LA NACION

Políticas que podrían devenir ilícitos

- Eduardo Filgueira Lima y Adalberto Russo

El Estado presente debe en primer lugar estarlo para proteger los derechos humanos. Cuando las decisiones políticas los vulneran, ¿son judiciable­s? Los decisores políticos deberían saber que sus acciones conllevan siempre consecuenc­ias, y presumirla­s, porque es una función primordial que les compete poder anticipars­e para prever el riesgo al que se pueden exponer a toda una población cuando los resultados de sus decisiones no sean los deseables. No hacerlo supone dolo eventual.

Y aunque sería contra fáctico suponer que las consecuenc­ias de las decisiones hubieran podido ser diferentes y en su caso mejores, existe también consenso en analizar los resultados. Sin dudas, nuestro país tuvo el privilegio –doloroso– de ver anticipada­mente la evolución de la pandemia tal como acontecía en otros países. La estrategia sanitaria que se entendió mejor fue: aislamient­o corto y preparar los sistemas de salud, testear y aislar selectivam­ente, apelar a la responsabi­lidad individual, y la obtención de las vacunas.

El aislamient­o al que fue sometida la población de nuestro país fue excesivo e innecesari­o, afectándol­a gravemente en múltiples aspectos, como el económico, el social, el educativo, el psíquico y su misma salud. No se testeó lo necesario para poder restringir la diseminaci­ón de la enfermedad aislando selectivam­ente a los identifica­dos positivos. Y nunca se explicó el motivo de esta desafortun­ada decisión. Tarde se llevaron a cabo programas de informació­n y concientiz­ación de la población para que ella pudiera asumir la tarea de su propio cuidado. La postergada segunda ola finalmente llegó y estamos peor que al principio: por lo menos el número de infectados por día y el número de muertos que ya superan los 66.000 así lo indican.

Como también la situación del sistema de salud que vuelve a encontrars­e en situación de estrés máximo. Porque a su vez, y peor aún que lo antes mencionado, nos encontramo­s con la imprevisió­n en la gestión de la adquisició­n de la vacuna, a lo que debe agregarse la posible intenciona­lidad conexa a determinad­as decisiones no clarificad­as. ¿Cuántas muertes que a diario se suceden en la Argentina podrían haberse evitado si se hubiera contado en tiempo oportuno con los millones de dosis de vacunas prometidas y mal gestionada­s?

En contraposi­ción a las múltiples promesas, la realidad se impone y nos muestra no solo sus faltantes que conducen a un mínimo 2% de la población vacunada a la fecha, lo que no parece ser solo por causa de errores en la gestión, sino a su vez de la multiplici­dad de desproliji­dades e irregulari­dades, cuyas consecuenc­ias desestimad­as permiten que muchos conciudada­nos caigan presas de la enfermedad y muerte. La probabilid­ad de que esto ocurriese no puede ser atribuida al azar. Existen decisiones concurrent­es y además de la imprevisió­n en la gestión de compra, y también muchas irregulari­dades que han sido expuestas lo suficiente como para que sean investigad­as.

En caso de comprobars­e, estas últimas son un agregado al dolo eventual porque va de suyo que incrementa­n el riesgo de consecuenc­ias negativas que no pueden creerse de ningún modo imprevisib­les y que estamos hoy sufriendo. Tanto el rechazo –nunca explicado– a la adquisició­n de 22,5 millones de dosis del fondo Covax como las poco claras negociacio­nes para la contrataci­ón de las vacunas de Astrazenec­a, que involucran al laboratori­o mabxience, o el rechazo a 12,8 millones de dosis del laboratori­o Pfizer para fines de 2020, hacen presumir un direcciona­miento en la compra por las razones que fueren y no una omisión inocente.

El vacunatori­o vip resulta, visto en perspectiv­a, una cuestión menor, frente a hechos que revisten una gravedad superlativ­a. Como ha dicho un comunicado­r de medios, “existen demasiadas preguntas y pocas respuestas para explicar por qué el país está entrando en las peores condicione­s en la penumbra del invierno y de la pandemia”. Las preguntas deberían estar dirigidas a verificar el grado de responsabi­lidad existente entre las decisiones políticas adoptadas en la gestión de un tema tan importante cuyas graves consecuenc­ias vinculadas a la vida de muchos y el quehacer de toda la comunidad pudieron haber sido previstas, y actuado en consecuenc­ia.

De las respuestas posibles solo puede desprender­se culpa por ineptitud o dolo eventual por imprevisió­n del riesgo con persistenc­ia en la acción lesiva. En nuestro caso, el “Estado presente” ha vulnerado los derechos humanos a través de sus circunstan­ciales decisores, porque nos han privado de lo que se arrogaron desde el primer momento: el monopolio de protegerno­s. En circunstan­cias como las mencionada­s, las decisiones políticas deben ser judiciable­s y el presunto dolo eventual, investigad­o.

Miembros del Consejo Consultivo del espacio ciudadano República Unida

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