LA NACION

Aurora Venturini, rara avis de lo profano y lo divino, cinco años después de su muerte

Se hizo conocida cuando, a los 85, ganó un premio literario, pero había publicado ya 40 títulos; sale ahora uno de sus libros póstumos

- Marcela Ayora

Parecía una broma. La singularid­ad de la novela ganadora llevó al jurado a pensar que el seudónimo dantesco de Beatriz Portinari fuese una posible jugada del escritor César Aira. Con ese guiño se abrió el sobre. Y de broma, nada. Apenas una ironía sugerente: la ganadora era una mujer de 85 años. Así, en 2007, con Las primas, Aurora Venturini empezó a circular entre la gente que no la conocía. Porque ya venía dando cuenta de las muchas vidas dentro de su vida. Se cumplieron ayer cinco años de su fallecimie­nto, a los 93.

A propósito del aniversari­o, Tusquets lanzó un libro inédito suyo, Las amigas, y reeditó aquel que obtuviera el Premio Nueva Novela de en 2021, anticipan, saldrán otros títulos suyos. Una obra para reponer a alguien tan “bicho raro”, “solitaria”, “de pocas pulgas”, como se definía. Por eso no sorprende que Yuna Riglos, la narradora de Las primas, cuente sin detenerse, casi de corrido, y la puntuación recién se organice solo cuando empieza a pintar. La nueva vida llega hasta la sintaxis, después de que el padre las abandonara, dejara a la madre maestra con las dos hijas pequeñas, la hermana con una discapacid­ad, siempre en silla de ruedas. La simetría con lo real: un hermano con una malformaci­ón que la madre se la adjudicó a una eruptiva que Aurora había tenido cuando ella estaba embarazada. Entonces, la novela arranca así: “Mi mamá era maestra de puntero, de guardapolv­o blanco y muy severa, pero enseñaba bien en una escuela suburbana donde concurrían chicos de clase media para abajo y no muy dotados”.

Cuando su nombre pasó rápidament­e de boca en boca por Las primas, no era una autora inédita, contaba con la creación de casi 40 libros. Un tendal de amigos que muchos quisieran haber tenido: Borges –lo conoció joven, cuando ella recibió un premio de poesía–, Sartre, Simone de Beauvoir, Camus, y así hasta completar un álbum con las difíciles. Y estaba Evita, con quien trabajó, se hizo amiga; tanto, que cuando se le preguntaba dónde había estado ella cuando Eva había muerto, decía que en la habitación de al lado. ¿De qué manera se juntaron todos en su vida antes de ese día en que a los 85 se hiciera más popular? Se impone un poco de orden para contarla, aunque lo caracterís­tico de Venturini es la superposic­ión.

Nació en La Plata (1922) en una familia de cuna radical sobre la que sobreimpri­miría su afiliación peronista. Ser graduada en Filosofía y Ciencias de la Educación la llevó a presentars­e ante Eva Duarte. Empezó a trabajar para ella en el Instituto de Psicología y Reeducació­n del Menor y en la Fundación. La amistad iba de la mano del trabajo. A pedido de su jefa, Venturini le contaba “cuentos verdes”. En su libro Eva, alfa y omega, hay confesión y ficción. “No soy especializ­ada en la materia, sino novelista deseosa de salvar el recuerdo de La Abanderada de los Humildes”. En un texto suyo, “La mujer que fue amada y maltratada por Evita”, narra: “No sé si podré soportarla. Eso sentí también después del deslumbram­iento inicial; yo había quedado fascinada como si hubiera visto varias personas a la vez, la de acá, la terrenal, y la del otro lado, más sobrenatur­al”. Y Venturini tenía un link a lo que no se puede explicar. Está en sus libros. En su confesa incursión en lo esotérico. En la fe católica a la que apeló en los últimos años, luego de una fractura que por poco la condena a la invalidez, y que, según ella, le sirvió para valorar que no se quería morir. En los minutos finales de Beatriz Portinari, un documental de Aurora Venturini se la ve decir: “Tengo fe. Porque sé que hay algo más, que acá no se termina. Que ahí nomás estirando el brazo está lo otro. Les aconsejo que cuando se les caiga el alma y sientan que están por morirse, se agachen, la levanten y se la pongan de nuevo. Fue lo que hice”.

En 1956, ser “más que peronista, evitista” le significó un pasaje a Francia. Vivió en el barrio latino de París. Estudió en La Sorbona. El gobierno francés la distinguió con la Cruz de Hierro por sus traduccion­es de Villon y Rimbaud. Y un día, 25 años después, volvió a La Plata, a un PH pequeño al final de un pasillo. Vivía sola. Se casó dos veces: con un marido juez y con el historiado­r Fermín Chávez. “Pero el matrimonio no era para mí”, decía. Aseguraba no saber hacer un huevo frito ni limpiar la casa. Escribía desde los cuatro años. Lo hacía a diario, ocho horas al día en una máquina; si no, a mano. No entendía las computador­as.

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SANTIAGO HAFFORD En su vida muy movida, Venturini fue amiga de Eva Perón y conoció a Sartre
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Autor:
aurora venturini
Editorial:
tusquets
Las amigas Autor: aurora venturini Editorial: tusquets

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