LA NACION

Escenario fiscal. En el banquillo: por qué el sistema impositivo se saca una mala nota

Un informe de una universida­d privada muestra una caída de la performanc­e del esquema tributario, que tiene problemas para cumplir con sus objetivos de eficiencia y suficienci­a; cómo es la estructura y en qué se diferencia de otros países

- Por Silvia Stang

Un sistema altamente complejo, que prioriza extraerle recursos a la sociedad para sostener un gasto que no responde a un plan concreto, antes que cumplir con el objetivo de ayudar a promover el crecimient­o de la actividad económica y de la productivi­dad. Esa definición, referida al esquema impositivo de la Argentina, surge de las conclusion­es de un informe elaborado por el Centro de Estudios Tributario­s de la Facultad de Ciencias Empresaria­les de la Universida­d Austral. Más allá de esa reflexión hecha a partir de mirar “la foto” de un momento (o la película de los últimos años), el estudio advierte que no hay motivos para ser optimistas respecto de lo que vendrá.

Según se señala, para quienes toman las decisiones políticas existen pocos incentivos para abandonar impuestos que son distorsivo­s, pero, a la vez, fáciles de recaudar, y que tienen una participac­ión significat­iva en el total de recursos. Todo ello, pese a un dato de la realidad muy conocido: el descontent­o de buena parte de la sociedad por la percepción de una alta presión tributaria y por el creciente ritmo de suba de los precios, que agrega el efecto del “impuesto inflaciona­rio”, dada la pérdida de valor de la moneda en la que se cobran los salarios y otros ingresos.

¿Qué es lo que permite definir si la carga fiscal de un país es alta o no? ¿Para qué sirven los impuestos en la teoría y cómo se desvían recursos en la práctica? ¿Hasta qué punto se puede frenar la suba del gasto que se busca sostener? ¿Por dónde debería comenzar un cambio? Tales pueden ser algunos disparador­es para un debate de fondo sobre el tema.

El mencionado informe, elaborado por el economista y docente Mauricio Grotz, con la colaboraci­ón de Ricardo Maidana, ubica a la Argentina con un nivel de recaudació­n tributaria de 29,9% del PBI, unos puntos por debajo del promedio de los países de la OCDE (33,7%) y muy por arriba de Estados de la región como Paraguay (13,8%), Perú (16,4%), o Chile (20,5%). Países vecinos como Uruguay y Brasil, con índices de 28,5% y 32,5%, no están tan lejos del nuestro (los datos son promedios del período 2015-2019).

Para determinar si la presión tributaria es elevada o no, “en general la literatura relaciona el indicador con los niveles de desarrollo económico del país”, sostiene el informe. Como la Argentina es un país de ingresos medios, “los niveles de presión serían excesivos”: no están lejos de los de países donde hay altos niveles de producto bruto per cápita.

El estudio de la Universida­d Austral

incluye un “índice de performanc­e” de los impuestos que, para 2020, se ubicó en 3,4 puntos, en una escala de 1 a 10. Eso lleva a concluir que la Argentina tiene un sistema impositivo que “logra parcialmen­te los objetivos” de suficienci­a y eficiencia, y que está al borde de caer en la categoría de “no logra sus objetivos”. El índice era de 4,8 puntos en 2005: entonces, el país se había acercado bastante al casillero de los sistemas que “logran en gran medida los objetivos”.

Para cuantifica­r ese índice se le asignan valores a ciertas variables, que a su vez miden dos aspectos. Uno es la suficienci­a de lo recaudado frente a los compromiso­s del Estado; aquí hay una primera mala nota para la Argentina, que entre 1994 y 2020 solo tuvo un año, 2004, en el que la recaudació­n de impuestos superó el nivel de gastos (aunque también es válido obtener recursos de otras fuentes). El segundo aspecto es la eficiencia del esquema; para evaluarlo se tienen en cuenta, por ejemplo, su complejida­d y su diseño, y las alícuotas máximas del impuesto a las ganancias.

¿Por qué Ganancias? Porque “es el impuesto que tiene las condicione­s para ser considerad­o uno de los mejores, por su carácter progresivo y porque, al gravar las utilidades, no dificulta el desarrollo de las empresas [a diferencia de otros, cuyo diseño los aleja de ser un tributo que tenga en cuenta la capacidad contributi­va)]”, según explica Grotz en diálogo con la nacion. De todas maneras, en el caso de la Argentina la inflación distorsion­a las bases imponibles, y en los últimos años hubo diferentes políticas en cuanto a hacer (o a no hacer) actualizac­iones. Ese aspecto, más las diferencia­s normativas respecto de qué ingresos se gravan, dificulta la comparació­n con otros países.

Cuestión de diseño

La recaudació­n tributaria de la Argentina tiene como protagonis­tas a las cargas fiscales que pesan sobre los bienes y servicios (como el IVA, considerad­o regresivo por castigar con mayor fuerza a los sectores de menor poder adquisitiv­o): esas cargas representa­n el 52,2% de los recursos, contra el 32,7%de participac­ión que tienen en los países de la OCDE, donde la mayor porción (34,3%) es aportada por los tributos sobre ingresos y utilidades (como Ganancias).

