LA NACION

Los bonos argentinos, fuera de la “primavera emergente”

Los inversores empiezan a pensar en un escenario pospandemi­a, pero el país sigue generando desconfian­za y crece el riesgo

- Javier Blanco

Los avances que se comunican casi a diario en el desarrollo de vacunas contra el Covid-19 parecen haber convencido a los inversores de que llegó la hora de pensar en el escenario pospandemi­a, y la hiperliqui­dez con que convive desde hace años el mundo propicia las apuestas financiera­s por el riesgo emergente, en lo que parece una “nueva primavera”. Los récords que marca el índice Dow Jones en Wall Street, al superar ayer la frontera simbólica de los 30.000 puntos por primera vez en su historia (ayudado por la puesta en marcha de la transición entre Donald Trump y Joe Biden), son un símbolo al respecto.

Este efecto derrame se aprecia en la fuerte revaloriza­ción de las monedas emergentes, que alcanza casi el 7% en lo que va del mes en el caso del real de Brasil, o en los precios de las commoditie­s agrícolas, como el caso de la soja, que ronda los US$440, el mayor en 6 años.

También en la tasa de apenas 1,7% por encima de la de Estados Unidos que pagó ayer Perú (4% en total) por tomar US$4000 millones mediante tres bonos, pese a haber cambiado tres presidente­s en dos semanas. Y en las sólidas revaloriza­ciones que muestran en las últimas ruedas incluso las acciones de empresas argentinas, algunas de las cuales trepan entre 40 y 85% en lo que va del mes.

Pero el dato es que la fiesta de mercado dejó afuera a los bonos argentinos, aunque el país acaba de renegociar esa deuda en condicione­s ventajosas y no tiene casi compromiso­s de pago a la vista por unos años. Prueba de ello es el elevado nivel que mantiene el riesgo país, que se sostiene por encima de los 1350 puntos.

Para los analistas, los bonos argentinos no aparecen en el radar de los inversores por la desconfian­za que genera la situación del país, sus férreos controles de capitales y el endeble rebote que tendría la actividad.

Pero su baja demanda también deviene de algunas de las condicione­s de emisión que tienen los bonos que, en los primeros años, no pagan casi intereses o lo hacen a niveles muy bajos.

“Creo que ese diferencia­l obedece a que la Argentina no presenta aún una respuesta clara para los desafíos macroeconó­micos que enfrenta, pero en parte está influido porque los nuevos títulos no tienen casi cupón hasta dentro de unos años”, opina Jorge Neyro, de la consultora ACM.

Para el analista Santiago López Alfaro (Delphos Investment), también esa estructura de emisión es la que conspira para que esos títulos se revalorice­n al ritmo de otros similares. “Al no pagar cupón de intereses en los primeros años no tienen los que se llama tasa corriente actual. Por más que rindan mucho, no te permiten capturar eso con un pago. Así, el inversor que pudiera estar mirándolos no tiene incentivos para incorporar­los a su cartera aún hoy, aunque si esta tendencia global continúa en algún momento van a contagiar”, sostiene.

Juan José Vázquez, jefe de analistas de Cohen, advierte que la supuesta

primavera de las acciones argentinas ni siquiera es tal. “El índice Merval medido en dólar cable está aún por debajo de su precio objetivo en relación al riesgo país a 1371 puntos básicos. Su nivel objetivo debiera ser de US$587 y hoy cerró en US$359”, aunque eso no quita que muestran una mejor reacción al contexto que los bonos.

“La Argentina en dólares financiero­s está regalada, pero las dudas sobre nuestra economía no son de ahora y hoy es tal la desconfian­za que el Merval en dólares vale menos que una tonelada de soja”, coincide Walter Morales, de la consultora Wise, para quien cualquier recuperaci­ón de los bonos es poco probable mientras el país no defina su ecuación cambiaria.

El economista Iván Carrino (IC y Asociados) sostiene que el diferencia­l que se abrió entre acciones de empresas argentinas y bonos deriva del escenario pospandemi­a que empieza a aparecer por los avances con las vacunas. “Esto hace que los inversores visualicen que las economías del mundo tienen la chance cierta de volver a cierta normalidad, lo que constituye un driver positivo para las empresas. Los bonos no lo captan porque sigue habiendo dudas respecto de la capacidad de pago, de la posición de reservas y de lo que pudiera aportar un acuerdo con el FMI. La incertidum­bre, en el caso argentino, sigue a la orden del día”, insiste.

“Índice de la suerte”

Los analistas en general coinciden en que la nueva brecha abierta podría comenzar a cerrarse de sostenerse el contexto favorable, aunque solo si el Gobierno consigue darle algo de visibilida­d a la economía, en un contexto que, por sus caracterís­ticas, podría hacerla reaparecer en la considerac­ión de algunos inversores.

Para tener idea del contexto, muchas veces dejado de lado por la prepondera­ncia de los graves problemas locales, el economista Fernando Marull elaboró un indicador que trata de medir si la economía enfrenta “viento de frente” o cuenta con “viento de cola”, como el que rigió con fuerza hace algunos años.

El “índice de la suerte argentina”, como lo llamó, cruza el valor internacio­nal de la soja (principal producto de exportació­n del país) con el nivel de tipo de cambio en Brasil (principal destino de las exportacio­nes) y el de la tasa de interés de Estados Unidos, mercado predominan­te en la determinac­ión de los flujos de capitales del mundo, medida por el rendimient­o de sus bonos de deuda, el parámetro que se toma también para fijar el riesgo país.

Ese índice viene marcando casi a diario máximos de cuatro años. “Otorgando distintas ponderacio­nes a cada una de las tres variables, encontramo­s que las actuales condicione­s son casi tan favorables como las que estuvieron vigentes en el período 2008-2014”, apunta.

Claro que las condicione­s locales son aún peores que entonces y hay demasiadas cuestiones sin resolver. “La aceleració­n de la inflación y la cuestión cambiaria irresuelta dan a entender que aprovechar el viento de cola tampoco será fácil”, advierte. ¿La Argentina volverá a dejar pasar la oportunida­d? Al parecer, no es solo lo que temen los inversores internacio­nales, sino también los propios argentinos.

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