Poscuarentena. El incierto futuro de la clase media argentina
La pandemia agravó una situación económica deteriorada desde hace varios años, que se refleja en la caída de los salarios y en el ensanchamiento de la base de la pirámide social
CÓRDOBA.– La familia de Mario Pignon vivía hasta mediados de marzo pasado de la organización de ferias y exposiciones y de la fotografía en Salta. La pandemia y la cuarentena la empujaron a “cambiar todo”. Es lo mismo que hicieron miles de argentinos –en particular, de la clase media– que en esta etapa vieron caer o desaparecer sus ingresos y deben aceptar un derrape en la pirámide social.
“Primero pensamos que iba a pasar rápido, pero no fue así. Alquilamos y hubo que reorganizarse. No teníamos ingresos ni ahorros suficientes”, cuenta Pignon a LA NACION. Uno de sus hijos recibió el IFE (se pagaron tres en ocho meses) y él tomó un crédito de $52.000 para monotributistas para comprar un horno y mercadería y empezar a hacer productos de masa madre. “Es una situación extrema y buscamos salir a flote”, asegura.
La flexibilización del aislamiento llegó en paralelo al recorte de las ayudas del Estado a las empresas y a los individuos (ATP, IFE) y a un incremento de la inflación.
Aun con algo más de actividad, Ecolatina proyecta que las familias no tendrán recursos suficientes para satisfacer los nuevos rubros disponibles para gastar (turismo y recreación). Además, no hay estimaciones de una suba significativa del ingreso disponible de los hogares para consumo por lo menos durante la primera parte de 2021.
Sebastián Lópes Perea, sociólogo y director de Marketing & Estadística, advierte que el concepto de clase media por ingresos “se pulverizó”. “El perfil sociocultural se mantiene, pero el nivel de frustración es muy alto. La nueva situación impacta en hábitos de consumo, canales y marcas. La Argentina avanza a un proceso de latinoamericanización, con más brecha entre las clases. La pirámide de arriba no crece porque no hay movilidad social y de la mitad hacia abajo se ensancha”, describe.
En términos de marcas, elige una figura gráfica: “La Argentina que se configura es más la de Manaos, Guaymallén y Grido que la de Cocacola, Havanna y Freddo; las segundas marcas crecen fuerte”.
Los comedores populares sostenidos por organizaciones no gubernamentales o por las iglesias registran más demanda de ayuda; tanto de comida como de asesoramiento por parte de quienes no están acostumbrados a la asistencia social. Amalia Villalba es trabajadora social de Cáritas en la Vicaría Belgrano de CABA. Señala que al poco tiempo de iniciadas la pandemia y la cuarentena se acercaron hombres y mujeres que “empezaban en un trabajo que parecía estable y lo perdieron. Con los ahorros que tenían no llegaron, no tenían colchón”.
Entrevistó a quienes pasaron de alquilar a una pensión y “no pudieron más y pasaron a situación de calle”. Hay familias con trabajo, pero con menos ingresos, y buscan refuerzo de comida. “Con lo que ganan ya no pueden costear lo que consumen, y tampoco tienen la contención de familiares o amigos porque ellos también cayeron”, apunta Villalba. Otro grupo que identifica es el de los venezolanos, “jóvenes profesionales que estaban tratando de insertarse y necesitan alimentos y ropa, ni siquiera estaban acostumbrados al clima”.
Desde el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA), su director, Agustín Salvia, indica que hay reducción y empobrecimiento de la clase media. “No solo fueron fuertemente golpeados en lo económico, sino que se les bloqueó un proyecto de vida, con las consecuencias sociales y psicológicas que eso conlleva”. Enfatiza que la Argentina no crece desde 2012 y que viene experimentando un shock de movilidad social descendente que se aceleró en los últimos tres años. “El Covid fue un golpe más; las clases media-alta tienen activos para protegerse, no solo en lo económico; el resto es más vulnerable al proceso de descenso social”, sintetiza.
A los 27 años, Gonzalo Aliaga se mantenía y colaboraba con su familia –vive con sus padres, dos hermanos y su abuela en Córdoba– con su trabajo de transportista escolar. Desde hace meses, los sábados, junto a otros compañeros, vende empanadas en un puesto barrial y el resto de la semana elabora y comercializa productos dulces. “Los roles se invirtieron y ahora es mi abuela, con su jubilación, la que nos ayuda. Recortamos gastos y se selecciona el impuesto que se va a poder pagar porque se prioriza el alimento”, dice.
La provincia les otorgará en los próximos días una ayuda económica por única vez; la Municipalidad de Córdoba (donde hay inscriptos 570 transportistas escolares) durante tres meses les entregó módulos alimentarios y todavía esperan la ayuda prometida por la Nación para todo el sector. “También nos dijeron que nos eximirían de la patente, pero sigue generando deuda.
