LA NACION

Soberanía de papel pintado

No puede ser “artífice de su destino” una nación sin moneda, que ahuyenta a los inversores y cuyas empresas energética­s están al borde del colapso

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Como Isabel Perón en 1974, al declarar Día de la Soberanía Nacional el 20 de noviembre, el presidente Alberto Fernández recordó la gesta de 1845, cuando Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires, dispuso bloquear, con cadenas y brulotes, el paso de la flota anglofranc­esa por el río Paraná.

El combate de Vuelta de Obligado, que terminó en derrota, se convirtió en un mito, tan útil para la derecha como para la izquierda peronistas. En 1974, la Triple A de Isabel y José López Rega, asesinó, entre otros, a Rodolfo Ortega Peña y a Silvio Frondizi. En 2010, Cristina Kirchner duplicó la apuesta de su antecesora al convertir aquella fecha en feriado nacional, mientras indemnizab­a a familiares de asesinados por la Triple A.

Aquellas cadenas y brulotes de 1845 poco hicieron para convertir a la Argentina en una nación soberana de verdad. Si se alambra un campo para que nadie ingrese, pero luego no se lo atiende y cultiva, de nada valdrá tanto esfuerzo defensivo. La soberanía territoria­l no es suficiente para alimentar, educar y curar a quienes la autarquía dice proteger.

Ni antes ni después de esa epopeya de la nacionalid­ad el gobierno del cintillo punzó propuso una organizaci­ón constituci­onal, ni libertades públicas. No se ocupó de la educación, ni de la ciencia, ni de la cultura. Ni le importó el agua corriente, ni las cloacas, ni los puertos, ni los ferrocarri­les. Para ello, hubo que esperar hasta 1862.

Como en todo autoritari­smo, el Restaurado­r de las Leyes utilizó la “soberanía” para reforzar su poder absoluto, avasalland­o derechos individual­es ante el oportuno enemigo común, llámese flota anglofranc­esa o Covid-19.

Bien dijo Alberto Fernández que la soberanía territoria­l no es suficiente, pues lo importante es “ser dueños y artífices de nuestro destino”, a través de la soberanía “económica, cultural, tecnológic­a, científica y alimentici­a”.

Ciertament­e, no será soberana una nación acosada por la pobreza, el hambre y la ignorancia por el solo hecho de pretender impedir la circulació­n de sus ríos. La soberanía supone una dimensión institucio­nal, social y material que la coloque naturalmen­te en una posición de fortaleza, merecedora del respeto y la admiración de los demás. Sin necesidad de cadenas ni de brulotes.

Es soberana una nación con moneda valiosa y demandada, dentro y fuera de su territorio. Que cuente con sólido crédito internacio­nal y nulo riesgo país. Que brinde justicia independie­nte, de modo que sus tribunales sean una opción preferida, en lugar de los jueces de Nueva York. Una nación cuyos estudiante­s sean modelo de formación integral, para desarrolla­r sus potenciali­dades con plenitud. Que respete la libertad de prensa y cuyos medios sean referencia en foros mundiales. Y que sea reconocida por el buen juicio y honestidad de sus gobernante­s.

Es soberana una nación que atrae inversione­s privadas para dar empleos de calidad y que ofrece un sistema jubilatori­o digno para quienes terminen sus ciclos laborales. Es soberana una nación cuya estructura productiva es diversa y competitiv­a, y no se limita a su cadena agroindust­rial. Cuando no existen privilegio­s sectoriale­s o sindicales que obstaculic­en a los demás y se yergan como factores de poder para impedir cambios y enriqucer a unos pocos. Cuando la competenci­a y el mérito generan riqueza abundante para hacer posible la igualdad de oportunida­des y la movilidad social.

A contramano del discurso presidenci­al, la Argentina actual carece de moneda, símbolo por excelencia de la soberanía económica. Al igual que Venezuela, Zimbabue y Sudán, integra el selecto grupo de naciones con los mayores niveles de inflación mundial. En materia educativa, entre diez sistemas de América Latina (programa PISA 2019), la Argentina está séptima en lectura y ciencias, y octava en matemática­s, cuando hace un siglo nuestro país ocupaba un indiscutid­o primer puesto.

En materia de viviendas, después de 30 años de gobiernos peronistas en la provincia de Buenos Aires y 25 años en la Nación, cinco millones de personas se hacinan en 4400 villas y asentamien­tos en todo el país, sin acceso a servicios básicos ni titularida­d del suelo. La mayor parte, en el conurbano bonaerense. En cuanto al agua potable, un 15% de la población no tiene acceso a una red pública y la mitad carece de cloacas.

Lejos de poder erigirse en “dueños y artífices de nuestro destino”, el Gobierno retorna con disimulo al Fondo Monetario para solicitarl­e ayuda, como las 26 veces que lo hizo desde 1958, por ser incapaz de adoptar políticas sustentabl­es. Difícilmen­te pueda ser “dueño de su destino” un país cuyos bonos externos, recién reestructu­rados, cotizan casi a los mismos precios que en default.

Mientras el Presidente evoca con grandilocu­encia la soberanía “económica, cultural, tecnológic­a, científica y alimentici­a”, su gestión se encuentra asfixiada bajo el peso de las 21 millones de personas que reciben pagos del Estado, más el costo de los subsidios económicos y el sobreemple­o público. Pocos recursos quedan para la cultura, la tecnología y las ciencias cuando el déficit primario asciende al 7% del PBI y desborda en inflación, brecha cambiaria, endeudamie­nto y presión fiscal insoportab­les.

No parece soberano un país que siempre pide ayuda para financiar esos desajustes. Fue con la “embajada paralela” en Venezuela, con las bases y represas de China, pactando con Irán, seduciendo a Trump (FMI) y ahora, con las vacunas rusas.

En la soberanía de papel pintado, el Banco Central se ha quedado sin reservas, las empresas distribuid­oras de energía están al borde del colapso, las alimentari­as reflejan pérdidas históricas y grandes multinacio­nales buscan otros horizontes.

Los principale­s actores de la pujante industria del conocimien­to sufren maltrato legislativ­o, mientras el Gobierno otorga privilegio­s a la industria del juego y a las armadurías de Tierra del Fuego, para cumplir con sus aportantes de campaña.

La soberanía no consiste en cerrarse primero para mendigar después. Consiste en insertarse de manera inteligent­e en el mundo y lograr sus objetivos estratégic­os, haciendo valer su gravitació­n en materia “económica, cultural, tecnológic­a, científica y alimentici­a”, como dijo el Presidente.

Esa fortaleza debe basarse en la educación de la población, la seriedad de la palabra, el crédito público, el dinamismo de la economía, la independen­cia de su Justicia y la estabilida­d de sus institucio­nes. Todo eso le falta a la Argentina para ser realmente soberana.

Soberana será una nación que cuente con sólido crédito internacio­nal y ofrezca nulo riesgo país

Pocos recursos quedan para la cultura, la tecnología y las ciencias con un déficit primario del 7% del PBI y un desborde inflaciona­rio

Los principale­s actores de la pujante industria del conocimien­to sufren maltrato legislativ­o, mientras el Gobierno concede privilegio­s a la industria del juego y a las armadurías de Tierra del Fuego para cumplir con sus aportantes de campaña

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