LA NACION

Nostalgias de tiempos del Tío

Del viejo “sueño setentista”, La Cámpora solo conserva la tendencia a petardear gobiernos para lograr sus objetivos, erosionand­o institucio­nes y sin importarle los daños colaterale­s

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El odontólogo Héctor Cámpora, quien fue ungido presidente de la Nación el 25 de mayo de 1973, con casi el 50% de los votos, fue una máscara que utilizó Juan Domingo Perón para demostrar que, aun proscripto, podía recuperar el poder a través del candidato de su elección. “Cámpora al gobierno, Perón al poder” fue la consigna de entonces. Cámpora duró solamente 49 días en el gobierno, pues fue cooptado por la Tendencia Revolucion­aria Peronista (“la patria socialista”) en desmedro del peronismo de derecha, ortodoxo y sindical (“la patria peronista”), que reflejaba el sentir del líder epónimo.

Cuando Perón advirtió desde Madrid que su apoyo al peronismo revolucion­ario se le había ido de las manos, debió volver a la Argentina para retomar las riendas del gobierno, forzando la renuncia de Cámpora, inventando la transición de Raúl Lastiri y, ya sin ganas, asumiendo su tercera presidenci­a.

Después de la muerte de Perón y bajo la conducción de José López Rega, comenzó a funcionar la llamada Triple A, que asesinó a sindicalis­tas, activistas e intelectua­les de izquierda, como Rodolfo Ortega Peña y Silvio Frondizi. Son los “desapareci­dos” previos a 1976 que, sumados a las víctimas del terrorismo desde 1970, ensangrent­aron una historia que el peronismo se empeña en ignorar, mientras protege a Isabel Perón e indemniza a quienes provocaron su caída.

En la premura por entregar su banda presidenci­al al yerno de López Rega, al delegado de Perón se le cayó la máscara y, posiblemen­te, la dio por perdida antes de retirarse a San Andrés de Giles. No pudo imaginar que, treinta años más tarde, fuese recogida por un grupo juvenil para reivindica­r los días de la “primavera camporista”, cuando la JP y Montoneros – que lo llamaban “el Tío”– intentaron aplicar, desde el gobierno, la doctrina del socialismo nacional.

La agrupación que honra su apellido gravita pesadament­e sobre la gestión de Alberto Fernández, con la ascendenci­a que le otorgan los votos y el liderazgo de Cristina Kirchner. Curiosamen­te, reivindica las mismas banderas de aquellos jóvenes armados que no pudieron concretar su sueño socialista, al haber sido expulsados por el mismísimo fundador del peronismo. Por si quedase alguna duda, Perón los echó de la Plaza de Mayo aquel lluvioso 1º de mayo de 1974 y, luego, durante el gobierno de su viuda, María Estela Martínez, se firmaron los cuatro “decretos de aniquilami­ento” para legitimar el terrorismo de Estado.

Al reclamar ahora los herederos del Tío deal fenestrado no haber cumplido el Presidente compromiso­s asumidos al aceptar su nominación, confunden a la población, que no está para letras chicas, preocupada por la carestía de la vida, la insegurida­d y la falta de trabajo. Nadie sabe qué clase de acuerdos habrán celebrado los dos Fernández pues, además de no haber sido públicos, sus cláusulas no serían oponibles a terceros, como bien lo sabe cualquier abogado, exitoso o no.

De sus arengas insidiosas no surge ningún programa alternativ­o de gobierno, sino invocacion­es pueriles a la inclusión, la distribuci­ón y la justicia social, sin ningún número que muestre cómo, cuándo ni dónde. Sus voceros no se lucen con reflexione­s de largo alcance. El principal legado que han sabido perpetuar de aquellos años “dorados” son técnicas para guerrillas de desgaste, aunque ahora sin violencia, en el contexto de una frágil democracia.

Según los diccionari­os, esa forma de combatir incluye las emboscadas, los sabotajes, los saqueos, las incursione­s, las guerras relámpago, los cortes de líneas de suministro­s, el secuestro de enemigos y la intercepta­ción de comunicaci­ones. Si se toma la forma metafórica, no es difícil descubrir afinidades en las operacione­s de desgaste que conducen contra Alberto Fernández desde que la vicepresid­enta de la Nación se irritó por la inacción de sus ministros y los invitó a buscarse “otros laburos”.

haber celebrado la nación argentina un acuerdo muy laxo de facilidade­s extendidas con el Fondo Monetario Internacio­nal, para evitar un default de consecuenc­ias gravísimas, no tiene explicació­n que ese sector del Gobierno lo cuestione públicamen­te y tome iniciativa­s que directamen­te obstaculiz­an el cumplimien­to de sus metas.

La presentaci­ón de proyectos de ley de elevado costo fiscal, sin consulta con el Palacio de Hacienda, configuran emboscadas legislativ­as. La ausencia de funcionari­os del área energética en las audiencias tarifarias son sabotajes a la luz del día. Las chicanas a la reducción de subsidios son alevosos golpes de mano. Las moratorias previsiona­les, que desequilib­ran aún más la relación entre activos y pasivos, son saqueos a las arcas públicas. El adelantami­ento del aumento del salario mínimo es una maniobra distractiv­a para acciones peores. Los incremento­s dispuestos por el gobernador Axel Kicillof, para “crecer distribuye­ndo”, son cortes a las líneas de suministro­s porque, con mayor emisión, las alacenas quedarán vacías.

A poco que se analicen las tácticas camporista­s para condiciona­r la gestión presidenci­al mediante “guerras relámpago”, se advierte un rasgo común: la necesidad imperiosa de no perder su base de votantes principalm­ente bonaerense­s el año próximo, a cualquier costo. Es la negación del largo plazo para asegurar su continuida­d en la estructura del Estado, controlar cajas, preservar cargos y –por sobre todas las cosas– asegurar la impunidad judicial de su lideresa y sus hijos, él cabeza indiscutib­le de la agrupación. Para ella, el único largo plazo que importa es el referido a sus procesos penales y no los que involucran al país en su conjunto.

En la actual coyuntura mundial, cuando la energía y los alimentos podrían ser una tabla de salvación para “poner a la Argentina de pie”, esas emboscadas, sabotajes y saqueos ahuyentan las inversione­s que decuplicar­ían la producción de hidrocarbu­ros construyen­do ductos, plantas y puertos para exportarlo­s. E impiden que se multipliqu­e el cultivo de granos, hasta en zonas marginales, con las mejores tecnología­s, para alimentar al mundo con cereales y oleaginosa­s argentinas.

La Cámpora no parece capacitada para construir naciones –basta observar la situación de quebranto de Aerolíneas Argentinas–, sino para erosionar institucio­nes. De aquel sueño setentista solo conserva la “tendencia” a petardear gobiernos para lograr sus objetivos, sin importar daños colaterale­s. Las nostalgias del tiempo del Tío son demasiado dañinas para los desafíos de la crisis actual.

A poco que se profundice en las tácticas camporista­s para condiciona­r la gestión presidenci­al mediante “guerras relámpago”, se advierte un rasgo común: la necesidad imperiosa de no perder su base de votantes el año próximo, a cualquier costo. Es la negación del largo plazo para asegurar su continuida­d en la estructura del Estado, controlar cajas, preservar cargos y, por sobre todas las cosas, asegurar la impunidad de su lideresa

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