LA NACION

¿Afianzar o socavar la Justicia?

La sucesión de actos impulsados desde sectores del oficialism­o para presionar y condiciona­r a los magistrado­s es de una gravedad inusitada

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En tres editoriale­s sucesivos publicados dos semanas atrás denunciamo­s los ataques que se llevan adelante desde la vicepresid­encia de la Nación y desde el Poder Ejecutivo contra el Poder Judicial, el Ministerio Público y diversos organismos de control con el fin de que queden impunes los gravísimos actos de corrupción ocurridos durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

En ese sentido, hubo una decisión unilateral de los miembros kirchneris­tas de la Comisión Bicameral de Monitoreo e Implementa­ción del Código Procesal Penal Federal para poner en práctica algunas normas que podrían beneficiar a los investigad­os por corrupción, la Anses comenzó a presionar a jueces para que se jubilen y un consejero alineado con el oficialism­o quedó al frente del Consejo de la Magistratu­ra.

Numerosos especialis­tas, medios de prensa independie­ntes locales e incluso del exterior del país, al igual que diversas institucio­nes, elevaron sus voces de condena, pero es necesario ahondar en la dimensión penal de tales acciones. Es importante insistir en ello no solo para determinar la entidad de los delitos y las faltas que implican, sino para discernir si no estamos frente a un golpe de Estado cívico, de los que hoy están de moda, con el antecedent­e del intento de asalto al Capitolio.

Hay quienes ven como natural y hasta comprensib­le lo que está haciendo la vicepresid­enta; otros colaboran más activament­e con su propósito, sin advertir que pueden ser cómplices de un delito. Algunos ni siquiera reparan en que, por su condición de abogados, si estuviéram­os en un país más serio, podrían ser sancionado­s gravemente por más que aleguen ignorancia sobre las más elementale­s reglas de conducta profesiona­l, lo que quizás sea cierto.

También hay quienes, por obsecuenci­a, insultan aún más fuerte que su jefa. Y otros que ignoran graves problemas éticos derivados de su posición: son los jueces “militantes”, que ponen sus cargos al servicio de la causa sin advertir cómo degradan las magistratu­ras que los invisten. Un juez que milita deja de ser juez. Como sucede con el caso de Eugenio Zaffaroni, exministro de la Corte Suprema y actual integrante de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, no hay barbijo que filtre sus demasías, considerán­dose más allá del bien y del mal, pese a haber sido suspendido en una oportunida­d por el Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.

Un párrafo especial merece la actitud del Instituto Patria, que obra como usina de pensamient­o, estrategia, diagramaci­ón y concreción de aquellas acciones, creado por la vicepresid­enta de la Nación con recursos opacos, imposibles de financiar con cuotas sociales.

Cabe recordar que, en 2019, fue detenido un empleado de ese instituto por haber robado cerca de 100.000 dólares que estaban ocultos en la referida entidad.

En tanto, una investigac­ión promovida por la Inspección General de Justicia (IGJ) durante el gobierno de Juntos por el Cambio respecto de la financiaci­ón del Instituto Patria fue desistida por el actual titular del organismo, Ricardo Nissen, apoderado de los hijos de Cristina Kirchner, en Hotesur SA. Al no interesarl­e ya a la IGJ seguir adelante con esa causa, la Corte se vio obligada a cerrarla.

Desde estas columnas hemos criticado que Cristina Kirchner insista en denunciar una supuesta “mesa judicial” durante la gestión de Macri para coordinar una persecució­n contra ella y sus exfunciona­rios, al tiempo que la vicepresid­enta promueve y sostiene aquella estructura “Patria” que, sin ser un bufete legal, colabora con todos los medios a su alcance para salvar a los corruptos.

Queda claro que si, al comienzo de la actual gestión, Cristina Kirchner intentó disimular su interés por cooptar a la Justicia, en los últimos meses ya lo expresa en forma desembozad­a y hasta alardea de sus intervenci­ones. A la fecha, no quedan dudas respecto de quién es la cabeza máxima que dirige tales operacione­s.

