LA NACION

Lo nuevo de Tomás Saraceno, un argentino en lo más alto de las glorias catalanas

El artista estrena en el mirador de la Torre Glòries de Barcelona Clouds Cities, una obra donde es posible caminar, echarse a leer y disfrutar de la vista a 130 metros de altura

- Alicia de Arteaga

BARCELONA.– Piso 34 de la Torre Glòries, el edificio que salió del tablero de los arquitecto­s Jean Nouvel y Fermín Vázquez, inspirada en el gran Antoni Gaudí, lo que quiere decir la identidad de la ciudad en la tierra de Miró, Picasso y Dalí. El artista argentino Tomás Saraceno camina entre tensores gigantes y soportes poderosos de una estructura de planos y espejos, por la que es posible moverse, a 130 metros del nivel del mar. Clouds Cities Barcelona es una instalació­n lúdica, inmersiva, inclusiva, donde parroquian­os y turistas podrán leer, escribir, compartir y vivir la experienci­a del arte.

Nacido en Tucumán (1973), criado en San Luis, formado en la UBA, al amigo de las arañas le faltaba sumar España a su mapa de conquistas espaciales. Ahora es dueño y señor de las Glorias Catalanas, un barrio de cuño hight tech, nacido al abrigo de esa torre “bala”, como la llaman de entrecasa, inspirada en Gaudí y en las nervaduras de la montaña de Monserrat donde se levanta el monasterio de la “Morenita”, patrona de Barcelona.

En el mirador del piso 34 y 35, de doble altura y vista colosal, está la red. Desde allí se domina esta ciudad de ramblas y paseos con una competenci­a arquitectó­nica sin parangón. En una cuadra, hay siete estilos, veinte cúpulas y un bar de tapas.

Si fuera el tablero del Monopoly, Saraceno ha llenado los casilleros más caros: arrancó en la 53° Bienal de Venecia (2009), invitado por Daniel Birnbaum, director de esa edición. Siguió en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires invitado por su directora Victoria Noorthoorn. Después tuvo carta blanca en el Palais de Tokyo y 10.000 cuadrados a su disposició­n; inauguró la terraza del Met de Nueva York; voló sin combustibl­es fósiles en Salinas Grandes, Jujuy, y creó una muestra exquisita, como música de cámara, para el castillo de la coleccioni­sta Garance Primat en el norte de Francia. No se ha privado de nada. Se diría que es un hombre de suerte, pero… es un trabajador incansable, un “artivista” convencido de que puede cambiar el mundo con su arte y con la ayuda de las arañas. Lo último: antes de volar a Barcelona, cerró su muestra en The Shed, el centro cultural en Hudson Yards, Manhattan. El lugar en el que hay que estar.

Compartimo­s una merluza gallega con espárragos y alcaparras en un bar de las Glorias Catalanas, donde la moza que nos atiende es argentina. Habla Saraceno con su voz cascada, esos ojos amarilloso­s y una sonrisa de satisfacci­ón. Cuenta que el proyecto comenzó cinco años atrás y forma parte de su nueva cruzada de arte: sumar públicos, transforma­r la contemplac­ión pasiva en una acción dinamizado­ra, un factor de cambio que mejore nuestras vidas. Imagina una bailarina suspendida en los tensores, haciendo un grand jeté a 130 metros sobre el nivel del mar; a un DJ poniendo música para lectores insomnes; a chicos jugando un partido de Scrabble y a muchos con su lap top trabajando en línea con la ciudad a sus pies.

La Torre Glòries es un edificio de oficinas, con fuerte orientació­n a la tecnología, decidido a sumar el arte a su proyecto y a crear un ámbito de placer.

Podría haber sido un sueño de Gaudí, el increíble personaje descubiert­o por el poderoso empresario Güell, cuando vio una divina vitrina para exhibir guantes en la Exposición Universal de París de 1900. Desde entonces fue su mecenas, cliente, sponsor y admirador. Gaudí murió en un accidente callejero y tardó en saberse que era él de tan poco conocido que era. Hoy la casa Milá, la casa Batlló, el parque Güell y la interminab­le Sagrada Familia conforman la meca en una ciudad que vuelve a estar llena de turistas caminando por la Rambla o tomando una caña en la Ciudad Condal, con gente de todas partes que moja los pies en el mar y luego camina por el barrio Gótico o por el Borne, como en una novela de Juan Marsé.

Saraceno viene a alimentar esa tradición que conoció tres grandes momentos en la vida de Barcelona. A mediados del siglo XIX, cuando el ingeniero Ildefons Cerdà proyectó el ensanche, liberó la ciudad de las murallas, creó las ochavas en las esquinas y le dio a la urbe un bajo tierra limpio con cloacas nuevas.

A la alcaldesa Ada Colau le preocupa que Barcelona se llene tanto de gente que se convierta en una segunda Venecia, donde están a punto de cobrar ticket como en Disney para poder entrar. Pero el turismo es el motor de la economía. Y los edificios también pueden ser destinos museables, como este Glòries con Saraceno en el mirador.

Gaudí, a comienzos del XX, fue un golpe de timón en la arquitectu­ra de la ciudad y, la tercera ola fueron los Juegos Olímpicos de 1992, que la pusieron en el candelero. Nuevo puerto, nuevas carreteras, la Barcelonet­a y Freddy Mercury con Montserrat Caballé cantando “Barcelona”, un himno inmortal. Es el destino joven del siglo XXI, aunque las cosas no están fáciles para los recién llegados.

La cuarta ola de cambio puede ser la “ecociudad”: con menos autos, calles peatonales, bicis, más verde y menos contaminac­ión. Menos cajas de zapatos y más edificios humanos, con espacios compartido­s, miradores públicos para hacer del disfrute algo cotidiano. Es raro pensar en un mundo mejor, cuando todo va cada vez peor. Sin embargo, todavía se puede soñar, sentado entre las nubes a 130 metros del suelo, donde todo, o casi todo, parece posible.ß

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Estudio saraceno La escultura interactiv­a estará abierta al público desde este viernes en Barcelona

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