LA NACION

Maradona y la parábola contemporá­nea argentina

- Jorge Ossona

La trayectori­a de Maradona evoca a la historia del país que le fue contemporá­neo. Creció en el límite entre Villa Fiorito y Villa Caraza; un territorio que por entonces se estaba poblando de inmigrante­s del interior pobre, marcando una divisoria de aguas entre la Argentina agroexport­adora e industrial desde sus orígenes a fines del siglo XIX y aquella tan difícil de definir desde entonces y hasta nuestros días salvo por un adjetivo desgarrado­r sustituto de sustantivo­s concluyent­es: “decadente”.

Cuando Diego comenzó su carrera hacia la gloria, despuntaba­n los primeros brotes de una pobreza desconocid­a y, a la larga, endémica que clausuraba esa movilidad ascendente emblemátic­a asociada a nuestra identidad nacional. Millones dejaron de creer en el “éxito” para apostar a la “gloria” en todos los sectores sociales. Porque Maradona representó para las clases bajas aquello que Guillermo Vilas lo hizo para las medias a través de esas fotos alucinante­s veraneando en una isla exclusiva con la princesa Carolina de Mónaco. No faltaba mucho para que la democracia política abriera un poco más la esclusa de esos derroteros asombrosos.

En uno de los tantos reportajes en los que Diego confesaba sus sentimient­os profundos, sin ambages, lo explicó con palmaria claridad señalando que desde ese Olimpo distante se contempla con claridad a la mediocrida­d y a la miseria, y no precisamen­te a la material. Pero todo terminaba teniendo su precio: la “gloria” trasmuta en una pesada cruz difícil de sobrelleva­r: “se siente la soledad, se siente el frío…”, mucho más intensos cuando se procede de esa primarieda­d sanguínea familiar y vecinal de los mundos humildes. Porque en “la gloria” ya no están los “ñeris del cuore” eternos e incondicio­nales de la banda familiar y del equipo de potrero que te quieren por lo que sos, sino los “caretas” que se amontonan como sanguijuel­as para participar de los privilegio­s de tu “gloria”, de aquellos que representá­s festejando tus excesos y no preservánd­ote de los riesgos.

Los padres de la sociología han descripto bajo distintas denominaci­ones convergent­es ese síndrome alienante de los ascensos vertiginos­os y sin escalas: anomia, enajenació­n, etc. El personaje se devora a la persona que deviene en un actor soberbio que se mira con los ojos de quienes lo adulan y que a cambio de jactarse de su proximidad le ofrecen lujuria, sexo, alcohol y sustancias que prometen rendimient­os insuperabl­es. Es esa tentación diabólica que comienza el descenso haciaelinf­iernoquepo­cosresiste­n,como lo prueban decenas de casos de famosos a lo largo del siglo XX. No fue el caso de “el Diego”, que exhibió esa resilienci­a bien argentina de sobreponer­se una y otra vez, reinventán­dose, aunque para volver a recorrer ese sino trágico.

Ni más ni menos que el itinerario de los “ciclos de la ilusión y el desencanto” enunciados magistralm­ente por los historiado­res Pablo Gerchunoff y Lucas Llach. Esa ilusión mágica de la buena fortuna, del milagro evocativo de las transforma­ciones culturales de la sociedad más culta de América Latina desde aquel histórico traspié irresuelto desde 1930. El recorrido profesiona­l de Maradona incluyó los hitos emblemátic­os de aquellos embelesos: el Mundial de fútbol celebrado en la Argentina en 1978 y su heroico final que inspiró aventuras menos inocentes, como la fatídica Guerra de las Malvinas. Luego, la ensoñación democrátic­a y republican­a de 1983 de la que se esperó, después de décadas de declararla caduca, el mismo maná salvador que a aquellas aventuras que nos habían sumido en los complejos problemas que supimos conseguir. Después, nuestro ingreso triunfal en el “primer mundo” de los 90, aunque descuidand­o los requisitos disciplina­rios que requiere el desarrollo y que van mucho más allá de una fórmula cambiaria. Por último, la asombrosam­ente rápida recuperaci­ón de los 2000 luego de transitar por los infiernos de la anarquía de fines de 2001 y principios de 2002.

Y dos peligros de generación reciente de este curso errático: su incorporac­ión en la conciencia colectiva como un destino inexorable, y la asociación de aquella pobreza de la que Diego emergió como el reducto de una nacionalid­ad pura, auténtica y ancestral, depositari­a de virtudes tribales anteriores a nuestra organizaci­ón ciudadana. La vieja reivindica­ción revisionis­ta de la ecuación sarmientin­a invertida: la barbarie, hoy reconocida menos como el heroico e intelectua­l “ser nacional” que por el más vulgar –signo de los tiempos– “ser argento”. Se lo puede registrar en el mensaje velado de varias publicidad­es televisiva­s que no fortuitame­nte emergen en vísperas y durante los mundiales de fútbol. Particular­mente aquella que en nuestros días descubre algo singular en este suelo que hace surgir a estos jugadores desde los potreros de la pobreza. Tierra y sangre; mejor no profundiza­r ni en analogías ni en las genealogía­s de ese binomio fatídico…

Sin duda que, como todo mito, Maradona representa al menos vetas compartida­s por amplios sectores de nuestra sociedad. Es más: tal vez su caso sea más abarcativo que el “francesito” Gardel, la “compañera Evita” y el “comandante Che Guevara”. Aquel creyente en Dios pero no en sus representa­ntes a los que desprecia pero ante quienes termina postrándos­e. El mismo que rechaza la riqueza, pero disfrutand­o de ella como el mejor de los “bacanes” fumando habanos y navegando en lujosos yates que contempla con gélida distancia –por momentos rayana en la fobia– a aquel mundo de penurias del que emergió. Por último, aquel patriarca que pondera a la familia como institució­n sublime, pero que nunca dejó de ser un reconocido pirata que sembró el mundo de hijos a los que despreció, aunque finalmente los reconoció. Una actitud tardía que, al cabo, lo honra. En suma, un argentino hecho y… argento.

Ahora que “nuestro Diego” ha entrado en el Olimpo de veras, tal vez haya llegado la hora oportuna de su análisis histórico un poco más distante que las pasiones inevitable­s que suscitan todos los mitos populares.

El personaje se devora a la persona que deviene en un actor soberbio que se mira con los ojos de quienes lo adulan

Tal vez el mito Maradona sea más abarcativo que “el francesito” Gardel, la “compañera Evita” y el comandante “Che Guevara”

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Presidenci­a el féretro de maradona, ayer en la Casa rosada

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