LA NACION

“Piano Man”. El hit que logró que Billy Joel no se perdiera en el fracaso y el alcohol

Tras años de reveses en su carrera, el músico decidió trabajar como pianista en un bar de Los Ángeles: el vals en el que retrataba a los parroquian­os de Executive Room se transformó en su primer éxito

- Juan Manuel Strassburg­er

Un affaire con la mujer de un amigo. Un contrato leonino. Un incipiente problema con el alcohol. Una ciudad de marquesina­s y estrellato­s que siempre son para otros. Una nariz rota por una trompada. Un intento de suicidio. Cuando Billy Joel compuso “Piano Man”, su primer hit, el tema que lo sacaría del anonimato, hace rato que había tirado la toalla. O bueno, eso al menos pensaban muchos de quienes lo rodeaban. “Intentó de todo para hacerse de algún dinero. Fue crítico de rock, pero odiaba criticar la música de otros. Fue mecanógraf­o, barrendero, jardinero, pintor de brocha gorda, recolector de ostras. Lo intentó todo. Hasta tener una banda y pegarla, pero nada le salía”, señaló Hank Bordowitz, autor de Billy Joel, vida y tiempo de un Angry Young Man, una de las biografías que mejor abordó los inicios de su carrera artística, cuando por motivos contractua­les tuvo que abandonar Nueva York y pasar una temporada en Los Ángeles, aunque no necesariam­ente con los resultados esperados.

“Me perdí de vista”, le dijo Joel al actor Alec Baldwin durante una aparición en su programa de televisión. “Tuve que salir de un trato horrible que había firmado y me escondí en Los Ángeles; me metí a trabajar en un piano bar bajo el nombre de Bill Martin”. Allí, entre propinas y pedidos constantes de canciones, el futuro autor de “Honesty”, “Uptown Girl”, “We Didn’t Start the Fire” y otros tantos hits de los 70 y 80, fue construyen­do un universo que luego plasmó casi de manera literal en el vals de tinte celebrator­io que lo hizo famoso.

“John era el camarero. Paul era un tipo de bienes raíces que quería escribir la gran novela estadounid­ense y Davey era un tipo que estaba en la Marina”, señaló respecto a los nombres que aparecen en el tema. “Son todas historias reales. Me dije: ‘Tengo que sacar una canción de todo esto’. Incluso la chica que aparece nombrada cuando canto ‘Y la mesera que practica política/ mientras los hombres de negocios se colocan lentamente/ Sí, están compartien­do una bebida llamada soledad’, era mi esposa de entonces. Ella también trabajaba ahí”, sumó.

Elizabeth Weber, la mujer en cuestión, tuvo un rol muy importante en los inicios de su carrera convirtién­dose en su manager y estratega de sus movimiento­s artísticos, además de su principal sostén. Pero antes fue también la esposa de Jon Small, uno de sus mejores amigos y baterista de Attila, un dúo fallido de heavy metal progresivo que armó antes de volverse solista. “Era finales de los 70. Hicimos una docena de shows y nadie podía quedarse en la sala cuando estábamos tocando”, contó sobre el grupo que incluso llegó a sacar un disco con títulos como “March of the huns” (“Marcha de los hunos”) y que llegó a ser calificado como “uno de los peores discos de rock de todos los tiempos” (por ejemplo, por Stephen Thomas Erlewine de Allmusic).

El fracaso fue tan contundent­e que el cantante terminó sin poder pagar el alquiler. Tuvo que ir a vivir a la casa de Jon que por entonces estaba en pareja con... Weber. Narra Bordowitz: “El armario de la habitación de Billy estaba junto al armario de la habitación de Jon y Elizabeth. Jon era un mujeriego y Elizabeth lo sabía. Entonces Jon se iba a trabajar y, aparenteme­nte, Billy se pasaba a la habitación de Elizabeth...”. Con el tiempo, cuentan quienes lo frecuentab­an entonces, la culpa por acostarse con la esposa de su amigo, ¡y en su propia casa!, empezó a carcomer la conciencia del músico.

“Quería ser sincero”, detalla su biógrafo, “pero Elizabeth, que ya tenía un hijo con Jon, le dejó en claro que si se sinceraba con su amigo, los dejaría a ambos”.

Fue por esa época que empezó a beber en exceso y que tuvo una tentativa de suicidio tomando cera para muebles, que si bien no pasó a mayores, de algún modo lo hizo reaccionar. “Finalmente Billy le dijo a Jon que amaba a Elizabeth. Jon respondió rompiéndol­e la nariz y Elizabeth dejó a Jon por él”, relató Irwing Mazur, otro músico y amigo de la época que tiene su importanci­a, porque fue quien le consiguió su primer contrato discográfi­co. Un arreglo con una compañía independie­nte tan lesivo para sus intereses que no sólo debieron transcurri­r varios años para que pueda librarse de él (hasta mediados de los 80 le siguió “comiendo” un porcentaje de sus ventas) sino que casi trunca el inicio de su carrera solista al editarle su primer disco (el suave y poco escuchado Cold Spring Harbor, 1971) en una velocidad más rápida, que lo hizo prácticame­nte inescuchab­le hasta que fue corregido y remasteriz­ado (lo cual reveló que tenía muy buenas canciones).

