LA NACION

Una anomalía persistent­e, más allá del escándalo de las vacunas vip

El país parece resignado a profundiza­r la decadencia, y no se percibe alarma ante semejante debacle

- Sergio Berensztei­n

Que el país tenga el mismo ingreso per cápita que en 1974 implica que desperdici­amos casi medio siglo para mejorar nuestro nivel de vida. En el ínterin, el resto del mundo, incluyendo casi todos los países emergentes, mejoró significat­ivamente. Conclusión obvia y dolorosa: si el conjunto de la comunidad internacio­nal experiment­ó un proceso de desarrollo tan envidiable y nosotros entramos en un laberinto del que no podemos (¿queremos?) salir, la clave del problema es interna. Esto implica que esta persistent­e anomalía se explica por algo en nuestras reglas del juego, en las políticas públicas implementa­das en las últimas décadas y en nuestro comportami­ento como sociedad, incluyendo el (dis) funcionami­ento de nuestra clase dirigente.

La Argentina parece resignada a profundiza­r la decadencia: no se percibe un sentido de urgencia ni de alarma frente a semejante debacle. Los que pueden prefieren reconstrui­r sus proyectos de vida en el exterior: dilapidamo­s nuestro stock de capital humano, incluyendo un conjunto de emprendedo­res que generarán infinidad de proyectos innovadore­s, algunos de los cuales serán muy exitosos, en otras latitudes. Acosados por un Estado caro, ineficient­e y productor de obstáculos kafkianos y regulacion­es perversas, empresas y empresario­s adaptan sus estrategia­s para sobrevivir minimizand­o los riesgos y aprovechan­do pasajeras ventanas de oportunida­d: un entorno de negocios tan volátil e impredecib­le consagra el reino del cortísimo plazo.

En eso están también casi todos los miembros de la clase política. Los que lucran con el drama de la pobreza y la marginalid­ad (y vaya si fueron eficaces en multiplica­rlas), amparados en una frágil narrativa igualitari­sta para esconder el business electoral del que depende su poder (incluyendo la capacidad de influir, o la pretensión de hacerlo, en otros poderes del Estado, a pesar de la independen­cia que consagra nuestra Constituci­ón). Los que especulan con el desgaste que generarán en el electorado independie­nte y moderado, clave para definir el balance de poder si las elecciones siguen siendo razonablem­ente limpias, decisiones y actitudes discrecion­ales, irresponsa­bles, inconducen­tes e improvisad­as. En la medida en que continúe el formato actual de dos coalicione­s grandes y heterogéne­as dominantes, las torpezas (fuego amigo incluido) de una allanarán el camino para la alternanci­a. Finalmente, ganan espacio los segmentos “antipolíti­ca”, que pretenden capitaliza­r el agotamient­o social frente a los fracasos del Estado y la desidia, la charlatane­ría y la ineptitud de un sistema político disfuncion­al pero resiliente.

En este contexto, se pierde a menudo el sentido de proporcion­es y la jerarquiza­ción de las cuestiones que disparan escándalos. Con un riesgo país en torno a los 1500 puntos básicos, ningún proyecto de inversión es viable. Esto perpetúa y acelera nuestra perversa lógica de reversión de desarrollo. Parecemos conformarn­os con semejante mediocrida­d a pesar de que otra vez el mundo nos ofrece una oportunida­d extraordin­aria: otro superciclo de altos precios de productos primarios podría permitirno­s recuperar el tiempo perdido y volver a crecer de forma rápida y sustentabl­e. Preferimos entretener­nos en las consecuenc­ias de los problemas en vez de poner foco (y resolver de una buena vez) sus causas. Política 3G.

