LA NACION

Por decisión propia o necesidad, vuelven a la casa de sus padres

El regreso al hogar familiar por la cuarentena causó frustració­n en algunos jóvenes, mientras que a otros los hizo sentir menos solos

- Magdalena Tavares LN/UTDT

“Por la imposibili­dad de seguir pagando el alquiler, volví a mi casa de la infancia. Mi cuarto no era más mío, sino que estaba lleno de las cosas que nadie quiere: el teclado eléctrico de mi hermana, la bicicleta de mi papá y, sobre mi cama, un microondas que dejó de funcionar”, contó Clara, de 26 años, empleada administra­tiva de una empresa.

Durante la cuarentena por la pandemia de coronaviru­s, muchos jóvenes regresaron a la casa de sus padres. Si bien en algunos casos la elección fue voluntaria, ya sea por la soledad o para compartir tiempo en familia, en muchos otros no quedó más opción: la economía fue un gran factor.

“Cuando se venció mi alquiler, salí en busca de otro, pero no encontré nada accesible. Volví frustrada, me daba miedo no poder adaptarme rápido a las reglas de mis padres. Me había ido de mi casa hacía más de un año y hasta adopté un perro para sentirme acompañada”, comentó Clara. Hoy no espera la hora de volver a independiz­arse. “Tengo que estar más sólida económicam­ente para poder acceder a un alquiler; mientras tanto, convivo con ellos y trato de rescatar lo bueno: el tiempo en familia. Esto trae roces y enfrentami­entos, no lo niego, pero en el ínterin tengo la oportunida­d de generar un ahorro, imposible de lograr viviendo sola”.

En otro caso, el regreso fue por miedo a permanecer encerrado en un monoambien­te. “Empecé la cuarentena en la ciudad, pero un día pensé que me iba a volver loco y decidí sacarme un permiso especial para ir a Colón, a lo de mi viejo. Llegué a mi cuarto de adolescent­e, con las mismas sábanas de animales y los pósteres de la selección argentina. Estaba tal como lo había dejado a los 19”, explicó Federico, contador público de 28 años.

“Cuando mi viejo se despertaba y no me encontraba en mi casa, me llamaba preocupado para ver si estaba bien. No estoy acostumbra­do a tener que reportarme. Además, me di cuenta de que teníamos muchos problemas en la relación. Tuve que arrancar terapia por este tema, nunca había pensado que tenía tantas cuestiones por resolver con él”, reflexionó.

Mateo, de 25 años, estudiante de Derecho, volvió a su casa porque terminó la relación con su pareja y no encontró un alquiler al que le pudiera hacer frente. “Yo estaba viviendo con ella, pero el encierro y la falta de interacció­n con nuestros amigos fueron desgastand­o mucho el vínculo y en junio terminamos la relación. Por eso volví. Antes de irme, había vaciado mi cuarto, entonces cuando llegué me encontré con un lugar frío”.

Aunque las primeras semanas estuvo feliz de volver a un hogar con estructura, con comida casera y horarios, esto después cambió. “Empecé a tener muchas discusione­s con mamá porque estábamos los dos solos. Su régimen absolutist­a del orden terminó por enloquecer­me: no podía dejar una remera ni cinco minutos en el piso porque era una tragedia. Retomé las sesiones con mi psiquiatra y las aguas se empezaron a calmar cuando le dije que estaba buscando algo para alquilar”.

Según Graciela De Caro, psicóloga, sus consultas aumentaron por este motivo. “La vuelta a la casa de los padres tuvo efectos negativos y positivos. En general se dio un gran choque entre dos identidade­s, sumado a una sensación de opresión y frustració­n. La mayoría de los casos que atiendo están deseando irse de nuevo. Para los jóvenes, esta experienci­a significó encontrars­e con los padres de la adolescenc­ia. Para los padres fue complicado encontrars­e con un hijo nuevo, que hace lo quiere porque está acostumbra­do a eso. Los chicos vuelven con hábitos y costumbres que generaron solos”.

Sin embargo, para algunos la vuelta a la casa familiar significó algo positivo. “En la cuarentena estuve mucho tiempo sin ver a mi mamá. En el Día de la Madre finalmente la visité, y no pude contener mis ganas de abrazarla. Ahí me di cuenta de que quería volver a vivir con ella, me sentía muy sola”, contó Lucía, de 27 años, maestra jardinera .

“Las primeras semanas no nos despegamos. Comía con ella, la acompañaba a la farmacia, ¡hasta dormí con ella un par de noches! Ahora estamos tratando de volver a una convivenci­a normal, entendiend­o que somos dos personas separadas. No tengo problema en quedarme acá, aunque sí estoy buscando un lugar donde me pueda instalar”.

Para Sofía, de 20 años, estudiante de Humanidade­s, la experienci­a cuando volvió a Tandil, su ciudad natal, fue parecida. “Extrañaba ayudar en la casa y no tener ese vacío que me produce estar sola. No tengo necesidad de volver por ahora, y además soy chica, no lo veo como un retroceso. Volviendo gané mucho: pude sacar un disco en cuarentena, componer música y completar proyectos”.

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MAGDALENA TAVARES Ante la curiosidad de su padre, Clara continúa con su día de home office

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