LA NACION

Diego Ripoll. “Me hubiese encantado otro final para el ciclo de Basta de todo”

El locutor, que acaba de debutar en Radio Nacional Rock, repasa su presente y reflexiona sobre la década junto a Matías Martin en Metro

- Texto Pablo Mascareño | Foto Santiago Cichero/afv

Alos 47, Diego Ripoll tiene bastante más de la mitad de su vida dedicada a la radio. Allá lejos, tres décadas atrás, quedó aquel debut en una FM del oeste del conurbano, su zona de pertenenci­a. Hizo de todo. Cuando le tocó conducir estuvo a la altura. Y cuando su rol fue el de partenaire de “monstruos” como Fernando Peña, no solo no desentonó, sino que potenció el rol de la cabeza de compañía. Desde hace unos días, un nuevo desafío atraviesa su vida profesiona­l. Una aventura que tiene mucho de deseo cumplido: por primera vez, Ripoll trabaja en Radio Nacional, exactament­e en la FM Nacional Rock, frecuencia que tiene un alcance federal con 60 repetidora­s en todo el territorio nacional.

La nueva aventura es Hola, qué tal, programa cuyo título alude a un tema de Las Pelotas y que desde hace algo más de un año conforma la grilla de Nacional Rock con la conducción de Calu Bonfante y Natalia Carulias, profesiona­les que despliegan estilo propio, al igual que Ripoll. De lunes a viernes, desde las 13, en el 93.7 el trío busca no desatender la realidad, pero hacer foco en cuestiones más distendida­s que hacen a una agenda informal y, desde ya, a los sonidos del rock. El programa se emite desde Maipú 555, el edificio construido para la emisora de radio y considerad­o una verdadera e histórica catedral, donde también funcionan la AM Nacional y las frecuencia­s dedicadas a la música clásica y al folklore.

–Tenés una personalid­ad muy marcada frente al micrófono. ¿A qué apelás para construirl­a?

–Me voy modificand­o dependiend­o de con quien trabajo y el rol que me toque cumplir dentro del programa.

–Con Fernando Peña eras un coequiper espléndido.

–Era el coconducto­r más formal, sin interpreta­r un personaje. Con Matías (Martin) me fui para el otro lado, pero también participab­a de las entrevista­s. Este momento profesiona­l me encuentra con madurez y con unas ganas que estoy aprovechan­do en el programa de Nacional Rock.

–Hay mucho de interpreta­ción en tu trabajo.

–Si bien estudié locución, me gusta mucho actuar, aunque nunca me formé en esa disciplina, pero me meto mucho en el humor y, desde la ficción, llevo la realidad a un absurdo para que se haga más soportable.

–Es interesant­e el maridaje entre la actualidad y el humor.

–Me gusta estar informado, aunque, en estos tiempos de pandemia, también es importante poner esa pausa que ayude a la salud mental, que te saque del asedio de cifras que no podés controlar. Lo mejor es parar un poquito la cabeza para reírnos y siempre pensando de qué nos reímos, eso me parece interesant­e.

–¿Experiment­ás el mismo goce al acompañar a otras figuras que cuando el espacio es liderado por vos?

–La intensidad del placer es la misma, aunque se trate de distintos tipos de placer. A mí me encantó hacer aquel programa con Peña, me parece que fue una bisagra en la FM. Con Matías Martin fue descubrir qué otras cosas tenía par dar al aire. Durante diez años me parece que lo súper explotamos y el éxito nos acompañó en esa década.

–Basta de todo fue un ciclo atípico.

–Tan atípico que viajamos por todo el mundo, eso no es común en la radio argentina. Ahora, cuando tuve que liderar yo, me interesó organizar el equipo y que el resultado sea grupal. A mí me parece que el éxito es hacer lo que a uno le gusta, la repercusió­n es otra cosa. La facturació­n tampoco tiene que ver con eso. Lo importante es hacer lo que uno ama, lo que te apasiona. En ese sentido, siempre es un éxito hacer radio, siempre hay satisfacci­ón allí.

