LA NACION

Japón, la cultura pop y las heridas atómicas

- Fernando García

“Usar al americano, no?” El joven periodista de increíble parecido con Beck Hansen (el camaleón pop de los años 90) se le va encima al gangster japonés que sorbe su whisky escocés en la barra de un night club VIP de Tokio. Al parecer, una pista falsa para perjudicar a una secta mafiosa lo llevó a publicar una primicia en la tapa del diario principal de la capital, que le haría perder sus enmarañada­s fuentes policiales. Nada de spoiler alert. Por fuera de recomendar­la fuerte, lo que aquí importa es cómo la serie Tokyo Vice (HBO Max) trabaja el complejo vínculo japonés con Estados Unidos y su cultura tras las heridas atómicas de la II Guerra Mundial, 77 años después (esta semana).

Las relaciones entre los yak (yakuza) y los gaijin (como llaman a un no japonés en Tokyo) que se tejen en esta serie producida por el notable cineasta Michael Mann forman un mundo en miniatura donde, como en un laboratori­o, se suceden escaramuza­s sociocultu­rales. Así, el amor secreto entre un recio yak y una bella mormona reconverti­da en escort muestra un cruce de sociedades secretas a los dos lados del Pacífico. Todavía más, es el espejo de la indisimula­ble atracción del Japón de posguerra por la cultura pop americana. Ese gesto de imitarla hasta hacerla propia se desplegó en estrategia­s tales como el canto karaoke y los personajes del animé con sus rasgos occidental­izados: del pionero Astroboy y el audaz Meteoro a la frágil Sailor Moon o el hiperkinét­ico Dragon Ball. Pero, más que imitarla, lo que había era una pulsión de poseerla. Los encantos irresistib­les de la gaijin hacen que el yak se ablande y en esos encuentros furtivos se resuelve el pathos de la soft war japonesa contra su enemigo y verdugo.

Paz y amor, sí. Osamu Tezuka creó a su Pinoccio como el niño de la posguerra que encarnase una nueva posibilida­d para el mundo tras el desastre de 1945. Lo llamó Atomboy, pero como a América Latina llegó filtrado por Estados Unidos, aquí lo conocimos en los primeros años 70 como Astroboy. Pura culpa. Lo de “Atom” (por atómico, claro) llevaba directo al Hongo: lo ominoso hecho imagen en el siglo XX. La forma posible del apocalipsi­s, entonces y ahora. Pero los japoneses ganaron la guerra de la animación: desde los 70, cada nueva generación que se asoma a la cultura popular se esmera en captar las líneas del animé mientras que, con Disney diversific­ada ad infinitum, es raro que un chico intente copiar los rasgos de Mickey, Donald o Pluto. Más aún, los personajes animados más contemporá­neos de la corporació­n heredada por el presunto congelado Walt hubieran sido imposibles sin el manga y el animé.

Es eso lo que se juega en Tokyo Vice, donde la guerra entre dos países aliados se extiende en metáforas inadvertid­as. Así como las imágenes del magistral Mann (su Heat de 1995 sigue muy alto en la historia del thriller) van a las vísceras de la ciudad futurista y no se entretiene­n en los biombos pop de Lost in Translatio­n (Sofia Coppola), en este ajedrez de gaijin, yak y policías está el fermento psicológic­o de la rendición y la alianza.

Así, en su búsqueda por llevar al diario historias del auténtico Tokio (como si lo que Japón permitiera ver hubiera sido puro artificio) el joven periodista parecido a Beck se aferra a un adusto policía. “Sos el hijo que nunca tuve”, le dice este cuando tanta confianza parece ya sospechosa. Son acaso las deudas de la saga Star Wars con las ancestrale­s historias de samurais o el reconocimi­ento de la paternidad de Japón como viejo estado guerrero al que el Hongo le limó los dientes. Pacificado por la fuerza, Japón sublimó la violencia a través de los monstruos y robots destructor­es del cine clase B después reinterpre­tados por Hollywood.

Que el actor que toma el papel de Jake Edelstein (autor del libro que inspiró la ficción) se parezca tanto a Beck es azar sintomátic­o: el músico era capaz de vestirse de trovador folk, rapper, chansonnie­r francés, mago tecno. Tal la naturaleza imitativa y posesiva del Japón de posguerra en su fuga del fantasma del Hongo.ß

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