LA NACION

La congoja de la madre de un joven muerto por un prefecto: “Su vida valió un año de cárcel”

Inés Alderete atraviesa con dolor e indignació­n el reciente fallo que condenó a Juan José Silva a un año de prisión en suspenso por el caso de Marcos Acuña

- Gastón Rodríguez ignacio sánchez

Inés Alderete hace un cálculo simple y doloroso: “La vida de mi hijo valió un año de cárcel. Él tenía 21 años, todo por delante, pero una persona que pertenece a una fuerza de seguridad de la Nación y que debería estar para cuidarnos, lo mató. Llegar al juicio fue un calvario y la condena, una indignació­n. Cómo le explico a mi nieta que el asesino de su padre salió libre, caminado al lado mío”.

A mediados de marzo, el Tribunal Oral y Criminal N°3 de Quilmes condenó al prefecto Juan José Silva a un año de prisión de ejecución condiciona­l y cinco de inhabilita­ción especial para tener o portar armas de fuego por el “homicidio cometido en exceso de la legítima defensa” de Marcos Acuña, ocurrido el 28 de agosto de 2015.

“Me mandaron la sentencia por correo electrónic­o –recuerda con amargura Inés–; en realidad, se la mandaron a los abogados y ellos me avisaron por Whatsapp. Gracias a la lucha se consiguió que fuera el primer juicio de gatillo fácil en donde todas las jornadas se transmitie­ron en vivo (a través del medio La Retaguardi­a). Las otras familias que viven en distintas partes del país pudieron ver cómo actúa la Justicia. Para nosotras no es nada lindo lo que pasa adentro de un tribunal”.

El plural usado por Inés –59 años, de Quilmes Oeste– contiene a todas las madres que sufrieron la muerte de un hijo a manos de un integrante de alguna de las fuerzas de seguridad o, en palabras suyas, “mujeres que no seguimos viviendo, que sobre vivimos luchando para que no se olviden del rostro de nuestros chicos”.

Continúa: “No somos madres de delincuent­es, como nos dicen. Yo no me considero una mala persona: toda la vida trabajé, somos familias humildes que vivimos en barrios, pero la Justicia no es justa con nosotras. De diez juicios por casos de gatillo fácil, en uno el policía recibe cadena perpetua; en otro, como pasó con mi hijo, se lo condena solo por exceso de legítima defensa; en los ocho restantes las causas se cierran. Las madres no tenemos justicia”.

Aquella mañana de 2015, Marcos volvía junto a dos amigos a su casa en La Cañada hasta que se cruzó con Silva en el camino. Según el prefecto, los jóvenes intentaron robarle la moto y la defendió a tiros.

Los amigos de Marcos, en cambio, juran que hubo una discusión y enseguida una reacción descontrol­ada por parte de Silva: los persiguió y les disparó al menos tres veces. Uno de los proyectile­s alcanzó a Marcos, tumbándolo en el medio de la calle.

Uno de los amigos lo alzó y confirmó lo peor. “¡Lo mataste!”, le gritó al prefecto Silva, que ya había acelerado con la moto para irse de allí.

“Que no vuelva a matar”

Hace siete años que Inés vive encerrada. Dice que no tiene fuerzas para salir de su casa, que solo asoma la cara al sol si es para reclamar justicia por alguna víctima. Un compromiso que la convirtió en una de las madres organizado­ras de la Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil y que la llevó a dar una charla sobre violencia institucio­nal en el Congreso (ver recuadro).

“El maltrato a las familias también es violencia institucio­nal –aclara–. Marcos empezó a los 17 años a tener problemas de adicción. Una vez fui hasta la comisaría 5ª de Quilmes a pedir ayuda y uno de los policías me preguntó qué consumía mi hijo. Le dije que creía que era paco y me respondió que eso no tenía solución, que los pibes eran ‘abortos’ caminando porque si no los mataba el paco, los iba a matar un vecino o la propia policía”.

Tras la muerte de Marcos, la vida siguió ensañándos­e con Inés. El 3 de agosto de 2020, durante una entradera en la vivienda en la que trabajaba como casero, en longchamps,gust avo Alderete, el hijo mayor, de 35 años, fue asesinado de un escopetazo.

La tragedia evidenció, según la mujer, la doble vara de la Justicia. Mientras que por el crimen de Gustavo hay tres detenidos con una expectativ­a de pena de prisión perpetua, el prefecto no estuvo un solo día preso por el asesinato de Marcos.

“Silva habló de lo del robo, pero la única pistola que había en la escena era la suya. Mi hijo no estaba armado, no tenía pólvora en las manos, los estudios dieron que tampoco tenía alcohol ni drogas en sangre. Lo único que tenía encima eran dos encendedor­es. Ninguno de los tres chicos estaba robando y si hubiese sido así, los hubiesen arrestado y que cumplieran la condena. Yo lo hubiese ido a visitar a un penal y no al cementerio”, se lamenta la mujer.

A Marcos, que tenía una hija de un año, le gustaba lo mismo que a cualquier chico de su edad: comer milanesas, mirar televisión, pasar horas en una plaza con amigos. La madre lo describe como alguien celoso, depresivo e incapaz de manejar una moto y, mucho menos, un arma.

“Era mi luz –dice Inés Alderete– y por eso dejé de vivir el día que me lo mataron. Mi único consuelo es que pudimos probar que Silva es un asesino, aunque no vaya preso. Lo único que quiero ahora es que no porte más una placa para que no vuelva a matar a otro pibe, como hizo con mi hijo”.ß

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Inés Alderete, en su humilde vivienda, con el cuadro de Marcos Acuña, su hijo

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