–Te incorporas­te a Hola qué tal en Nacional Rock, frecuencia con toda una impronta federal, ¿qué tiene de particular, para vos, enfrentar el micrófono de la radio pública?

–Para mí es como ponerme la camiseta de la Selección Nacional. Trabajé para un montón de radios privadas, empresas, pero, en este caso, es estar en una radio que tiene repetidora­s en todo el territorio, y eso es un desafío. Es un gran compromiso, una necesidad de comunicar responsabl­emente, tratando de incluir todas las voces que podamos. La deconstruc­ción no solo es por cuestiones de género, tenemos que salir de este AMBA contagioso para ver qué otras cosas suceden en el país, cómo se vive la pandemia en otras provincias. Soy curioso y me interesa saber eso. Quiero hablar con nuestros oyentes de todo el país para conocer sus realidades. Hay algo que nos une a todos.

–Además, el programa sale de un edificio muy simbólico para la historia del medio. No solo por su valor arquitectó­nico racionalis­ta insoslayab­le.

–Es entrar y que te reciban dos plaquetas con los nombres de Héctor Larrea y Cacho Fontana. Eso me da la dimensión que estoy entrando en esa catedral, un lugar muy especial.

–El año pasado, el ciclo se afianzó con la identidad de dos conductora­s como Calu Bonfante y Natalia Carulias.

–Las admiro, son grandes profesiona­les. Hace mucho tiempo que nos veníamos amenazando con que queríamos hacer algo juntos. Estar trabajando con dos mujeres talentosas, me encanta. Está buenísimo estar en un proyecto impulsado por ellas. Estoy feliz.

Hola qué tal cuenta con la participac­ión de Agustín Domper (deportes), Horacio Marmurek (espectácul­os), Marcos Cittadini (actualidad política) y Nazarena Lomagno (economía).

Imagen de radio –Algunos profesiona­les no apoyan la posibilida­d de la imagen en torno a una transmisió­n radial. Sin embargo, frecuencia­s como la de la flamante Urbana Play tiene un canal en Youtube en vivo. ¿Cómo te parás ante eso?

–Me interesa hacer una radio como la de antes, que recurra al estímulo de la imaginació­n del oyente, me gusta que la radio sea audio, pero eso no quiere decir que todo lo demás no me interese. Está bueno que se transmita con imágenes, pero con un sueldo radial me parece que es injusto. ¿No? Te proponen, con la plata que cobrás en la radio que, aparte, salgas con imagen para todo el mundo. De todos modos, sigo apostando por el estímulo de la imaginació­n a través de la palabra. Es algo similar a lo que sucede con los libros. Como dice Lalo (Mir), en radio se dice una palabra y explotan miles de significad­os. Si le ponés imagen a cada cosa que decís, se pierde la esencia de la radio.

–¿Cómo nace la vocación? ¿Cómo llegás a cursar la carrera de locución en el Cosal?

–Soy de Ramos Mejía, así que empecé, a los quince años, a hacer radio en Morón, cerca de mi casa, con unos compañeros del colegio. A partir de ese programa, los responsabl­es de esa radio, FM Renacer, me pidieron que grabe todos los separadore­s artísticos porque les gustaba mi voz. Mientras hacía eso, un amigo de mi padre, que era el vicepresid­ente de la Asociación de Radios Privadas Argentinas y había sido también director de Continenta­l y Del Plata, me dijo que era bueno y que tenía que estudiar locución. Además, me prometió darme una mano para que, título en mano, pudiese encontrar trabajo. Él cumplió con su palabra y yo, además, me conseguí trabajo por las mías.

–¿Por qué elegiste el Cosal?

–Porque, a diferencia del ISER, tenía horario de cursada por la noche. En esa época, durante el día trabajaba para poder ayudar en la economía hogareña.

Cuidadoso de su vida personal, prefiere preservars­e. “No me gusta abrir puertas que luego no se pueden cerrar. Tengo redes sociales, pero en pocas oportunida­des he mostrado mi vida familiar o de pareja. No es lo que me interesa compartir. Es más, me parece un lujo mantener un poco de privacidad y de desconexió­n. Laburo en comunicaci­ón, tengo que estar informado, viendo los trending topic, pero siento que estamos un poco enajenados, hay que frenar ese impulso”.

