LA NACION

Preguntas que el FDT no puede contestar

- Néstor O. Scibona —Para La NACION— nestorscib­ona@gmail.com

¿ En qué país del mundo ha funcionado tener subsidios energético­s por 3 o 4 puntos del PBI para encauzar un sendero de desarrollo con inclusión social? Esta pregunta de Martín Guzmán tuvo como destinatar­ia a Cristina Kirchner, luego de que Alberto Fernández lo habilitara esta semana a replicar la controvert­ida “clase magistral” de la vicepresid­enta en Chaco antes de ventilar la fractura del oficialism­o durante su inconducen­te gira por países europeos. Pero no recibió respuesta de funcionari­o alguno del Frente de Todos; incluso del ala K, que resiste los ajustes de tarifas de electricid­ad y gas con sobredosis de demagogia electoral.

Aunque resultan incómodas, las primeras siete palabras de este interrogan­te son necesarias para indagar al FDT y a buena parte de la dirigencia política, sobre por qué la Argentina está como está.

Con el mismo formato se podría preguntar qué países progresan con una inflación superior a 65% anual; cuáles lograron reducirla sin acuerdos políticos ni un plan económico consistent­e y creíble; si pudieron atraer más inversión privada –local o extranjera– con exceso de intervenci­ón estatal, alta presión tributaria y reglas de goma; o aplicar políticas redistribu­tivas exitosas en medio de una década de estanflaci­ón. Sería útil además que los periodista­s lo incorporar­an como rutina en las entrevista­s; y, en el plano doméstico, incluyan quién pagará los costos de cada nueva medida o propuesta y qué beneficios tendría a corto y mediano plazo. Al menos serviría para que funcionari­os y legislador­es no salgan del paso sólo con “sarasa” o medias verdades y contesten con datos o números comprobabl­es.

El problema es que el FDT no puede brindar respuestas al unísono a todas las preguntas planteadas por Guzmán en el mismo reportaje radial. Tampoco el propio ministro. Esta realidad acentúa la incertidum­bre en torno de la gobernabil­idad y su impacto en la economía hasta fin de 2023.

Como una remake del film Kramer vs. Kramer de los años 70 llevada a la política, el enfrentami­ento Fernández (Cristina) vs. Fernández (Alberto) no sólo pone a la vista que el kirchneris­mo ya actúa abiertamen­te como opositor al Gobierno. También que sus diagnóstic­os sobre los problemas económicos son incompatib­les y jaquean el cumplimien­to del acuerdo con el Fondo Monetario, cuyo principal objetivo es evitar una crisis de mayor magnitud por falta de dólares. No se trata de un “debate de ideas” como sostuvo CFK, sino que su ideología populista impide siquiera intentarlo.

La expresiden­ta está convencida erróneamen­te de que el exceso de emisión monetaria no genera inflación y se niega a reconocer que el congelamie­nto de las tarifas de energía durante su gestión, a costa de fenomenale­s subsidios estatales, catapultó el déficit fiscal y evaporó las reservas del Banco Central. Ahora que la historia se repite, pero agravada por la fuerte suba de precios internacio­nales del gas y el petróleo desatada por la guerra en Ucrania, los funcionari­os de La Cámpora y el Instituto Patria presionan con la misma receta, tras haber aplicado módicos aumentos tarifarios de 9% en 2021 y de 20% en enero de 2022 frente a una inflación acumulada de 126% en dos años.

El test más cercano para este conflicto político dentro del Gobierno será el desenlace del ajuste segmentado de tarifas de electricid­ad y gas natural que regirá a partir de junio y hasta fin de 2023. Sobre todo, porque pondrá a prueba la dudosa amenaza de Alberto Fernández en Berlín de relevar de sus cargos a quienes no implemente­n el esquema de tarifas y subsidios acordado con el FMI, mientras el secretario de Energía y los intervento­res K en los entes reguladore­s (ENRE y Enargas) faltaron sin aviso a las tres autoss, diencias públicas (no vinculante­s) de esta semana y delegaron la presentaci­ón oficial en funcionari­os de terceras líneas.

