LA NACION

Una epopeya criminal con los excesos de rigor

(SUECIA/2022). CREADOR: Jonas Åkerlund. ELENCO: Bill Skarsgård, Vilhelm Blomgren, Sandra Ilar, Hanna Björn, Isabelle Grill, Malin Levanon, Björn Gustafsson. DISPONIBLE EN: Netflix

- Paula Vázquez Prieto

Como en Buenos muchachos de Scorsese, donde Henry Hill (Ray Liotta) decidía asumir su voz y contar su historia enredada entre verdades y mentiras, en la nueva miniserie sueca Clark es el célebre ladrón de bancos, artífice del conocido “síndrome de Estocolmo”, el que cuenta su historia en primera persona.

“Si no puedo ser el mejor de los mejores, seré el mejor de los peores” anuncia Clark Olofsson (Bill Skarsgård) con algarabía en el comienzo del primer episodio. Y así es como se conduce la miniserie de seis episodios que condensa su vida de fábula pero también la fábula de su vida. Una especie de itinerario alocado que burla desde su perspectiv­a satírica cualquier seriedad del rela to, pero al mismo tiempo cualquier vocación de registro documental. Clark es la epopeya de un criminal que tiene tanto del Virgill Starkwell de Robo, huyó y lo pescaron de Woody Allen, como de los psicópatas seductores de los 70, sin matanzas ni ceremonial­es macabros, pero sí con la aureola imprescind­ible de toda celebridad criminal.

La historia de Clark Olofsson comienza en su accidentad­o nacimiento, pujando por salir a un mundo que, creía, lo esperaba con ansias, para aterrizar en un hogar pobre de Estocolmo comandado por un padre violento y abusivo. La inteligenc­ia para la huida y la superviven­cia fue forjada con su madre (Sandra Ilar) a través de una serie de juegos y pantomimas, quitando dramatismo a ese brutal entorno que Clark desnuda en su propia fantasía.

La serie creada por Jonas Åkerlund, músico y director conocido por la perturbado­ra Lords of Chaos (2018) sobre la movida del black metal noruego en los años 90, nunca abandona la comedia como plataforma, y elige una estructura inteligent­e y audaz: si bien sigue la cronología criminal del personaje, explora en paralelo tanto la presencia de quienes fueron determinan­tes en su historia –madre, novias, secuaces, perseguido­res– como ese mundo interno signado por el caos y el exceso, gesto que tensa la lógica hasta contagiarl­a de la alucinació­n.

El principal mérito de Clark es su capacidad para la fuga, tanto del correccion­al de menores en el que lo internan en su juventud como de las prisiones de máxima seguridad en las que lo recluyen a partir de la creintrodu­ce ciente envergadur­a de sus delitos. En cada ocasión la estrategia que emplea le debe menos a la fuerza que a la astucia, combinando seducción y política de manera virtuosa y efectiva. Por ello el ritmo de la miniserie asume el vértigo de cada escape -¡17 en total!- como parte de una narrativa que no da descanso ni ofrece demasiada reflexión más allá del resultado de los actos. A Åkerlund parece interesarl­e más la extravagan­cia del personaje, su alteración de la rectitud nórdica, de la previsión de su sistema judicial, del concepto último de “estado de bienestar”, que el análisis minucioso de sus actos criminales, la mecánica de sus fugas o la posible psicopatía que encarnaría un diagnóstic­o psiquiátri­co.

En tanto Clark es artífice de su destino impredecib­le, enamoradiz­o patológico y activista por interés, la miniserie nunca ofrece contrapunt­o más allá de su voz arrogante y descarada, y cuando sigue el itinerario de su perseguido­r, el policía Tommy Lindström (Vilhelm Blomgren), su retrato se asemeja al del inspector Clouseau de La pantera rosa. En ese sentido, la conexión es menos la de la obsesión febril y casi codependie­nte que delinea Spielberg en Atrápame si puedes, con claros ecos paternales entre el criminal que interpreta Di Caprio y el perseguido­r al que da vida Tom Hanks, sino una especie de juego de gato y ratón casi salido de los dibujos animados, con tortazos y caídas espectacul­ares en varios de los encuentros entre los dos personajes. Si bien no hay nada nuevo en el ejercicio de la sátira, y Åkerlund no termina de ofrecer una reflexión profunda sobre la emergencia de una figura como Clark en la sociedad sueca, la historia es divertida y no pierde su singularid­ad pese a anclaje genérico.

En última instancia, el famoso “síndrome de Estocolmo” que se atribuye a la figura magnética de Clark Olofsson, y que se acuña en el robo de Norrmalmst­org en 1973, es una clara conclusión empírica del impacto del personaje en su tiempo. Tanto su travesía hacia Hamburgo, con una noche orgiástica y absurda filmada como un videoclip psicodélic­o, como su posterior desembarco en Beirut,donde su burla de la ley se hace ejemplar exponen la mirada del propio Clark sobre sí mismo, y la verdadera materia de la fama que lo ha hecho quien es.ß

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Netflix A Jonas Akerlund le interesa más la extravagan­cia de Clark que sus motivacion­es profundas

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