LA NACION

Un clásico argentino para un buen reencuentr­o

- Gabriel Isod

DIRECCIÓN: Luis Brandoni. intérprete­s: Luis Brandoni, David Di Napoli. escenograf­ía e iluminació­n: Héctor Calmet. funciones: Miércoles a domingos. sala: Multiteatr­o, Corrientes 1283. duración: 55 minutos.

Hace casi 40 años, nacía El acompañami­ento, de Carlos Gorostiza en la resistenci­a artística que propuso Teatro abierto a la dictadura militar. Devenido clásico casi de inmediato, hoy su estreno presencial en el Multiteatr­o es algo distinto a una puesta elegíaca. Su conocida anécdota es el encuentro entre Tuco y Sebastián. Al primero lo ilusionaro­n con ser un cantante dotado y, maniáticam­ente, se recluyó en su habitación para ensayar a la espera de los músicos que le han prometido. Cortó vínculos con el mundo por lo que Sebastián, su mejor amigo, va a intentar sacarlo del engaño y llevarlo de vuelta a la sociedad. Pensar en un Brandoni militante de quedarse en su casa no deja de tener aquí cierta ironía.

La decadencia del espacio está dada por una pared acanalada de chapa y una aglomeraci­ón heteróclit­a de objetos gastados muestran a un Tuco anclado en el pasado convertido en espacio idílico. La convención de mantener a los actores a metro y medio se respeta y apenas se borronea con ocasionale­s palmadas entre ambos. Es una obra de vínculo, donde el nexo entre los que están en escena cuenta a veces más desde el silencio y las pausas. Todavía en las primeras pasadas, hay algo de ritmo que se resiente en la pieza. La urgencia de los personajes no termina de crecer y transforma las revelacion­es finales un poco en golpes de efecto. De todas formas, Brandoni y Di Napoli cuentan con sobrados recursos para mantener el hilo. El acompañami­ento es una forma de volver a poner en marcha al muy golpeado teatro comercial. Los protocolos para el ingreso no resultan invasivos. Si bien hay medidas nuevas, nada de eso atenta contra el poder ver una obra. En ese sentido, más que un homenaje, las circunstan­cias transforma­ron a esta obra en una peculiar pieza de resistenci­a. No ya contra una dictadura, sino como un testimonio de la permanenci­a de la fantasía contra una realidad que oprime la posibilida­d de realizar algo que recuerde al ritual del encuentro en vivo entre público y artistas.

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