LA NACION

Familias extraofici­ales, hijas y amantes. Los secretos sobre la vida privada de Putin

La férrea estrategia del presidente ruso de mantener sus relaciones y su entorno personal fuera del escrutinio público comenzó a derrumbars­e por las sanciones luego de la invasión a Ucrania

- Texto Jason Horowitz The New York Times Mikhail Metzel/ap

Vladimirpu­tinnolegus­tó para nada la intromisió­n. “Siempre me ha molestado esa gente llena de fantasías húmedas que mete sus narices en la vida de los demás”, disparó el presidente ruso sin pestañear ante la pregunta de la periodista.

Era 2008 y el presidente ruso –que por entonces tenía 56 años y hacía ocho que estaba en el poder– estaba dando una conferenci­a de prensa en la fastuosa Villa Certosa, en Cerdeña. A su lado se encontraba su mayor aliado en Europa, Silvio Berlusconi, el magnate de los medios y primer ministro italiano de legendario­s apetitos hedonistas, con quien Putin compartía el gusto por los chistes groseros, el mobiliario ostentoso y la riqueza sin fin.

Durante las vacaciones, las dos hijas adolescent­es de Putin disponían de esa extensa villa para veranear, salían a navegar de incógnito, y realizaban excursione­s de compras de lujo, bajo la orden estricta de no revelar su identidad y esconder el rostro de las cámaras, según cuenta una persona con conocimien­to de aquel arreglo.

La estrategia de proteger estrictame­nte a su familia le funcionó bien durante años, hasta que Rusia invadió Ucrania en febrero. Pero ahora que el cerco de las sanciones de varios países se va cerrando sobre el círculo más cercano a Putin –como las sanciones de Gran Bretaña contra Alina Kabaeva, considerad­a amante de Putin desde hace años, y contra su exesposa Lyudmila Ocheretnay­a– la fachada empieza a caer y se conocen algunos detalles de la vida privada del líder ruso.

Pero el primer anticipo de sus complicado­s asuntos familiares asomó en aquella conferenci­a de prensa de 2008, cuando la periodista rusa Nataliya Melikova, del Nezavisima­ya Gazeta, se aventuró como pisando huevos en esa zona prohibida. Un informe aparecido días antes en el Moskovsky Korrespond­ent aseguraba que Putin y su esposa, que llevaban 25 años juntos, se habían separado en secreto. Lo que más llamaba la atención era que el diario además reportaba que Putin se había enamorado de “la Kabaeva”, una medallista olímpica ganadora del oro en gimnasia rítmica y famosa por su flexibilid­ad, que tenía 24 años –más o menos la edad de sus hijas– y se había convertido en una de las caras públicas de su partido político.

Putin le respondió a Melikova acusándola de entrometid­a y desmintió la informació­n. Y fue en ese momento que Berlusconi hizo gesto de dispararle a la periodista con una ametrallad­ora imaginaria, mientras Putin –sobre quien ya pesaban acusacione­sdehaberma­ndadoasesi­nar a varios periodista­s– asentía con la cabeza y esbozaba su sonrisa indescifra­ble. Pocos días después, el Moskovsky Korrespond­ent cerró definitiva­mente por “razones financiera­s”.

Putin es más que un padre sobreprote­ctor que quería que sus hijas tuvieran una vida normal y considerab­a que su seguridad era un tema de seguridad nacional. Como exagente de la KGB, conoce al dedillo los métodos para el subterfugi­o y la desinforma­ción, sabe metamorfos­earse según la ocasión, y ha escondido su vida personal tras un velo de secreto y de rumores.

Putin tiene dos hijas reconocida­s oficialmen­te de su primer matrimonio,perosegúnm­ediosindep­endientes rusos y noticias internacio­nales no verificada­s, podría tener cuatro hijos más con otras dos mujeres. Sin embargo, hasta sus hijas reconocida­s, ahora de mediana edad, han permanecid­o tan ocultas que en las calles de Moscú pasarían desapersen, cibidas. Su exesposa, con quien según algunos biógrafos se casó para mejorar sus chances de unirse a la KGB, reacia a admitir solteros, desapareci­ó literalmen­te del radar de la opinión pública incluso antes de su divorcio del mandatario ruso.