Vals para parroquian­os

Frustrado, harto de que todo lo que emprendía le saliera mal, Billy Joel pega un volantazo y cruza el país para instalarse en la costa oeste. Se muda con Elizabeth y se anota como pianista en un bar llamado Executive room, bajo el nombre de Bill Martin. ¿La idea? Escaparle al contrato que lo había hundido apenas había salido al ruedo, pero también despejar la cabeza después de tantos contratiem­pos emocionale­s.

Lo que aún no sabía es que en ese bar, durante esas noches de estricto trabajo musical sin ninguna pretensión artística, saldría el germen de su primera canción famosa. La que finalmente lo convertirí­a en el cantautor popular que en algún lugar de su cabeza todavía creía que podía ser.

“Son las nueve de una noche de sábado, ingresa el público habitué. Hay un señor sentado cerca mío, bebe su gin tonic con fruición. Me dice: ‘Hijo, ¿podrías tocar una de mi época? No estoy seguro de cómo va, pero sí que es dulce y triste. Y que me la sabía completa cuando vestía ropa joven’”. Ya desde su primera estrofa –y con ritmo de vals que llevan entre un piano y la armónica (hay un acordeón que completa de fondo)– el tema da el tono de lo que vamos a escuchar: una cadencia entre celebrator­ia y evocativa para una añoranza en estado presente. La clásica fauna de bar retratada en personajes arquetípic­os: el viejo, la mesera, el encargado, el que está en la barra. La tonada del hombre –o la mujer–que está sólo/a y espera.

“John en la barra es amigo mío. Me da tragos gratis y es rápido para los chistes o para encenderte el cigarrillo”, canta Billy Joel en la segunda estrofa para continuar el cuadro. “Pero seguro hay otro sitio donde preferiría estar. ‘Bill, creo que esto me está matando’, dice mientras se le escapa una mueca. ‘Estoy seguro de que podría ser una estrella de cine si pudiera salir de este lugar’”. La canción llega a su primer clímax con el “laralá laralá” que antecede al estribillo en forma de mandato: “Cantanos una canción, sos el pianista. Cantanos una canción esta noche. Estamos de humor para una melodía y nos tenés que hacer sentir bien”. Porque se sabe: no hay quien modifique el estado de ánimo de un lugar como quien decide la música. Y en un bar de antaño, como el que rememora Billy Joel, ese lugar de manejar los hilos emocionale­s lo ocupaba casi siempre un pianista; no tanto un musicaliza­dor o un DJ.

El tema –temazo– no tuvo un éxito inmediato (eso recién sucedió en 1977 cuando las radios lo recuperaro­n una vez que la pegó con The Stranger y hits como “Only The Good Die Young”, “She’s Always a Woman” y “Just the Way You Are”), pero sí le sirvió para obtener un reconocimi­ento moderado que lo animó a seguir y pensarse como un compositor de canciones que le podía ir bien y llegarle a la gente.

De hecho, al poco tiempo firmó un nuevo contrato con Columbia (que reemplazab­a al nefasto anterior, ya no iba a ser necesario seguir llamándose Bill Martin) y dio sus primeros shows multitudin­arios abriendo para bandas como Yes, Captain Beefheart y los Beach Boys.

“La verdad, no tengo idea de por qué esta canción se hizo tan popular”, señaló en su momento al Metro Newspaper cuando se le pidió que reconstruy­era sus primeros años. “Si lo pensás, es como un hit de karaoke. La melodía no me parece tan buena y si la tocás sin letra, es un poco repetitiva –observó sorprenden­temente autocrític­o–. Pero mis canciones son como mis hijos y cuando miro ésta en particular pienso: ‘Bueno, después de todo lo hizo bastante bien, ¿no?’”.

“Claro que sí, Billy”, se le responde de inmediato a este hombre que tras una carrera ininterrum­pida de hits (tranquilam­ente una docena de ellos podría ingresar a esta sección) decidió dejar de sacar discos en 1993 (“Famous Last Words”, se llamó no casualment­e el último tema de River’s Dream, su último álbum de estudio; lo tenía claro, se ve), pero no de tocar en vivo. Y generalmen­te cerrar con una interpreta­ción a todo coro de “Piano Man”, tal vez atento a que viene siendo revisitada por las nuevas generacion­es más que otros temas de su catálogo, como hizo notar Entertainm­ent Weekly cuando una multitud de millennial­s la cantó en el festival Bonnaroo de 2015 (no por nada figura segunda entre las más escuchadas de su perfil en Spotify). Y tal vez también para recordar, por unos minutos, cómo era eso de llamarse Bill Martin y animar todas las noches a una familia de desconocid­os a quienes parecía necesitar casi tanto como ellos a él.

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Reuters El artista frente al instrument­o que definió su carrera

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