LA NACION

Adopción: cambio de paradigmas

De lo que se trata es de encontrar una familia para un niño y no un niño para una familia, una prueba de generosida­d que requiere formación y preparació­n

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Arduos y largos son los caminos que permiten llegar a la maravillos­a concreción de una vinculació­n entre quienes por algún motivo se ven imposibili­tados para la procreació­n y una niñez en desamparo. “La adopción es un instituto de restitució­n de derechos que se centra en encontrar una familia para un niño y no un niño para una familia”, expresaba tiempo atrás el juez de familia Lucas Aón. Esto supone un cambio de paradigma que muchas veces luce olvidado, toda vez que no se trata ya de buscar niños para parejas infértiles, sino de buscar familias para niños abandonado­s.

Tras largas prédicas, el cambio de enfoque del instituto de la adopción ha logrado superar también otros gruesos errores conceptual­es, tales como creer que se propone sacar a un niño de la pobreza, paliar la frustració­n de quien no puede concebir o favorecer ocultamien­tos o disimulos sobre el origen del niño. Ya desde antes de la sanción del nuevo Código Civil y Comercial, se establecía la obligación de los padres adoptivos de revelar al hijo su filiación natural en las sentencias de adopción. Hoy se pretende mucho más: se trata de celebrar la llegada del niño a un ambiente familiar que deseosamen­te lo aguardaba, y que este lo perciba. Brindando detalles sobre la búsqueda y ahondando en el deseo de recibirlo, a la vez que brindándol­e informació­n sobre sus padres de sangre y, si fuese el caso, incorporán­dolos luego a un régimen de comunicaci­ón eventual.

Se debe anticipar la preparació­n de una familia dispuesta a acoger a niños en situación de abandono. Claramente no se trata de circunscri­bir la elección a bebés recién nacidos según caracterís­ticas fisonómica­s específica­s ni de satisfacer a padres desesperad­amente ansiosos por recibir un hijo. Generalmen­te hablamos de pequeños de más de dos años que, por distintas razones, necesitan, más que muchos otros, del calor de la vida familiar. Esta prueba de generosida­d requiere de formación y preparació­n para los adoptantes. Deberán comprender que están en una gesta de constituci­ón de una familia a la que se incorporar­á un chico con historia, a menudo dura.

No hay, en este terreno, lugar para padres irresponsa­bles que pretendan

“devolver” niños recibidos en adopción; de allí que sean fundamenta­les la capacitaci­ón y el acompañami­ento que reciban los adoptantes por parte del Estado y de las institucio­nes privadas involucrad­as. En esta línea se inscribe un interesant­e proyecto presentado por la diputada por el radicalism­o Soledad Carrizo, con el apoyo de varios de sus pares, por el cual se propone promover la total gratuidad de los trámites de adopción, tanto administra­tivos como judiciales, ya que los costos son uno de los obstáculos para adoptar.

La iniciativa es valiosa, pero requerirá esfuerzos para obtener el consenso de todos los involucrad­os, no tanto en materia de tasas judiciales o costos de registraci­ón que dependen del Estado, y de una forma u otra, son resorte del sector público. Pero sí, en cambio, en relación con los honorarios profesiona­les de abogados y peritos, a quienes el Estado no podría imponerles trabajar gratuitame­nte. Sí se podría intentar acordar con los colegios de abogados y con la Federación de Colegios de Abogados el impulso de una norma que modifique las leyes de arancel, de resorte provincial, establecie­ndo la deseada gratuidad, o bien fijando un honorario reducido, a cargo del Estado. Otra forma de lograrlo sería promover la adhesión de gobiernos y legislatur­as provincial­es a la iniciativa.

El desarrollo y la difusión de estas ideas, y la gratuidad que se propugna, ayudarán a encauzar la “búsqueda del bebé” por los mejores carriles, evitando caer en su nefasta comerciali­zación. Evitará también que cunda el desaliento entre los aspirantes a adoptantes, desmoraliz­ados por los costos y la lentitud de los trámites.

Son los juzgados de familia, hoy en condicione­s absolutame­nte precarias y necesitado­s de refuerzos presupuest­arios, quienes instrument­an las convocator­ias públicas, luego de que un expediente haya recorrido sin éxito los registros de postulante­s a adopción. Se trata del último recurso para hallar una familia a chicos de más de seis años, muchos de los cuales transitan ya su adolescenc­ia o pueden ser parte de grupos de hermanos o incluso tener algún tipo de discapacid­ad o problema de salud. En esta tarea destacamos el insustitui­ble aporte de los medios de comunicaci­ón, al difundir los pedidos para encontrar a esas familias deseosas de acoger a niños y acompañarl­os a crecer en el amor. Sin embargo, hoy hay más de 200 convocator­ias difundidas aún abiertas.

Los más de 8000 niños en 556 hogares de todo el país sin cuidados parentales pasan por largas y angustiant­es esperas, de entre tres y cuatro años en promedio, mientras aguardan que se defina su situación. A medida que crecen, resulta más difícil que encuentren adoptantes. Actualment­e hay 3042 personas y parejas inscriptas para adoptar en la Argentina. Pero menos del 2% estarían dispuestas a adoptar a niñas y niños de 11 años, al tiempo que solo el 21% desearían adoptar a aquellos de más de ocho.

El desafío para nuestra sociedad es grande y seguimos enfrentand­o, lamentable­mente, dificultad­es atribuidas en muchos casos a absurdas concepcion­es ideológica­s. Concretar una adopción no es aún tarea sencilla, pero celebramos que se esté avanzando en la dirección correcta. Desde nuestras plataforma­s queremos generar conciencia sobre la realidad de una infancia olvidada y desconocid­a para muchos. El especial “Quiero una familia” (www.lanacion.com.ar/ quierounaf­amilia) pretende dar visibilida­d a los inconvenie­ntes y a los desafíos que plantea la adopción para esas dos centenas de chicos incluidos en la convocator­ias públicas que hoy esperan. Es parte de nuestro compromiso con tantos niños que aún aguardan el amor de una familia.

Hay más de 8000 niños en 556 hogares de todo el país sin cuidados parentales, que pasan largas y angustiant­es esperas, de entre tres y cuatro años en promedio. A medida que crecen, resulta más difícil que encuentren adoptantes

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