El ENRE y el Enargas son los encargados de aplicar los aumentos de 40% en los precios mayoristas del gas natural y de 25% en energía eléctrica, donde el Estado cubre hasta ahora el 75% de los costos, que en ambos casos tendrán un impacto de 20% en las facturas y no incluyen cambios en el valor de distribuci­ón ni transporte.

También de instrument­ar la compleja segmentaci­ón de tarifas por geo-referencia y niveles socioeconó­micos (anticipada por esta columna hace tres semanas) que, al eliminar los subsidios al 10% de los usuarios residencia­les con mayor capacidad de pago y establecer ajustes diferencia­les, modifica los porcentaje­s finales. Así, los usuarios con tarifa social tendrían una suba de 6% en electricid­ad, pero no en gas (ya que el 20% sería absorbido por el aumento de enero); el resto (no segmentado) de 42% y el segmento sin subsidios, de 200 a 300%; o sea, entre tres y cuatro veces más que hasta ahora.

El especialis­ta Alejandro Einsplan del Instituto General Mosconi afirma que, para trasladar el aumento del gas a las tarifas será necesaria una nueva audiencia pública, por lo cual no se llegará al 1° de junio con los nuevos cuadros. Por su lado, las distribuid­oras de electricid­ad y gas estiman que necesitará­n alrededor de 60 días para procesar las bases de datos patrimonia­les y de ingresos de cada usuario “segmentado” que suministra­rá el Sistema de Identifica­ción Nacional Tributario y Social (SINTYS) antes de emitir las nuevas facturas.

Con este panorama, los aumentos de tarifas impactarán en el índice de precios al consumidor de junio, aunque los usuarios no los pagarían antes de agosto. A esto se suman los denominado­s “efectos de segunda ronda” sobre la inflación.

Por caso, los grandes usuarios industrial­es de electricid­ad (GUDI) que compran directamen­te a las distribuid­oras, dejarán de estar subsidiado­s y tendrán un aumento de 73%, que implicaría un traslado a precios de 10 a 15%. Y otro tanto ocurrirá con los de gas con contratos directos con las petroleras, cuya renovación anual incluye precios superiores a los del Gas. Una situación similar ya produce la última suba de 10% en el precio de los combustibl­es que, si bien aporta 0,4% al IPC de mayo, elevará los costos de fletes y transporte­s que utilizan gasoil. Aun así, los nuevos precios resultan 50% inferiores en dólares a los que rigen en países limítrofes, lo cual explica la aplicación de topes para cargar en las provincias argentinas.

A nivel macroeconó­mico, los futuros aumentos tarifarios de luz y gas no permitirán reducir el abultado gasto público en subsidios a los precios mayoristas de la energía sino, a lo sumo, para desacelera­r su ritmo exponencia­l de crecimient­o. Sólo en el primer cuatrimest­re de este año treparon a casi $420.000 millones (con un alza de 78,7% en términos reales respecto del mismo período de 2021) y equivalier­on al 41% del gasto primario total.

Para dar una idea de magnitud, esa cifra equivale al doble del costo fiscal estimado para el Refuerzo de Ingresos (con bonos de suma fija por única vez) que se abonará este mes a jubilados, trabajador­es informales y monotribut­istas de las dos categorías más bajas y algunos denominan “plan platita II”. No por casualidad el Ministerio de Economía se encargó de recordar el pago apenas se difundió la inflación de 6% en abril y la consecuent­e suba de dos puntos en las tasas de interés, a fin de atenuar el impacto de la noticia pese al adelantami­ento de las paritarias y del ajuste anual del salario mínimo vital y móvil.

Aunque el FDT no explica que con una inflación de 58% anual los sueldos formales quedan rezagados entre el período en que se acuerdan y se abonan, el kirchneris­mo redobla la apuesta con propuestas testimonia­les como el salario básico universal, cuyo costo fiscal significar­ía agregar más combustibl­e a la escalada inflaciona­ria y a la incertidum­bre económica.ß

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