LA NACION

El último adiós al crack, en un marco familiar y de amigos con mucha intimidad

Un selecto grupo de 30 personas despidió a Maradona en el cementerio de Bella Vista; numerosas muestras de afecto a lo largo de todo el recorrido desde la Casa Rosada

- Pablo Lisotto

La morada final, el campo en el que la pelota hizo la última pausa, fue un terreno reservado para pocos. La familia y los allegados íntimos, un selecto grupo de 30 personas que acompañó el breve responso que se desarrolló bajo una pérgola que tuvo arreglos florales y un puñado de bancos de madera. Lejos de las múltiples cámaras, de los ojos indiscreto­s, el Jardín de Bella Vista recibió a Diego Maradona, que dormirá eternament­e a metros de las dos personas que más amó y extrañó en los últimos meses: su madre Dalma Salvadora Franco, Doña Tota, y su papá Don Diego Maradona, Chitoro. El crepúsculo abrazó al ídolo, que finalmente descansa en paz. El legado futbolísti­co ya era eterno desde mucho antes.

De la ceremonia participar­on su exposa Claudia Villafañe y sus hijas Dalma y Gianinna; las hermanas Ana, Rita, Elsa, María Rosa, Claudia y su hermano Raúl; su hijo Diego Fernando

y su madre Verónica Ojeda; su hija Jana; su primo Daniel López Maradona; Guillermo Cóppola y el ministro de Seguridad de la provincia de Buenosaire­s,sergiobern­i.elféretro, envuelto con la bandera argentina, fue transporta­do por los familiares y amigos en silencio, entre la emoción, las lágrimas y el llanto compartido. De las varias coronas de flores, la de Pelé sobresalía: “Que Dios te reciba con mucho amor”, rezaba.

A las 19, el cortejo fúnebre hizo el ingreso en el cementerio privado, después de casi una hora de recorrido desde la Casa Rosada. Un operativo cerrojo custodió la llegada del viaje, ese al que miles de personas saludaron a su paso. La caravana fue escoltada por motociclet­as de la policía y la autopista fue un sendero donde la gente se agolpó desde la banquina y el asfalto –después de detener los vehículos– para brindarle una calurosa despedida. También desde los puentes las manos se agitaban y los gritos se multiplica­ban. Si hasta los que hacían fila en los peajes descendier­on de los autos para abrazar a la distancia a Maradona. La travesía tuvo sus percances: el fanático que casi es atropellad­o por el auto fúnebre y la detención inesperada por la angostura del camino, una vez que se abandonó la autovía.

La sombra de la noche ocultó en Bella Vista a Maradona y a su cuerpo. La estrella de Diego seguirá brillando por siempre en cada rincón del planeta.

La vigilia en Bella Vista

“De Cebollita soñaba jugar un Mundial y consagrars­e en Primera... Talvezjuga­ndopudiera...asufamilia ayudar…”. La voz de Rodrigo Bueno y ese himno llamado La Mano de Dios sonabaatod­ovolumenen­unahumilde casa cercana al Jardín Bella Vista. Era la vigilia, la espera dolorosa.

En cada cruce de la avenida Mayor Irusta hubo niños, jóvenes y adultos. Algunos con la camiseta de Boca. Otros con la de la selección argentina. También de River, de Argentinos, de Barcelona... El código de etiqueta resaltaba que toda indumentar­ia vinculada al fútbol era válida. “Mara-dona. Ma-ra-dona”, gritaba un nene que ni siquiera lo vio como entrenador de la selección argentina en 2010, pero que igual lo amaba.

El kiosko ubicado casi frente a la entrada batió récords de venta. Es su mejor día en un año de cuarentena que también afectó a su dueño. Se venden gaseosas frías, medialunas y hasta algún pancho y empanadas. Cualquier cosa vale para matizar la vigilia de un día largo, de una triste película que se hizo realidad.

Medios, vecinos y policías –alrededor de 1000– poblaron la zona. Los bombos marcaban el compás y el colorido era propiedad de las banderas. Por momentos, los drones, en su mayoría sin la habilitaci­ón correspond­iente, invadieron el cielo.

Frente a la puerta de madera,

banderas argentinas. A ese sector de entrada solo accedieron los periodista­s y los reporteros gráficos, que se treparon a los techos de las casas frentistas para tomar alguna imagen del momento eterno en el que el féretro con el cuerpo de Diego Maradona recibía sepultura. Aunque también trascendió que el ídolo habría firmado un papel en el que dio la orden de ser embalsamad­o para ser exhibido para siempre.

Todo lo masivo, cercano, caliente y desbordant­e que fue el velatorio en la Casa Rosada se quedó allí, en el centro porteño. En esta localidad del noroeste del Gran Buenos Aires sólo hubo distancia, privacidad, un amplio portón de madera y altos árboles que lo ocultaron prácticame­nte todo. El paso del coche fúnebre se demoró apenas un puñado de segundos en ingresar. Lo mismo ocurrió con el transporte de los familiares y los amigos.

Después de más de medio siglo de acostumbra­r y acostumbra­rse a compartir cada paso de su vida con el mundo casi en tiempo real, su despedida fue un acto privado. Íntimo. Inmensamen­tepequeñop­araloinmen­samente grande que fue su figura. Así lo decidieron su exesposa Claudia Villafañe y sus hijas Dalma y Gianinna. Después de décadas de compartirl­o con todo el planeta, se guardaron para ellas este último instante. Fueron ellas tres las que organizaro­n el velatorio familiar en la Paternal y el masivo en la Casa Rosada. Fueron ellas las que acompañaro­n el cuerpo de Diego en el Salón de los Patriotas Latinoamer­icanos. Fueron ellas tres las que decidieron cuánto duraría esa veneración del pueblo a su ídolo.

De Tigre a la Paternal. De allí al centro porteño y finalmente a Bella Vista. Ese fue el último recorrido de este infatigabl­e ciudadano del mundo.

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Guillermo Coppola abre la fila y cierra Claudia Villafañe: amigos y familiares trasladan el féretro de Maradona al llegar al cementerio de Bella Vista
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Rodrigo néspolo

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