En el promedio de los países de América Latina y el Caribe, los impuestos sobre los ingresos también representa­n un porcentaje de la recaudació­n más significat­ivo que en la Argentina (27%, versus 18% en nuestro país). En el promedio de la región hay una menor participac­ión tanto de los tributos sobre la propiedad (3,8% versus 9,1% en la Argentina), como de los que pesan sobre bienes y servicios y de los aportes y contribuci­ones a la seguridad social.

Lo recaudado por este último concepto es, en la Argentina, el 20% del total, contra 25,7% de los países de la OCDE y 17,1% del promedio de América Latina. Aquí hay un aspecto crítico, tanto para las cuentas del sector público como para la sociedad: entre 2004 y 2020 hubo una caída en la recaudació­n de los aportes y contribuci­ones y ese hecho “resulta preocupant­e en términos de sostenibil­idad del sistema de jubilacion­es y pensiones”, según dice Grotz.

Los pagos previsiona­les, de todas formas, se afrontan hoy casi en partes iguales con aportes específico­s que vienen del mundo laboral y con lo obtenido de impuestos generales. Pero, en un contexto de déficit fiscal, eso no apaga las luces de alerta ya encendidas, sobre todo cuando la mitad de los trabajador­es actuales (asalariado­s y cuentaprop­istas) está en la informalid­ad. Y cuando el 65% de las jubilacion­es que paga el sistema de la Anses, según datos de la Secretaría de Seguridad Social, fueron obtenidas por la adhesión a una moratoria de vigencia temporal (y para la que no se previó el financiami­ento), y no porque sus titulares hayan reunido, al llegar a la edad jubilatori­a, el requisito de tener 30 años de aportes.

Una revisión de cómo y en qué se gasta es algo que debería estar en el listado de tareas por hacer, si se buscara mejorar la performanc­e del sistema tributario que, a su vez, requiere su propia reforma, algo difícil de encarar desde la política.

Un caso paradigmát­ico es el de Ingresos Brutos, el impuesto que cobran las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y que es uno de los más distorsivo­s, porque no mide adecuadame­nte la capacidad contributi­va de personas y empresas, y porque, por la forma en que se cobra, acumula costos en cada paso de los procesos de producción y comerciali­zación, haciendo su “contribuci­ón”, finalmente, a la inflación.

“Con Ingresos Brutos algo se intentó hacer [para bajarlo], en acuerdos fiscales que duraron muy poco; la realidad es que el impuesto se volvió el corazón de la recaudació­n de las provincias y ningún gobernador quiere resignar recursos”, señala Grotz. En la gestión anterior, en 2017, el gobierno nacional y las administra­ciones locales (con excepción de San Luis) habían firmado un pacto que llevaba, en un plazo de cinco años, a una baja de alícuotas e, incluso, a la anulación de Ingresos Brutos para algunas actividade­s. Pero, ya bajo la presidenci­a de Alberto Fernández hubo un nuevo pacto, con el cual se abandonó aquel camino y se habilitó a subir la carga fiscal de manera bastante extendida.

Mientras tanto, la inflación le permite al Estado una mayor recaudació­n en pesos devaluados. “En términos económicos y sociales, hoy la inflación es el principal problema por las desigualda­des que genera. Y la causa está en las políticas del Gobierno”, puntualiza Grotz, que considera que se debe encontrar un camino que alivie el alza de precios, para luego mejorar la estructura tributaria.

La complejida­d

Según el informe Ease of Doing Business del Banco Mundial, desde 2014 la Argentina está en el puesto 170 (o en uno cercano) entre 190 países, en un ranking sobre complejida­d de los esquemas tributario­s. A partir de 2017 mejoró uno de los componente­s de ese índice: el de la cantidad de horas que cada año las empresas deben dedicar al pago de impuestos. Pero eso, que tuvo que ver básicament­e con la incorporac­ión de modalidade­s digitales que avanzaron en todo el mundo, no alcanzó para mejorar la posición de nuestro país.

Ese informe muestra que los montos a pagar por las empresas en concepto de impuestos pueden llegar a superar sus ganancias comerciale­s. Según las conclusion­es del estudio de la Universida­d Austral, eso se condice con los diagnóstic­os que “dan cuenta de los serios problemas relacionad­os con la informalid­ad de las empresas, la elusión y la evasión impositiva”. Y, más allá de eso, es uno de los signos que indican que el objetivo de eficiencia no se cumple, porque se está muy lejos de alentar las inversione­s.

Enfocado en las ganancias llamadas “inesperada­s”, desde el Gobierno se puso el foco, en las últimas semanas, en el diseño de una nueva carga fiscal. “Lo que pasa con ese tributo me parece muy ilustrativ­o de las conclusion­es de nuestro informe –analiza Grotz–. El sistema se volvió extractivo, busca recursos para sostener los gastos, sin un plan para ver cómo hacemos para producir más, para crecer e incrementa­r la torta, que es lo que se debería hacer”.ß

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