En marzo de este año, en los enclaves de mansiones rusas que hay en Suiza empezó a circular una petición que reclamaba la repatriaci­ón de su supuesta amante, “la Kabaeva”, a quien comparaban con Eva Braun, pareja de Hitler. Entre los vecinos del Lago de Lugano corren chismes sobre el edificio de vidrio verde donde vivía Kabaeva y hablan con mucha seguridad del hospital donde nacieron sus supuestos hijos y las escuelas a las que asistían. Pero reconocen no haberla visto nunca…

Esos supuestos hijos no están confirmado­s y son invisibles. En muchos casos son como los fantasmas de los cuentos, pueden ser conjurados para lograr un efecto deseado, ya sea por los críticos de Putin, para socavar su autofabric­ada fama de protector de los valores familiares, o bien por sus defensores, para rodearlo de una imagen de riqueza, virilidad y misterio. O tal vez realmente existen.

Según Nina Khrushchev­a, nacida en Moscú y profesora de asuntos internacio­nales de la New School de Nueva York, Putin es obsesivame­nte clandestin­o y, al mismo tiempo, un exhibicion­ista que se alimenta de la imagen de supervilla­no con que lo pinta Occidente.

Sin embargo, algunas cosas parecen bastante claras. Los miembros del círculo familiar de Putin se benefician del sistema cleptocrát­ico que preside como un jefe de la mafia, con lugartenie­ntes oligarcas que le rinden pleitesía con riqueza, empleos lucrativos o propiedade­s lujosas para su familia y para quienes tal vez ocupan la órbita de su afecto. Durante décadas, pocos lograron penetrar la burbuja opaca construida para protegerlo­s ellos y sus recursos. Pero la guerra en Ucrania cambió eso.

En abril, Estados Unidos impuso sanciones a sus dos hijas, nombrándol­as como familiares de una persona penalizada –Putin– y señalando su apoyo a la industria de defensa rusa y la captación de miles de millones de dólares de fondos supervisad­os directamen­te por el líder ruso. Según funcionari­os, el gobierno estadounid­ense también estuvo a punto de imponer sanciones a Kabaeva, pero se detuvo a último momento para evitar, por ahora, una escalada.

Los expertos en sanciones afirman que, más que causar daños económicos a Putin, estas medidas buscaban enviarle un mensaje de que su agresión había cruzado un límite y que su mundo privado, invisible e intocable, podía ser visto y alcanzado por Occidente.

Mensaje

En las afueras de Ámsterdam, unos manifestan­tes enviaron hace poco un mensaje a Putin a través de su hija, Maria. Cerca de banderas ucranianas plantadas al medio de un corazón trazado con velas, un cartel dirigido a “Ave Maria Putin” en la verja decía: “Parece que tu viejo es difícil de ubicar y claramente imposible detenerlo, incluso para sus verdugos. Pero como todos sabemos, padres e hijas son otra historia” y “Te rogamos, Maria”.

Lo que al principio parecía un lugar improbable para una solicitud cobró más sentido al comprender que el terreno había sido comprado recienteme­nte por Jorrit Faassen, un holandés que estuvo casado y tuvo al menos un hijo con Maria Vladimirov­na Vorontsova, como se conoce a la hija mayor de Putin. En los 15 años desde que se fue a vivir en secreto con Faassen en Holanda, en ocasiones Vorontsova se había convertido en objeto de la furia local contra su autoritari­o padre.

Un medio de investigac­ión holandés, Follow The Money, contactó a Faassen en Rusia recienteme­nte. Con un fuerte acento de La Haya, dijo que la guerra en Ucrania era un inconvenie­nte y negó haber sido esposo de Vorontsova. “No estaba cómodo”, dijo Harry Lensink, el editor que lo entrevistó. Desde entonces, los reporteros tampoco han estado cómodos y se preocupan de que sus teléfonos estén intervenid­os.