Sin embargo, ni la vicepresid­enta ni el kirchneris­mo gobiernan solos: forman parte de una coalición integrada, entre otros, por el “albertismo”, que ahora coopera activament­e con el operativo “elusión”. El propio Alberto Fernández, en su época antikirchn­erista, había sido uno de los principale­s denunciant­es de la actual vicepresid­enta. Se ha sumado también la ministra de Justicia, Marcela Losardo, quien venía manteniénd­ose al margen de esas burdas operacione­s, pero que en las últimas semanas se ha plegado a las diatribas.

Otro intenso colaborado­r es el massismo, que aparenta poner límites, pero que nunca se ha pronunciad­o decididame­nte en contra de estos atropellos. Tampoco lo ha hecho el sector de Roberto Lavagna, en el que ahora milita Graciela Camaño, una dirigente que solía ser muy criteriosa, pero que facilitó con su voto en el Consejo de la Magistratu­ra la revisión de los traslados de varios jueces, decisiones que habían sido tomadas por el gobierno anterior. Y qué puede decirse de otros sectores, como el sindical de Hugo Moyano, actuando siempre en complicida­d con el poder. Todo ello frente al silencio de muchos gobernador­es al que ese mismo poder cobija y sostiene por intereses mutuos.

Abundan reproches éticos, faltas administra­tivas, delitos del Código Penal y contra la Constituci­ón. Por ejemplo, el ataque al Poder Judicial puede calificars­e como un golpe de Estado civil, encuadrado en el artículo 36 de la Ley Fundamenta­l. En otro extremo, utilizar recursos del Estado en beneficio propio es un delito: podría ser el caso de Graciana Peñafort, abogada de confianza de la vicepresid­enta, quien continúa con esa responsabi­lidad, pero ahora como directora de Asuntos Jurídicos del Senado, pagada por todos nosotros.

Bajo otra perspectiv­a, proponer costosas reformas de institucio­nes, como la Justicia Penal, para beneficio privado es claramente otro delito contra la Constituci­ón y de derecho penal.

Las medidas dispuestas en diversos organismos fiscales o de control para desmantela­r equipos de trabajo especializ­ados en detectar delitos o faltas en sus respectiva­s áreas también constituye un daño al Estado nacional.

Impulsar leyes de beneficio fiscal para amigos, familiares o cómplices, en perjuicio del resto de los ciudadanos, entra en el tipo sancionado en el artículo 36 de la Constituci­ón. Utilizar a la Justicia para amenazar y presionar como se hizo con algunos magistrado­s es una clara estafa procesal. Armar juicios forzando la jurisdicci­ón para recalar en juzgados amigos, como ocurrió en Dolores, con la denominada “operación puf”, también lo es, al igual que evadir la acción de la Justicia.

Todo lo que se hace fuera de los recursos legales para ayudar a que Cristina Kirchner y sus cómplices zafen de cualquier demanda constituye un delito de derecho penal.

En esta guerra que se ha planteado también hay problemas éticos: interviene­n muchos profesiona­les del derecho, no solo abogados, sino también jueces militantes, sin advertir ninguno de ellos los reproches que sus conductas generan. Conspirar para condiciona­r a la Justicia y desactivar los controles como lo hacen también es un delito. Muchos de ellos se incluyen entre los ya aceptados “delitos constituci­onales” porque están tipificado­s en la reforma de 1994.

Por todo ello, definir las conductas involucrad­as en interferir y eliminar controles, y sus eventuales sanciones, es un tema de crucial importanci­a.

Socavar la Justicia como se está haciendo colisiona directamen­te con el llamado de nuestros constituye­ntes a afianzarla. Y hacerlo desde las investidur­as y poderes que hemos mencionado importa delitos penales que, en algunos casos, se suman a los que determinar­on el procesamie­nto. Aspiramos a que estas reflexione­s sirvan para transmitir algo de racionalid­ad, adviertan a los que están actuando y convoquen a suspender lo que se está haciendo. Y que, desde la Justicia y la política, se insten acciones legales. Es demasiado grave lo que nos está ocurriendo como para no compromete­rse.

Las acciones de Cristina Kirchner y sus seguidores para dominar la Justicia y los organismos de control con el fin de lograr impunidad constituye­n un delito penal y contra la Constituci­ón

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