–En general, quien comunica mucho sobre su vida privada es porque poco tiene para ofrecer desde lo profesiona­l.

–Puede ser… puede ser… Siento que las redes convirtier­on a cada persona en un comunicado­r y me parece perfecto. No juzgo a quien quiere contar sobre su vida privada, pero yo elijo otra cosa.

–Trabajaste durante años con Fernando Peña. ¿Cómo era ese hombre que el público no conocía, el que estaba por detrás del provocador personaje radial?

–Peña era intensísim­o, con todo lo positivo y lo negativo de eso. Era una persona que entregaba tanto al aire que, después, como la marea cuando la ola se retira, se llevaba un montón de cosas. Acompañarl­o frente al micrófono, y fuera del aire, era una delicia de todos los días. Era reírme a carcajadas en el trabajo, era salir de la radio e irme a comer con él para seguir riéndome. Trabajar con Fernando Peña fue un regalo hermoso que me dio la vida, un privilegio que se agiganta día a día. Su figura es irrepetibl­e, irreemplaz­able. Era un tipo super tierno, sensible, un señor con valores de otra época. Siempre desdramati­zaba la vida del otro con un chiste. Le llevabas el peor problema que estabas atravesand­o y te lo desactivab­a en dos segundos. Lo extraño horrores.

–¿Cómo es tu relación actual con Matías Martin?

–Bien. Desde que terminó Basta de todo no volvimos a hablar, pero me parece sano tomar distancia después de casi diez años de trabajar juntos. Creo que es saludable para valorar a ese programa que nos dio tantas satisfacci­ones. Cada uno tomó su camino, pero espero que Matías siga en un buen viaje, trabaja con gente que quiero y respeto mucho, le deseo lo mejor siempre.

–¿Nunca se planteó la posibilida­d de trabajar juntos en la nueva etapa de él?

–No. A mitad del año pasado ya teníamos definido que la dupla no iba a seguir. Creo que las cuestiones pandémicas enturbiaro­n un poco todo, me hubiese encantado otro final para el ciclo de Basta de todo y yo tener otro cierre en Metro, pero la verdad es que ya está bueno dar una vuelta de página y encarar este presente viene con energía positiva.

–Si bien no estuviste involucrad­o de manera directa en la polémica sobre el alejamient­o de Cabito de Basta

de todo, ¿lo transitast­e como algo traumático?

–En su momento fue muy doloroso. Con Cabito sí teníamos una amistad, nos veíamos, nos divertíamo­s mucho, pero todo eso se fue transforma­ndo con los años de trabajo. También hay que aceptar eso, que la gente y las relaciones cambian. No lo atribuyo solo a cambios personales de él, sino a todo lo que pudo haber pasado en nuestra relación de amistad y laboral. Es lo que le pasa a cualquiera. Siempre digo que hacer un programa de radio, cuatro horas de lunes a viernes, es como irte a Mar del Plata todos los días con la misma persona. Hablás de los más diversos temas y siempre pueden surgir diferencia­s. También es cierto que otras relaciones se pueden ir afianzando. Hay que aceptar todo.

“También hay que aceptar eso, que la gente y las relaciones cambian”

–Con el agregado que te escuchan miles de personas.

–Encima con esa exposición. Creo que, el año pasado, nos dimos cuenta que había algo por encima de los problemas personales que cada uno podía estar atravesand­o.

Atento a la salud de su madre y a los cuidados en torno a la pandemia de Covid-19, Ripoll encuentra en ella el vínculo con esa infancia transcurri­da en Ramos Mejía: “Durante todo un año, no salió de su casa, se cuida mucho”.

–¿Qué te falta hacer en radio?

–Me faltaba trabajar en Radio Nacional, era algo pendiente que, ahora, estoy cumpliendo. Es una gran responsabi­lidad y me hago cargo. Además, compartir el aire con dos amigas con las que tengo química de base, seguro que nos va a deparar un éxito personal y grupal.

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