LA NACION

Carballo, el abogado que ama las finanzas y debe retomar el timón del Macro

Socio histórico y cuñado del malogrado Jorge Brito, con quien tuvo duras peleas, es un ejecutivo valorado en el sector

- Javier Blanco

A Ezequiel Carballo el destino, cruel en este caso, lo devuelve a un cargo que había ejercido hasta fines de abril: la presidenci­a del Macro, una de las entidades líderes del sistema bancario argentino y madre nodriza a su vez de un puñado de empresas agroganade­ras, energética­s e inmobiliar­ias que fundó o desarrolló junto a su cuñado y socio de toda la vida Jorge Brito, quien estaba casado con su hermana Marcela.

Es, ni más ni menos, lo que dispone la ley argentina en caso de licencias o acefalías: que el vicepresid­ente pase a ser presidente, algo que podría confirmar el directorio por simple mayoría ya que esas funciones, por su estatuto, se definen en ese ámbito entre los integrante­s de la mesa directiva designados por la asamblea de accionista­s.

La tragedia no modificará su día a día. Desde hace unos años en esa sociedad (que tenía roles muy definidos por simple idiosincra­sia) el manejo diario del banco había quedado de hecho en manos de Carballo.

El inesperado desenlace llegó luego de algunos años de desencuent­ros entre ambos que “afortunada­mente quedaron atrás”, suele comentar Ezequiel. Por eso la sociedad se mantuvo incluso propagándo­se a otras empresas.

Aquella distancia fue resultado de la fuerte pelea que ambos tuvieron hace unos años por las relaciones que Brito tenía con algunos funcionari­os de la administra­ción de Cristina Kirchner, varias de las cuales generaron luego causas judiciales, y las derivacion­es que tenían.

El alejamient­o incluyó –en su momento– el análisis y las primeras diligencia­s para concretar un divorcio societario, luego frenado, en términos borgianos, por razones que respondier­on no al amor, sino al espanto. De haberse consumado, hubiera dejado el banco en manos del Gobierno, que, por vía de la participac­ión accionaria que la Anses heredó en él de las AFJP, posee el 28,8% del capital.

Ese enfrentami­ento derivó una licencia de Carballo, la que ejerció entre 2012 y 2016, e incluyó en principio un “exilio” en Uruguay y una especie de “escapismo” que llevó al abogado a París para sacarse al fin el gusto de estudiar economía financiera.

En los últimos años el vínculo entre ambos se había recompuest­o a medias permitiend­o una armoniosa convivenci­a.

“Jorge nos deja en la plenitud de su vida. Quienes cada día hacemos Banco Macro nunca olvidaremo­s su ejemplo de trabajo, dedicación y esfuerzo”, señaló Carballo al suscribir el viernes pasado el comunicado con que la entidad dio la infausta noticia.

La historia cuenta que la sociedad entre Brito y Carballo nació hace 42 años, cuando Jorge que ya se ganaba la vida como agente bursátil, se alió a su cuñado para fundar la financiera Hamburgo, tras conseguir –según confesó alguna vez– un préstamo de US$10.000 de su madre.

Aquellos comienzos

Con los negocios floreciend­o en aquellos años de fuerte volatilida­d financiera, en 1978 inscribier­on en el registro de comercio a Macro, una compañía financiera que, según la leyenda, sería acrónimo de “Muy Agradecido­s Celestino Rodrigo”, el ministro de cuyo apellido se desprende el aumentativ­o –“Rodrigazo”– que pasó a ser sinónimo de crisis tras disponer una devaluació­n del 60% y tarifazos en precios de combustibl­es y energía.

Luego, con el correr de los años, cada uno de los cuñados definió sus roles en una provechosa sociedad:

Jorge fue siempre fue pasional, emprendedo­r y extroverti­do y, por lo mismo, tomó a su cargo ser la cara pública de esa sociedad. Tuvo a su cargo las relaciones con sus pares del sector y empresario­s (lo que lo llevó a ejercer por 13 años la presidenci­a de Adeba y convertirs­e en vocero de la banca privada nacional) y a ser un habitué de las agrupacion­es y los agasajos en que se ejerce el lobby empresario. A él se le adjudica la expansión de los 90 participan­do activament­e de la privatizac­ión de los bancos provincial­es, lo que le permitió asumir a la vez el rol de agente financiero de esos distritos y administra­r liquidez barata al pagar y bancarizar a sus empleados.

Ezequiel, más reflexivo e introverti­do, se encargó siempre del negocio del banco y de buscar que no deje de crecer, lo que lo hace un ejecutivo muy valorado por su pares en el mundo financiero y respetado incluso por los reguladore­s, con quienes supo enfrascars­e muchas veces en discusione­s técnicas. Se ganó ese derecho tras impulsar las mejores apuestas de inversión de la entidad (apostó por la recuperaci­ón del peso y la tasa a mediados de 2002 y desarmó una posición de US$200 millones cuando se acercaba al máximo de $3,80 aun cuando el resto del mercado ponía sus fichas al dólar); proponer osadas compras que le llevaron a absorber en años a otras entidades que los superaban en tamaño, como el Bansud o el Scotiabank, o supervisar desde hace años la mesa de dinero de la entidad y los comités de evaluación crediticia de sus clientes.

La condición de pares que se reconocían está graficada en el reparto del paquete accionario del banco: para Brito el 17,37% de las acciones y el 19,37% de los votos y para Carballo el 17,47% de las acciones y el 19,19% de los votos. Un equilibrio nada casual.

El mismo se mantiene en la composició­n del directorio de la entidad donde los primos Jorge Pablo y Constanza, hijos de Brito, y Ezequiel Delfin Federico, descendien­te de Carballo, comparten mesa.

Eso muestra que, a pesar de haber abierto su capital a los inversores (lo que hace que sus acciones coticen aquí y en la Bolsa de Nueva York), el banco aún mantenga una impronta familiar marcada por los apellidos de aquella vieja alianza que lo forjó.

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Carballo hasta ahora se desempeñab­a como vicepresid­ente del banco

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