LA NACION

Ana María Picchio. “Cada vez que veo La tregua me lo paso llorando”

Pide trabajar en la miniserie inspirada en la novela de Benedetti y recuerda aquel gran film nominado al Oscar hace 45 años

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–Lo de La tregua es un renacer constante. La última vez la vi en Montevideo, participé de una serie de funciones por localidade­s donde había vivido Mario Benedetti. Y me pasó lo mismo que a dos señores que se me acercaron y me dijeron: “Parece mentira, la vimos hace siete años y ahora la vemos mejor, cada año que pasa está mejor”. Estábamos con Adriana Herrero, la mujer de Renán, y con José Miguel Onaindia (gestor cultural y director del Festival Internacio­nal de Artes Escénicas de Uruguay) y dijimos: “Es verdad”. Entramos al cine, saludamos a la gente, nos sentamos como correspond­e y después pensábamos irnos a tomar un café y regresar al final para dialogar con el público, pero no nos pudimos levantar, nos lo pasamos llorando. No podíamos creer nuestra emoción. Yo no sé lo que pasa con la película, a medida que pasa el tiempo se consolidan cosas que estuvieron siempre allí, pero ahora, con la remasteriz­ación, la técnica que adquirió es fantástica. Así se valorizaro­n la fotografía, las actuacione­s y el sonido, perfecto.

–En el momento de la filmación, ¿pensaban que estaban rodando una gran película?

–Noooo, para nada. Antes la habíamos hecho en televisión, en el ciclo Las grandes novelas. A Sergio se le ocurrió después hacerla también en cine y lo llamó a Benedetti, quien vio el video del programa y dijo: “Si lo hacen así, les doy el permiso”. Ahí Sergio empezó a gestionar un crédito ante el Instituto del Cine y se lo negaron, aduciendo que Alterio y yo no éramos figuras populares. En Argentina Sono Film le salieron con lo mismo, pero él se mantuvo firme: les dijo que la película se hacía con nosotros o no se hacía. Ahí apareciero­n nuestros ángeles de la guarda, Tita Tamames y Rosita Zemborain, quienes pusieron el dinero sin ningún condiciona­miento. Entonces empezamos a filmar en unas oficinas de Aerolíneas Argentinas, que habían quedado semivacías.

–¿Qué recuerdos tenés?

–En principio la filmación fue rápida porque repetimos la puesta de La tregua para la televisión. Otra cosa significat­iva es que todos, absolutame­nte todos, cobramos lo mismo, y me refiero a un mínimo. Nos gustaba ir a filmar porque éramos un grupo de actores que veníamos trabajando juntos hacía mucho tiempo, en el ciclo de Las grandes novelas, en televisión, y también en teatro. Así que nos veíamos venir y ya sabíamos para dónde íbamos. Terminamos la película y no pasó nada en especial, hasta que apareció la nominación para el Oscar. Era la primera vez que una película argentina recibía semejante reconocimi­ento, pero no pudimos festejar: porque Héctor Alterio estaba lejos, en España, presentánd­ola en el Festival de San Sebastián, y nosotros aquí, en una lista negra.

–¿Por qué estabas en una lista negra?

–Porque la película estaba condenada por apología de la homosexual­idad, entre otras cosas. Yo la debo tener por ahí guardada, pero la lista con todas las razones llegó a publicarse como noticia en la tapa de

la nacion. Entonces, imaginate, con semejante antecedent­e, estábamos fritos cada uno en nuestras casas. Asustadísi­mos.

–¿Cómo fue el día del estreno?

–Se estrenó un día de lluvia. Yo fui vestida con un jean, nada especial. Benedetti me esperaba en un bar, frente a un cine de Lavalle. Me ve y me dice: “Vaya a chusmear usted, a ver cómo va la cosa”. Y yo fui nomás a chusmear, pero no ingresé al sector de las plateas, preferí quedarme atrás de todo, apoyada en esa especie de telón que hay entre la sala y el hall. Y, de golpe, terminó la película y la gente empezó a aplaudir estruendos­amente. Fue tal el impacto que esto me provocó, junto a los apretones de la gente que me había reconocido, que me caí para atrás, y de golpe aparecí tirada en el piso del hall. Ahí me agarró una taquicardi­a y salí corriendo. Crucé al bar y le dije a Benedetti: “Usted no sabe, compañero, lo que pasó con la película, es una cosa de locos, me tiraron al piso”. Y él, que era una persona muy sensata, me preguntaba: “¿Pero qué le dijeron, qué le dijeron?”. Alcancé a responderl­e: “No sé, no sé, me asusté y vine corriendo”. En fin, fue todo muy emotivo y, a la vez, grotesco.

–La película funcionó muy bien de público.

–Sí, empezó a funcionar muy, pero muy bien. Los cines se llenaban y las críticas eran impresiona­ntes... hasta que pasó esto de las listas negras.

–¿Ahí el público dejó de acompañar el film?

–Bueno, ahí es cuando se me confunden las fechas. Tengo todo muy escindido. La nominación de la película al Oscar la tengo en un lugar de mi cabeza y todo lo referido a la censura y las listas negras, en otro. Creo que sé por qué me pasa: porque a veces quisiera olvidarme para siempre de esa última parte, pero uno no se puede olvidar de cosas que han dolido tanto.

–Cuando la película fue nominada al Oscar no asististe a la ceremonia en Hollywood, ¿no te invitaron o no podías salir del país?

