Máximos reclamos de obediencia debida
Hasta hace pocas horas, la máxima exigencia de sumisión incondicional hacia Cristina Kirchner se resumía en la célebre frase del procurador del Tesoro, Carlos Zannini, cuando era secretario Legal y Técnico de la Presidencia, y la actual vice reinaba en la cúspide del poder: “A la Presidenta no se le habla; se la escucha”.
Pero, el último viernes, en un acto con la militancia, en Lanús, Máximo Kirchner superó con creces aquella autoritaria exigencia al decir que “cuando uno quiere conducir, también debe saber obedecer”, claramente dirigida al presidente Alberto Fernández.
No solo supera la violencia verbal implícita de la cita original, sino que, además, la nueva, al salir de la boca del príncipe heredero de la poderosa dinastía santacruceña a punto de cumplir veinte años de centralidad en la política nacional, resulta una nueva bravata disciplinadora de tan ilustre vástago.
Ese detalle crucial –el vínculo sanguíneo directo con la “creadora” del actual gobierno– les otorga a sus palabras una gravedad inusimente tada porque tiende a subvertir el orden institucional –quién manda a quién– y es más propia de una autocracia monárquica, en la que las reglas del juego no provienen de una Constitución republicana, sino que son dispuestas a gusto y necesidad de los mandantes de aquella.
Para suavizar el efecto de su Exocet verbal, el hijo bipresidencial dijo que “el pueblo manda”, porque si no se entendía que Alberto Fernández debe obedecer a la señora madre del exdiputado, que renegó de su banca en pataleta contra las tratativas con el FMI.
Pero tampoco se soluciona así el exabrupto. Siguiendo la línea argumental que utilizó para bajarle un cambio a su mensaje original, el pueblo manda a través de sus instituciones. Tanto a los miembros del Poder Ejecutivo (que es unipersonal y solo integra el presidente de la Nación, aunque sugestivamente en su “clase magistral” en Chaco, Cristina Kirchner aseguró que ella también integraba) como a los del Legislativo los elige en elecciones periódicas. En 2019, triunfó el Frente de Todos y perdió en las elecciones de mitad de mandato, el año pasado.
Si el máximo hijo exigiera realconsiderada que Fernández obedeciera lo que el pueblo “mandó” hace dos años al otorgarle el poder, el Presidente debiera haberse mantenido siempre firme como el árbitro justo que equilibrara las tensiones internas de la muy heterodoxa coalición que lo instaló en la Casa Rosada. En cambio, al decir de Raúl Alfonsín, no supo, no quiso o no pudo garantizar ese equilibrio. Cuando lo intentó, al principio de su gestión, su imagen pública, según las principales encuestas, crecía sin parar. Era lo que el pueblo había mandado. Después optó durante un tiempo largo por ser un carbónico desteñido de las posiciones ultras de su jefa política. Quedó mal con todos: a los kirchneristas no los convenció (la que expresó ese malestar con virulenta claridad fue Fernanda Vallejos) y rompió todos los puentes con la oposición. Más tarde absorbió en silencio los sucesivos desplantes de la vice y su troupe, pero últimamente dio piedra libre para que los ministros Martín Guzmán y Matías Kulfas salieran a rebatir ciertas aseveraciones. Otros, como Aníbal Fernández y Luis D’elía, empezaron también a desmarcarse de la ortodoxia ultracristinista.
Pareció plegarse el mismísimo Presidente a esta novedosa ola revisionista en la primera etapa de su reciente gira europea, aunque sobre el final –en una de sus permanentes volteretas– relativizó lo que había dicho y dado a entender, tan solo un par de horas antes. Es el Fernández auténtico que hace suyo el apotegma marxista (atribuido a Groucho Marx): “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. En su caso, nada es definitivo; todo es condicional. Al pie del avión, tras regresar a Buenos Aires, el canciller Santiago Cafiero recuperó su papel de exégeta del primer mandatario. Saludos a Juan Manzur.
Pero volvamos al delfín bipresidencial. “Lo que me preocupa como peronista, como militante, es que la sociedad no se involucre”, agregó.
Paradójicamente se pareció en ese reclamo en el aire a dichos indignados de destacadas figuras de la farándula, como Susana Giménez y Alfredo Casero, que aluden a cierta mansedumbre e indiferencia popular frente a los acontecimientos políticos. Es un reclamo injusto: la sociedad se involucra cuando vota y al participar en cantidad de ONG (organizaciones no gubernamentales). También cuando concurre a protestas pacíficas (Tractorazo y Marcha Federal, solo por nombrar dos de muy distinta composición social) y se manifiesta activamente, con todo tipo de matices, en las redes sociales. Pero, por sobre todo, la gente pone el hombro abnegadamente cada día cuando va a trabajar y a estudiar. Mucho para aprender de ese pueblo tiene el jefe del PJ bonaerense.ß
El hijo bipresidencial intenta marcarle la cancha al presidente de la Nación, en tanto el Ejecutivo persiste en su ambigüedad