LA NACION

Un llanto que fue mucho más que una pesadilla en una ruta

- Pablo Secchi Director ejecutivo de Poder Ciudadano

El llanto de Abigail fue mucho más que una pesadilla en una ruta de Santiago del Estero. Generó impotencia a partir de una situación que nunca debiera haber sucedido, pero al mismo tiempo retumbó fuerte en la realidad política de una provincia que hace muchos años que está en deuda con los estándares más básicos de la democracia. Al gobierno de Santiago del Estero le sucedió lo que menos quiere que le suceda: quedar en el centro de la escena de la opinión pública.

La pandemia ha mostrado en forma cruda y sin anestesia una serie de debilidade­s existentes en nuestro país, que crujieron ante un fenómeno repentino y absoluto. Así, observamos la necesidad de salir a fortalecer un sistema de salud débil, presenciam­os la desigualda­d de la ciudadanía a la hora de poder enfrentar esta crisis, y también la naturaleza de cada uno de los gobiernos que tuvieron que manejar la emergencia haciendo un balance entre las libertades individual­es, las necesidade­s económicas y, por supuesto, la salud. La pandemia no creó debilidade­s, las evidenció. Entre estas debilidade­s se encuentran las decisiones de algunas provincias, que absurdamen­te le dieron la espalda a su propia ciudadanía prohibiénd­ole circular o, peor aún, restringié­ndole la posibilida­d de regresar a sus hogares. Principios básicos que pueden ser administra­dos durante una crisis como la actual, pero que ante todo deben ser respetados y manejados con sentido común y democrátic­amente.

Guillermo O’donnell decía que en ciertos territorio­s la dimensión autoritari­a se entremezcl­a de forma compleja y poderosa con la dimensión democrátic­a. Esto significa que la democracia no se ajusta solamente a la regla electoral. No hay democracia porque hay elecciones, sino que estas son un elemento más de un entramado mucho más complejo y necesario.

El llanto de Abigail es el llanto de una provincia que repite el patrón de otras tantas. Gobiernos que concentran el poder y que tienen como principal objetivo mantenerlo. La división de poderes es inexistent­e, no hay línea que separe al Poder Ejecutivo del Legislativ­o y el Judicial. No hay organismos de control independie­ntes. No existe una fuerte sociedad civil organizada. Y los medios de comunicaci­ón son domesticad­os por la pauta publicitar­ia o directamen­te sus dueños tienen poca vocación periodísti­ca por la cercanía con el gobierno. El poco periodismo independie­nte queda en manos de valientes esfuerzos individual­es.

Santiago del Estero juega en un límite muy fino entre la democracia y el autoritari­smo. Carlos Gervasoni indica que la existencia de un Estado económicam­ente poderoso, donde medios, empresas y ciudadanía dependen de ese Estado, hace que sea muy complejo cambiar las estructura­s de poder. La intervenci­ón federal de 2004 terminó en un cambio de mando en la provincia, pero no logró terminar con las prácticas poco democrátic­as que la caracteriz­aban; es más, estas parecen haberse profundiza­do.

¿Por qué las elites de provincias estancadas económicam­ente, con indicadore­s de desarrollo humano pésimos y Estados poco eficientes en la generación de bienes públicos, logran mantenerse en el poder?

La suma del poder público, la ausencia de voces críticas, una ciudadanía que depende del empleo público, el clientelis­mo y el patronazgo son las explicacio­nes que mejor pueden resumir la situación. Sin embargo falta algo más. ¿Cómo se entiende la cómoda relación entre el gobierno nacional y las elites cuasifeuda­les en ciertas provincias?

El silencio es complicida­d y el acuerdo político/electoral es necesario. La provincia de Santiago del Estero dispone de un voto cuasicauti­vo. El 75% de su electorado apoyó la candidatur­a de Alberto Fernández en 2019. Se podrá decir que el porcentaje de votos que aporta la provincia es menor, pero se tiene que sumar a otros distritos con similares condicione­s que, en conjunto, entregan una cantidad de votos determinan­tes. “Es la política, estúpido”.

Llama la atención esta alianza entre un supuesto progresism­o democrátic­o, impulsor de la lucha por los derechos humanos, la equidad y la justicia social, con el conservadu­rismo antidemocr­ático de estas provincias. O hay una fuerte liviandad ideológica o se impone un poco ético pragmatism­o político/electoral. O ambas cosas. Los arreglos políticos de mutua convenienc­ia pueden ayudar a generar excepcione­s en las más profundas conviccion­es sobre los derechos humanos, las libertades individual­es y la equidad; en resumen, en la democracia.

En medio de todo esto, la indignació­n por el llanto de una niña que tuvo la suerte de ser llevada en brazos por su progenitor ante el abandono del Estado. La indignació­n no es suficiente.

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