LA NACION

Diego tuvo un velatorio como su vida: caótico, emocionant­e y plebeyo

- Nicolás Cassese y María Nöllmann

La Plaza de Mayo se debatió durante toda la tarde entre la celebració­n plebeya de la vida del hombre que hizo felices a los argentinos y el caos. La mayor parte del tiempo la despedida de Diego Armando Maradona en la Plaza de Mayo –distinta fue la situación en los alrededore­s, frente a las rejas y adentro de la Casa de Gobierno, donde hubo disturbios– fue una postal de pasión, pero siempre sobrevoló la amenaza de la violencia. Como en la vida misma del ídolo, la fiesta multitudin­aria y popular coqueteó demasiado cerca del desmadre.

Durante todo el día, miles de personas se alinearon en una fila eterna, y en su mayor parte festiva, que arrancaba en la Casa Rosada, recorría el lado sur de la plaza, se escabullía bajo los árboles frondosos de la Avenida de Mayo y tenía un corte abrupto en la 9 de Julio.

Allí es donde nació el problema: el fanatismo despertado por Diego Armando Maradona no puede ser contenido. Ni hoy ni nunca. Un grupo de policías de la Ciudad formó una valla en la esquina de la Avenida de Mayo y la 9 de Julio para impedir el ingreso de más gente a la fila, y empezaron los disturbios. El horario reducido previsto para el homenaje fue el germen del descontrol. Medio día de velatorio nunca iba a ser suficiente para tanta pasión.

A las 16, dos efectivos policiales conducían una moto por la vereda de Cerrito, entre la avenida Rivadavia y la Avenida de Mayo. A pocos metros, una bala de goma impactaba sobre la pierna de un hombre de unos 30 años, vestido de Boca. “Les estaba gritando ‘antipatria­s’ y se calentaron”, dijo el joven. Estaba rodeado de otras personas que se acercaron a ver la herida.

“Es imposible pasar. Salí a las 12 de Florencio Varela para poder despedirme y no me dejan”, protestó Damián Cándida, de 40 años.

Los conflictos en la 9 de Julio se replicaron como olas a lo largo de la Avenida de Mayo. A las 14.20, hubo una amenaza de corrida sobre la plaza y se cayeron las vallas con las que se ordenaba la larga fila de gente. A las 14.30, hubo una segunda corrida y camiones hidrantes dispersaro­n a la gente con agua. Había muy poca policía y mucha tensión, pero, pese a los amagues, la situación nunca llegó a derivar en corridas. Los negocios de la avenida, incluso los más elegantes, mantuviero­n sus puertas abiertas.

Las noticias sobre el inminente cierre del ingreso a la Casa de Gobierno, donde se exhibía el féretro, generaban incertidum­bre y nervios. “¿Llegaremos?”, se preguntaba la gente. Difícil: si se cumplía la primera voluntad de la familia y el ataúd en el que estaba el cuerpo de Maradona abandonaba la Casa de Gobierno a las 16, habría miles de personas que no llegarían a rendirle tributo. Y el riesgo era que el cierre de las puertas se transforma­ra en violencia.

A las 17, en el momento de mayor tensión y sobre la entrada a la Casa Rosada, donde la fila se iba poniendo más compacta y los cánticos, más desafiante­s, las diferentes barras bravas anunciaban su ingreso con bombas de estruendo. Cuando los bombos de la barra de Gimnasia y Esgrima de La Plata lo permitían, arrancaba el “Dale Defe” de Defensores de Belgrano y así, en una inédita convivenci­a, se iban alternando las arengas.

Impedidos de concurrir a los estadios por la larga veda impuesta por el coronaviru­s, fanáticos de todos los equipos ensayaban sus cantos de tribuna en las inmediacio­nes de la Plaza de Mayo. Mientras tanto, casi detenida, la fila avanzaba centímetro­s por minuto y los ánimos se iban caldeando. El cierre del ingreso a la sala donde velaban a Maradona en coincidenc­ia con la llegada de la tarde no auguraba un buen desenlace.

Ajenos a los pequeños focos de disturbios, la gente rendía su tributo. La fila que avanzaba lenta, 30 minutos por cuadra en el inicio y aún más despacio a medida que se acercaba al destino, era el momento ideal para recordar por qué estaban allí. La añoranza de un pasado en el que fuimos jóvenes y triunfante­s, la conexión vital con una generación amplia de argentinos es una de las tantas explicacio­nes para entender la multitud que se congregó en la Plaza de Mayo, pero también en Twitter y en los grupos de Whatsapp de familiares y de amigos.

“Yo viví todo el Diego”, explicó Adrián, con la chomba celeste de los colectiver­os. De 47 años, había ido a despedir a Maradona, pero hablaba de su propia vida. “Una vez vaciamos un camión de garrafas para ir a visitar a don Diego [el padre del futbolista] a su casa”, dijo.

Llegando a la Plaza de Mayo, una pantalla gigante pasaba en loop algunos de los momentos épicos de Maradona en una cancha de fútbol. El precalenta­miento en Alemania al ritmo de “Live is Life”, del grupo opus, el pase gol a Claudio Caniggia en Italia 90 y –el más festejado– el slalom más memorable de la historia de los mundiales con el que Maradona selló la victoria a Inglaterra en México 86.

El velatorio finalizó cerca de las 18, cuando tuvieron que retirar el ataúd de la sala donde se exhibía por el ingreso tumultuoso de la gente. Los que se quedaron sin entrar fueron miles, pero la gran mayoría se retiró en paz.

A esa hora, la Plaza de Mayo comenzó a vaciarse. “Te quiero, Diego”, gritó el último fanático luego de una jornada abundante en emociones y caos.

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