Internacional de Canto Opera Mendoza, donde obtuvo el segundo premio]. Cuando me preguntan si lo que estoy haciendo, o la rareza de una personalidad como la mía en un ambiente como éste, deja un camino, digo que sí, que ya lo creo. Hay otras compañeras que también pudieron cambiar de registro en el
Coro. Y creo que en el ambiente artístico pueden surgir otras cosas de una persona que tiene que ver con las disidencias, con las minorías y con este colectivo tan vapuleado.
–¿Y tu música?
–Fue el primer streaming producido por el Teatro Colón desde su cierre por la pandemia en marzo [el concierto está disponible en la página de Youtube del primer coliseo]. No solo es el festejo por la pluralidad sino el regreso de algo nuevo al Colón. Y la propuesta fue porque las autoridades estaban al tanto de que yo había atravesado esta pandemia volviendo a mi faceta de compositora, que comenzó en 2000. Eso es algo que quedó relegado pero en el último tiempo terminé obras inconclusas y comencé nuevas. Trabajé duro todos los días. Volví de haber hecho temporada en Mar del Plata, donde gané el premio Estrella de Mar como revelación [por el espectáculo La fiesta inolvidable] y todo eso quedó en la nebulosa porque llegó la pandemia. Tenía un ciclo de canciones sobre Alfonsina Storni que para mí es la máxima poetisa y una luchadora. Quiero que la mitad de mi obra para canto y piano sea con obras de Storni y Juana de Ibarbourou, que son mis preferidas a la hora de hacer canciones. También compuse con otras contemporáneas que me han dado sus versos. Desarrollé varios ciclos y el Colón no quería que cantara ópera, Schumann o Schubert sino mi propio repertorio. El año pasado hice dos canciones en el Salón Dorado. Ahora fueron doce, de las cuales cinco hablan de la pandemia. El ciclo se llama El tiempo de lo perdido, que escribí entre el 1° y el 6 de noviembre. Compuse una música fuerte, impactante, una semblanza sonora de los que vivimos en este tiempo.
–¿Te concentraste siempre en las canciones?
–También tengo tres óperas. La primera, a los 16 años, está en manuscrito y toda orquestada. Es como un bel canto donizettiano. Después hice otra con una música más moderna sobre La dama del alba, de Alejandro Casona, y la tercera es más controversial, se llama Piquetazo y cuenta una historia absolutamente nuestra. Yo me defino como compositora posromántica impresionista, pero con una vena muy profunda del nacionalismo argentino y del brasileño. Pongo todo el tiempo ritmos que tienen que ver con nuestro folklore y con danzas afrobrasileñas.