–Nos invitaron a Alterio y a mí a presenciar la ceremonia desde un hotel, en Hollywood. Yo no podía hablar con Alterio, él seguía en San Sebastián y estábamos incomunica­dos, pero me enteré por una productora que él había dicho que no, que si sólo se trataba de estar en un hotel prefería quedarse en España con su mujer y sus hijos y ver todo por televisión. Y yo decidí lo mismo, sobre todo porque al estar en una lista negra se sumaba el temor de no poder regresar al país. Porque parece que podía salir, ¿pero volver? Mis padres ya eran viejitos y estaban enfermos, no me podía arriesgar a dejarlos solos. De todos modos, competíamo­s contra el Amarcord, de Federico Fellini, estaba claro que no podíamos ganar. Lo más triste de todo no fue no haber podido ir sino que acá no nos hacían notas ni nada. En Hollywood nos nominaban, pero acá estábamos prohibidos. Nunca pudimos festejar la nominación, ni siquiera en privado, nada de nada.

–Lo de ustedes y La tregua fue una suerte de éxito amargo.

–Exacto, una suerte de paliza. Éramos culpables de haber hecho una película exitosa. Por eso digo que ahora los festejos son interminab­les: cada vez que se proyecta La tregua en algún lado es una fiesta reivindica­tiva. Y las novedades, a 46 años de la filmación y a 45 de la nominación al Oscar, siguen sumándose. ¡Porque ahora se va a hacer la miniserie de La tregua!

–¿Te gustaría participar de la miniserie? ¿En qué personaje?

–Sí. ¡Quiero ser la madre! Ese personaje que en la película hizo Cipe Lincovsky no me lo puedo sacar de la cabeza. Esa mujer que al final, cuando su hija ya había muerto, le dice a Martín Santomé: “Es usted, es usted, es usted, ella nos habló tanto... antes de...”. Ese diálogo lo tengo grabado en el corazón.

–¿Entonces hacemos pública tu postulació­n para el personaje?

–Totalmente. Me ofrezco ante el que sea y por lo que sea, ese papel es para mí. Ese personaje es maravillos­o, es como la caja dentro de la caja, la proporción áurea.

–A esta altura todos hablan de La tregua como de una leyenda, ¿no?

–Sí, totalmente. Existe una leyenda de La tregua. Yo hago notas con chicos de 15 y 17 años y todos me preguntan sobre la película. ¿Pero cómo puede ser? Existe una tercera generación de público interesada y fascinada por La tregua. La leyenda existe por varias razones: en principio porque varios de sus actores ya no están en este planeta y los pocos que quedamos estamos repartidos por el mundo. Alterio, por ejemplo, vive en España. Con él nos pasa algo singular, irrepetibl­e. Hace poco me reencontré con él cuando estuve filmando por allí la serie Vis a vis y repasamos juntos la letra de la película, la parte en la que él se me declara, aquella de “si no está de acuerdo con lo que yo le digo, tómelo como un homenaje y pase por alto este episodio”; a eso le seguía una pausa larga con un tango de fondo, que sólo a Sergio se le pudo haber ocurrido porque era músico, el flaco era violinista y tenía mucha delicadeza y buen gusto. Y a continuaci­ón, mi respuesta: “No, me parece que ya no podría”.

–La película está repleta de diálogos célebres...

–Sí, de bocadillos inolvidabl­es. El más famoso es el que dice Antonio Gasalla: “¿A ustedes les gusta esta vida?, ¿ustedes están contentos con esta rutina?, ¿no se imaginan nunca que podrían estar en otra parte, haciendo algo mejor que copiando números inútiles en papeles que nadie lee? ¿A ustedes no les gustaría ser millonario­s o artistas o hermosos? ¿Ustedes están contentos con esta vida miserable?”. También está aquella frase genial que dice Marilina Ross: “Tengo miedo, papá, tengo miedo que nunca me pase nada”. La tregua es eso, un compendio de frases y emociones que aún perduran en la gente y que se van trasladand­o de generación en generación.

–¿Cómo es tu relación con Alterio?

–Única. La tregua nos hermanó para siempre. Yo lo llamo sin falta todos los 20 de septiembre, que es el día de su cumpleaños y él me atiende con un: ¡Avellaneda! ¡Habla Santomé! Es que La tregua es como... qué se yo, es como si la hubiéramos parido y ella a nosotros.

–Luego del rodaje, ¿quedaste vinculada con Benedetti? ¿Cómo era él?

–Benedetti tenía mucho humor. Era una persona súper seria, que le gustaba tratar temas muy profundos, pero tenía el humor propio de un niño. ¿Un ejemplo? Ahora me viene a la cabeza lo que en la película Norma Aleandro le dice a Alterio después de una escena de cama: “¿A usted nunca le dijeron que cuando hace el amor tiene cara de hombre que saca cuentas?”

–¿Llegaron a ser amigos?

–Sí, fuimos muy amigos. Al punto que él me dedicó un poema que se llama “Última noción de Laura”, que es una maravilla. Avellaneda se está muriendo y le dice a Santomé: “Usted no sabe ni imagina qué sola va a quedar mi muerte sin su vida”. La historia del poema es así: durante la filmación, Benedetti me dijo: “Qué ganas de hacerle un poema a Santomé cuando usted se muera”. Yo le respondí: “¿Por qué no hace al revés, compañero?, escríbale un poema a Avellaneda, porque Santomé se va a quedar vivo, pero la que se muere soy yo. Hagámosle por favor un poema a ella, pobrecita”. Me contestó: “Tiene razón”. Luego me mandó el poema escrito de puño y letra. Teníamos una excelente relación. La verdad es que hay cosas que justifican haber pasado por esta vida. La tregua y mi amistad con Mario Benedetti son dos de ellas.

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FABIAN MARELLI Picchio recuerda que también fueron tiempos en los que integraba las “listas negras”

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