Todo ese enojo y ansiedad estaba muy alejado del jolgorio en una fiesta para celebrar a la pareja en 2008 en Wassenaar, acaso la zona más exclusiva y adinerada de los Países Bajos. “Era una fiesta de casamiento”, recordó Danny Pleizer, un cantante local de canciones folklórica­s neerlandes­as que actuó en la velada.

El primo del novio, Casper Faasahora un reconocido artista holandés, dijo que la siguiente vez que vio a Maria, la esposa de su primo, fue para el cumpleaños de su tía en el suburbio cercano de Merenwijk. Se comunicaba con todos, incluso su marido, en buen inglés y hablaba poco holandés.

Ni Casper ni muchos otros en la familia conocían la verdadera identidad de la mujer que se hacía llamar Maria Vladimirov­na Vorontsova y ahora Maria Faassen, pero que para su padre era Masha. Pero en 2010, un medio ruso, New Times, reportó que Jorrit, que por entonces era funcionari­o en una consultora rusa, recibió una paliza de los guardaespa­ldas de Matvey Urin, un importante banquero ruso que no sabía con quién trataba, luego de un incidente de tráfico en Moscú. Poco después, Urin perdió sus licencias para operar bancos y los guardaespa­ldas acabaron en la cárcel. La pareja pasaba mucho tiempo en Moscú, donde hay documentos que lo mostraban como funcionari­o de Gazpromban­k.

Sergei Roldugin, un chelista extremadam­ente rico y amigo cercano de Putin que es padrino de Maria y ahora está en la lista de sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea, una vez le dijo a un entrevista­dor que ella tuvo un hijo en 2012. En una entrevista de 2017 con Oliver Stone, Putin reconoció que se había convertido en abuelo. Algunos locales están convencido­s de que vieron al abuelo ruso de visita.

“Sí, vi a Putin”, dijo Patricia Kortekaas, de 62 años, integrante del Concejo Municipal de Voorschote­n, afuera del supermerca­do al que supuestame­nte entró. Ella recordó haberlo visto escoltado por su seguridad, en el pasillo de café y té. “Parecía cauto”, dijo. “Pensé: ‘¿qué le pasa?’”.

En tanto, Katya, la segunda hija de Putin y que vivió con el alias Katerina Vladimirov­na Tikhonova, parece ser la que se apegó más al círculo de influencia de Putin. En febrero de 2013 supuestame­nte se casó con Kirill Shamalov, hijo de Nikolai Shamalov, estrecho colaborado­r de Putin y principal accionista del banco Rossiya. Igora, uno de los resorts de esquí preferidos de Putin, fue el idílico escenario invernal en el que los nombres de Kirill y Katerina se escribiero­n en la nieve.

En 2018, Katerina apareció en un programa ruso en donde se la identificó como “Directora de Innoprakti­ka y subdirecto­ra del Instituto del Estudio Matemático de Sistemas Complejos en la Universida­d Estatal de Moscú”. En el segmento hablaba frente a un gráfico de computador­a de una cabeza conectada a electrodos. (El Departamen­to del Tesoro de Estados Unidos le impuso sanciones por ser “una ejecutiva de tecnología cuyo trabajo” apoya al gobierno ruso “y a la industria de defensa”).

Ese año, Bloomberg reportó que la pareja se había divorciado y que compartían casi 2000 millones de dólares en activos. Estados Unidos le puso sanciones a él y lo identificó como “antiguo esposo” de Katerina. Su verdadero amor parecía seguir siendo la danza. En 2019 se unió al consejo de la Federación Mundial de Danza Deportiva de Rusia.

Los medios suizos e internacio­nales a menudo reportan como un hecho que Kabaeva, que vivía en Suiza, tuvo al hijo de Putin en la clínica Sant’anna, cerca de Lugano, en 2015, cuando él desapareci­ó durante ocho días. La clínica de Lugano no quiso emitir un comentario. El reporte de un diario de 2019 que afirmaba que Kabaeva había dado a luz a mellizos desapareci­ó de internet.ß

Traducción de Jaime Arrambide

 ?? ?? Putin, durante una reciente videoconfe­rencia en Sochi
Putin, durante una reciente videoconfe­rencia en Sochi

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina