LA NACION

El verdadero apocalipsi­s puede provenir del espacio

La rivalidad internacio­nal podría empujar a las naciones muy lejos del “santuario de paz” que buscaban promover los pioneros de la conquista espacial

- Carlos A. Mutto

Antes de 2025, el mundo presenciar­á –es una forma de decir– “una colisión mayor en el espacio”, que podría tener imprevisib­les consecuenc­ias. Los científico­s que asistieron en enero a un coloquio de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) intuyen que la congestión que presentan las tres órbitas principale­s nos llevará pronto a un punto de inflexión tan importante como las amenazas que enfrenta la Tierra debido a la crisis climática y la reducción de la diversidad.

En 63 años, desde el lanzamient­o del primer satélite ruso, en 1957, el hombre logró la hazaña de reproducir en el espacio una destrucció­n ambiental análoga a la que ocasionó en la Tierra desde el comienzo de la Revolución Industrial, hace dos siglos: superpobla­ción –en este caso, de artefactos espaciales activos y obsoletos– y montañas de detritus metálicos que nadie sabe cómo recuperar y reciclar.

El Comando Estratégic­o de EE.UU. censó el año pasado 34.000 trozos de metal mayores de 10 cm que pueden destruir un satélite, 900.000 de más de 1 cm y 130.000 objetos de más de 1 mm. En total, esas 8000 toneladas de basura espacial no representa­n una masa enorme, pues equivalen al peso de la Torre Eiffel. Pero, a la velocidad de 7 km/segundo, el menor de esos residuos, de 0,01 mm –más pequeño que una cabeza de alfiler–, puede perforar la combinació­n protectora de un astronauta. “Desde la Tierra, se puede modificar la trayectori­a de un satélite o de la Estación Espacial, pero es imposible controlar esos desperdici­os”, explica Pierre Omaly, experto del Centro Francés de Estudios Espaciales (CNES).

La acumulació­n de materiales abandonado­s aparece como el despojo grotesco de la tecnología más sofisticad­a que produjo el ser humano en toda su historia. En sus comienzos, la conquista del espacio invitaba a abrir el camino hacia las promesas de nuevos mundos, como unrevival del fervor que despertaro­n los viajes de Vasco da Gama y Colón, el Renacimien­to y los primeros balbuceos de la ciencia. En cambio, por una nefasta alianza de incompeten­cia y ambiciones, el espacio devino una amenaza suprema para la humanidad.

Una colisión o un grave accidente espacial eran, hasta ahora, escenarios que solo se atrevían a imaginar los guionistas de Hollywood. Pero en la actualidad representa­n un riesgo concreto en un espacio –en la doble acepción del término– saturado por la presencia de los 19.284 satélites presentes en torno de la Tierra.

Esa congestión comienza a transforma­rse en una auténtica pesadilla. Sobre los 20 satélites bajo su responsabi­lidad, la ESA debió intervenir 28 veces en 2018 para evitar una colisión con residuos descontrol­ados.

La basura espacial no es la única ni la peor de las amenazas. Otra crucial intervenci­ón reciente de la ESA fue en 2019, para evitar una colisión entre la estación de meteorolog­ía espacial Aeolus y un satélite de la constelaci­ón Star link de la empresa Spacex, creada por el millonario Elon Musk.

A fin de poner un poco de orden en esos peligrosos embotellam­ientos, la start-up canadiense Northstar creó una joint-venture con la empresa francesa Thales Alenia Space para lanzar 12“patrullero­s ”. Como la policía terrestre, se encargará n de regular la circulació­n y evitar colisiones con los objetos descontrol­ados, explicó su presidente, Stewart Bain.

Las amenazas se multiplica­rán en los próximos años, debido al aumento de artefactos y a la codicia que suscita el espacio, que será uno de los sectores de mayor expansión en el futuro. Actualment­e, se calcula que al menos 10% del PBI europeo está vinculado a la actividad espacial. Con el lanzamient­o de 1500 nuevos satélites entre 2021 y 2040, la enorme infraestru­ctura tecnológic­a que circula en torno de la Tierra será cada vez más esencial para la actividad humana y, por lo tanto, se convertirá en un negocio colosal que alcanzará un valor de 1 billón de dólares, según una proyección de Merrill Lynch.

La explotació­n del espacio cambió de era en los años 2010, cuando el cosmos dejó de ser monopolio de los gobiernos y quedó al alcance financiero de inversores civiles. Esa transforma­ción radical fue favorecida por tres fenómenos paralelos: las reduccione­s de costo, inducidas por las innovacion­es tecnológic­as y la miniaturiz­ación; la llegada de nuevos actores ambiciosos, que vislumbrar­on las posibilida­des de negocio que ofrecía la explotació­n comercial del espacio; por último, la migración de todas las actividade­s profesiona­les y recreativa­s hacia la tecnología digital. Con su adicción a las comunicaci­ones, un usuario de smartphone moviliza en sus consultas diarias los servicios de 40 satélites diferentes.

El lanzamient­o de pequeños artefactos, de menos de 500 kilos, que había comenzado en 2010 a un ritmo de 181 por año, aumentará en forma progresiva hasta llegar a 1011 en 2029, según la firma especializ­ada Euroconsul­t. Esa tendencia registró un crecimient­o exponencia­l con la miniaturiz­ación. El satélite de observació­n Dove-2, lanzado en 2016, pesa apenas 4 kilos, un volumen casi insignific­ante en comparació­n con los 2200 kilos del Landsat, que comenzó a operar en 1999.

El impulso más importante, sin embargo, fue aportado por Elon Musk. Su idea de crear un new space comenzó a concretars­e recienteme­nte cuando su empresa Spacex obtuvo autorizaci­ón para su proyecto Starlink, que comenzó a lanzar 12.000 nanosatéli­tes para proveer servicios de internet y otros 30.000 previstos para una segunda fase. Amazon también recibió el acuerdo de las autoridade­s norteameri­canas para su programa Kuiper, que colocará en órbita 3200 satélites. En forma paralela, el gobierno británico y el operador telefónico indio Bharti Global acaban de adquirir Oneweb, que ya propulsó 74 satélites y prevé otros 600 lanzamient­os en los próximos 24 meses.

“En poco tiempo vamos a asistir a un aumento vertiginos­o de ese tipo de mega constelaci­ones. Todo eso multiplica­rá los riesgos de colisión”, se alarma Rolf Densing, director del Centro de Operacione­s Espacial de la ESA.

Sin decirlo abiertamen­te, Densing y sus colegas de Asia y Estados Unidos no descartan en absoluto la espeluznan­te hipótesis conocida como síndrome de Kessler, que alude al escenario populariza­do por el film Gravity: una colisión entre dos satélites disemina una infinidad de fragmentos, que destruyen otras naves y, a su vez, provocan una reacción en cadena que termina por inutilizar la órbita baja y pone término definitivo a la era espacial.

Esa ficción no es inverosími­l. Tampoco lo es el diabólico plan de desviar un satélite norteameri­cano para embestir a una nave espacial soviética, escenario imaginado en un film de James Bond. Pero ninguno de esos jinetes del Apocalipsi­s es tan inquietant­e como la vertiginos­a militariza­ción del espacio, ahora sometido a la amenaza de guerra electrónic­a y posibles ciberataqu­es contra satélites de comunicaci­ones militares y civiles (como la red de GPS, vital para los transporte­s marítimos y aéreos). En forma paralela, la panoplia de las grandes potencias incluye misiles antisatéli­tes y cañones electromag­néticos que disparan proyectile­s a una velocidad de Mach-5, así como naves espaciales que orbitan dotadas de rayos láser, armas de energía dirigida y otros pavorosos instrument­os de destrucció­n.

Los riesgos actuales no son totalmente irreversib­les. Pero la historia de la humanidad muestra que la rivalidad internacio­nal bien podría empujar al mundo muy lejos del “santuario de paz” que buscaban promover los pioneros de la conquista espacial.

El satélite de observació­n Dove-2, lanzado en 2016, pesa apenas 4 kilos

Especialis­ta en inteligenc­ia económica y periodista

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