Penuria y regocijo del Presidente en Europa
En la reconstrucción que hizo el Gobierno de la reunión con Emmanuel Macron se incluyó un dato de color: los voceros contaron que el presidente francés le había regalado al pequeño hijo de Alberto Fernández una campera de marca Hermès, la exclusiva tienda francesa fundada por Thierry Hermès en 1846. Pero la información era equivocada. Cuando el avión de Aerolíneas Argentinas, con Alberto Fernández a bordo, aterrizó en Buenos Aires, los mismos voceros se rectificaron y aclararon que en realidad le había regalado un caballo de peluche. ¿Cómo era posible confundir una campera con un caballo de peluche? Los encargados de la comunicación atribuyeron el error al personal de protocolo y explicaron que la verdad emergió cuando el Presidente finalmente tomó el obsequio y en pleno vuelo lo desenvolvió. Allí, en las primeras filas del chárter aéreo, el pequeño equino de juguete sacó la cabeza de la bolsa para desmentir la primera versión.
Hasta las pequeñas cosas se vuelven difíciles para el gobierno de Alberto Fernández.
El Presidente atravesó el océano Atlántico para buscar sosiego, para “salir del barro”, como lo describió un miembro de la comitiva oficial, y recibir abrigo en los brazos del español Pedro Sánchez, el alemán Olaf Scholz o el francés Emmanuel Macron. El barro es el mordisqueo constante en los talones que lanza el kirchnerismo y que ahora saltó al cuello del ministro de Economía, Martín Guzmán.
Durante una semana, Fernández pasó de Madrid a Berlín y luego a París, para dialogar con sus líderes mundiales sobre la oscura perspectiva que proyecta la invasión rusa a Ucrania sobre el futuro. Scholz llegó a incluir en el escenario el temor a una tentación nuclear por parte de Vladimir Putin, si se viera acorralado. Mientras un automóvil negro lo transportaba del hotel Raphael de Berlín hacia la Bundeskanzleramt, donde lo esperaba el canciller Scholz, los techos de los edificios alemanes le mostraban al Presidente las banderas azules y amarillas de Ucrania que ondean por todos lados. Allí no hay ambivalencia. El mensaje tuvo efecto. Tras cada conversación, Fernández enfocó más directamente sus cuestionamientos a Rusia.
Pero el barro que propone el kirchnerismo persigue a todos lados. La táctica le indicaba al Presidente que debía subrayar sus conversaciones con Sánchez, Scholz y Macron, en vez de recaer en respuestas sobre Cristina Kirchner que lo devolvieran a la interna. Pero la vicepresidenta reapareció, como una obsesión, en las entrevistas que desperdigó por Europa. La mente se impone sobre la táctica y nada lo perturba tanto al Presidente como el fuego propio.
Allí, en París, Fernández se reencontró con su amiga Marcela Losardo, a quien envió de embajadora en la Unesco luego de tener que sacarla del Ministerio de Justicia porque Cristina Kirchner la consideraba demasiado condescendiente con el Poder Judicial, el eje de todas sus inquietudes. La reemplazó por Martín Soria, quien ladró como un mastín contra los jueces y descalificó las causas por corrupción. Solo logró que la Corte Suprema se abroquelara. El kirchnerismo ya se olvidó del Ministerio de Justicia. Ahora los ladridos apuntan a Guzmán. Sin una hoja de ruta, las críticas se vuelven el único plan. En el departamento parisino de Losardo, Fernández compartió el jueves una cena con los funcionarios más próximos. No fue un encuentro apto para kirchneristas. Los dueños se reservaban el derecho de admisión.
Sobre el futuro de Guzmán, al Presidente se le escuchó enfatizar que “no está en la cuerda floja”. Lo ratificó con vehemencia. Fernández se abraza al ministro de Economía con todas sus fuerzas. Ese es su plan de Gobierno. Al día siguiente, Máximo Kirchner arreció con sus críticas contra el ministro. No hay sosiego ni siquiera en París. Ya está aceptado. En sus conversaciones europeas, Fernández reconoció que convivirá sin fin con la presión kirchnerista. “Es un juego de tensión”, lo describió. De esa resignación nace la falta de interés por volver a hablar con Cristina Kirchner.
Europa prodiga palmadas en la espalda cuando un jefe de Estado ratifica su permanencia en el club de Occidente, sobre todo si se atraviesa una guerra con Vladimir Putin apenas a 1700 kilómetros de Berlín. “Es un actor importante del escenario internacional”, lo elogió Macron a Fernández en las puertas del Palacio del Elíseo. La comitiva argentina vivió su momento de regocijo. Pero Europa palmea sin perder sus intereses. Con Scholz y Macron, Fernández escuchó los reclamos por las empresas europeas que operan en la Argentina, las dificultades por los controles cambiarios y la inquietud por los pagos pendientes de la deuda con el Club de París. De todas formas, todos los pedidos parecían pequeños comparados con las cuentas pendientes que esperaban al regreso.ß
Alberto Fernández atravesó el océano para buscar sosiego, para “salir del barro”, como lo describió un miembro de la comitiva oficial