La situación es crítica; incluyendo el verano hace 11 meses que generamos cero”.
Más personas pobres
Para Salvia, la Argentina está en un proceso de “desarrollo del subdesarrollo, de reproducción del empobrecimiento” y si hay una reactivación habrá un “sentimiento de mejora, una ilusión” que alcanzará a algunos de los segmentos más golpeados. “Pero esa fluidez se dará en una situación de empobrecimiento; la brecha entre las clases se va a mantener salvo que haya una mejora prolongada y sostenible”.
A modo de ejemplo, indica que la salida de la crisis de 2001 y 2002 dejó una sociedad más desigual, más empobrecida en términos de movilidad social, en la que “mejorar no significó consolidar”.
“Todos vamos a salir más pobres; hay una caída generalizada de ingresos –dice el economista José Simonella, presidente del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Córdoba–. La clase media-media es la que más siente los efectos de la pandemia y la cuarentena, es la que menos ayuda recibió en términos relativos y la que, en lo laboral, más se resintió”.
Repasa que por las restricciones a actividades vigentes y las nuevas modalidades de trabajo, todavía no hay una percepción clara de cómo bajaron los ingresos. “Se usa todo lo que se recibe para una canasta de productos y servicios más chica, con precios máximos y con tarifas congeladas. Cuando la normalidad sea más plena seguramente no se podrán recuperar consumos porque los ingresos crecieron menos que la inflación y, hacia adelante, las empresas no podrán mejorarlos mucho más”.
Los expertos consultados por LA NACION coinciden en que el aumento del desempleo –3,7 millones de personas dejaron de estar ocupadas, en la comparación interanual en el segundo trimestre del año– golpea más a los sectores medios y en que cuando se dejen de frenar las tarifas y se levanten las restricciones a los cortes de servicios, habrá miles de personas que tendrán que ajustar consumo.
Lópes Perea subraya que la expansión de los sectores mediosbajos es determinante para la aparición de nuevas marcas y el crecimiento de los canales informales; emergen las propuestas de category killers, que son locales con mucha especialización y muy eficientes en costos.
“Si se ajusta por el dólar, es peor; los salarios promedio rondarían los US$350, por lo que una devaluación empujaría todavía a más pobreza –agrega–. Los vasos comunicantes entre los distintos países que se empiezan a configurar en la Argentina serán pocos, son diferentes en hábitos y en expectativas. Para que haya movilidad social ascendente se requieren un buen sistema educativo, créditos hipotecarios, un esquema sanitario vigoroso e infraestructura básica. No los tenemos. El mercado de consumo es cada vez más marmolado, de más colores. En la prepandemia, por ingresos, ya más de la mitad de la Argentina era clase media baja y baja, hoy ronda 62%”.
Ana Gómez es trabajadora social y está en la parroquia de Santísima de Trinidad de Núñez: “Los que no se vieron tan afectados son los que ya estaban en situación de calle, que venían muy mal. Creció fuerte el pedido de ayuda de familias de ingresos informales, que necesitan alimento, ropa, productos de higiene. Hay mucha necesidad de medicamentos en los que colaboramos contra receta; vemos cómo eso va aumentando”, cuenta.
Gómez ya era voluntaria en las crisis de 2001 y de 2008 y asegura que esta vez es distinto. “En la primera el trueque ayudaba a reinventarse, a innovar. Y en la segunda no hubo una destrucción masiva de empleo. Ahora llevamos siete meses y es preocupante ver cómo se acercan quienes no están acostumbrados; no llegan con vergüenza, sino con temor, con angustia”. Preocupa mucho el abandono de atención médica, la falta de la contención que da la escuela y la profundización de las crisis de quienes asistían a grupos de autoayuda. “También intentamos colaborar con todo eso, con un mensaje esperanzador”, menciona.
El sociólogo Alejandro Katz analiza que la sociedad argentina se segmenta en tres grupos y establece el impacto político de cada uno: el relativamente rico y apático ante los cambios porque está más cubierto frente a los ciclos económicos; un segmento estructuralmente marginado al que desde hace años le va mal y no espera cambios, y el del medio, que es el más participativo y preocupado porque su situación depende directamente de las decisiones del Gobierno.
El sociólogo Manuel Mora y Araujo solía usar un esquema de estructura social y voto en la Argentina que Andrés Malamud recupera actualizado: la clase alta corresponde al 5% y la baja (marginal y semimarginal) trepó al 30%, desde el 15% en el que estaba. El voto peronista correspondería a esa franja y los asalariados sindicalizados (25%).