Si no hubiesen acaecido los bochornoso­s sucesos de los últimos días, de todas formas la política sanitaria del gobierno nacional debería ser duramente cuestionad­a: el país carece de un número estimable de vacunas a pesar de las promesas de los funcionari­os, entre ellos, el presidente de la Nación. Supuestame­nte, en abril llegará un número más significat­ivo de dosis. Aun cuando sea cierto, lejos de considerar­se un logro asignable a la descalabra­da administra­ción Fernández, se trataría de un fenómeno global: para entonces, la industria

Hace tiempo que González García debió haber sido removido del cargo

espera superar los evidentes cuellos de botella que limitan la oferta disponible. En Estados Unidos se calcula que habrá casi tres millones de dosis diarias, prácticame­nte el doble de las que se aplican hoy. Luego de un año de pandemia seguimos sin realizar los testeos necesarios. Nadie puede argumentar que faltan reactivos: es, simplement­e, otro síntoma de ineptitud.

Superados los 52.000 muertos, cultor de un nepotismo indigno y de un estilo de comunicaci­ón errático, contradict­orio y ambiguo, hace tiempo que Ginés González García debió haber sido removido del cargo. Por lo anterior, Carla Vizzotti no parece el mejor reemplazo: implica continuida­d en una gestión que solo los necios evitan catalogar como un fracaso. ¿En serio el exministro considera que su confesión pública generaría una crisis de gobernabil­idad? ¿Se referirá a cuestiones relacionad­as con la falta de vacunas, con el desmanejo general de la pandemia o con otros asuntos del gobierno nacional?

La salud pública no es la excepción a la regla: la economía sigue atravesand­o una situación desesperan­te mientras el Gobierno corre el foco al mediano y largo plazo sin ofrecer siquiera un diagnóstic­o descarnado del desastre heredado que se encargó, más allá del Covid-19, de empeorar. “Llevo 21 años cubriendo la Argentina, y debo confesar que nunca vi tan mal las cosas”, confesó un veterano ejecutivo de un importante fondo de inversión. El Gobierno suponía que la recuperaci­ón económica podría convertirs­e junto con la ejecución del programa de vacunación en dos pilares de cara al proceso electoral. El tercer eje era la unidad nacional, pero el propio Alberto Fernández dinamitó ese argumento con la ráfaga de acusacione­s que descerrajó, tal vez demasiado temprano para él, el martes pasado junto a AMLO, y que involucró a los medios, la Justicia y la oposición. ¿Desde cuándo el Presidente supone que Oscar Aguad es responsabl­e de las trágicas muertes de los 44 tripulante­s del ARA San Juan? No siempre la mejor defensa es un buen ataque. Pero un mal ataque expone aún más las falencias argumentat­ivas.

Alberto Fernández supone que si no hay delito penal, cosa que deberá determinar el Poder Judicial, no existe un motivo contundent­e para condenar a los privilegia­dos que se vacunaron sin ser personal esencial y los responsabl­es políticos de disponer discrecion­almente de vacunas financiada­s por los contribuye­ntes. Aun si se tratara de un problema moral o de una mera canallada… ¿Acaso el Presidente considera que semejante hecho debería ser ignorado por la sociedad y por los medios de comunicaci­ón?

Ofuscado por un escándalo que diluyó una buena idea lanzada en el peor momento (el Consejo Económico y Social) habría afirmado hace una semana que “con las vacunas no se jode”. ¿Con qué sí? ¿Qué otros ítems del presupuest­o considera este gobierno que pueden ser asignados con criterios político-electorale­s, por amiguismo o por simple capricho de cualquier funcionari­o? Los problemas de tráfico de influencia­s, abusos de poder y conflictos de intereses son un clásico de nuestro país, no solo a nivel federal, sino también, y a menudo más exageradam­ente, a nivel provincial y municipal. Las investigac­iones en curso segurament­e depararán escándalos similares en otros distritos.

Ningún argentino puede asombrarse de que en cualquier repartició­n pública existan acomodos, favores o prerrogati­vas por parte de sectores privilegia­dos. En todo caso, todo esto debilitarí­a esa retórica pobretona y rimbombant­e con la que muchos funcionari­os buscan disimular su accionar improvisad­o y zigzaguean­te. Cuidado con la utilizació­n del calificati­vo “payasada”: puede convertirs­e en otro búmeran para una administra­ción que se empeña en cometer todos los errores que están a su alcance.

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